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Jueves 19 de Julio de 2001

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convivir con virus

No era la fiebre, era el miedo. Me da pudor reconocerlo, pero así es más fácil, tal vez la próxima vez no me eche a temblar como una hoja a punto de caer de su rama, tal vez consiga que no me corran las lágrimas como si asistiera a mi propia despedida. Por ahora la cama se me aparece como un pantano de arenas movedizas en el que puedo caer y no levantarme. Tendida ahí, sobre la sopa de mi propia transpiración, todos los imaginarios de la enfermedad me parecían posibles. ¿Hasta dónde subiría la temperatura? ¿Qué me pasa? ¿Puedo morirme ahora? Sí, ya sabía las respuestas lógicas, sabía que a la larga noche siempre la desgarra el amanecer, pero hasta que no escuché su voz diciéndome al oído yo me quedo con tu miedo vos dormite no me había dado cuenta que no era la fiebre sino el pánico lo que me tiraba hacia abajo como si tuviera un hilito en el ombligo. Pero estuvo su voz, y su mano en mi frente, y un resto de cordura para entregarme al sueño.

lTambién me queda, para rescatarme, la vergüenza. El recuerdo de algunos amigos a los que vi sonreír cuando su cuerpo era una mala copia de lo que había sido, cuando los huesos pinchaban como agujas en el abrazo. Me acuerdo de Claudia diciéndome con una caída de ojos que todo estaba bien cuando nada lo estaba, mostrándome las fotos de las últimas vacaciones que disfrutó a pesar de los dolores que le causaba el hígado y las escaras en la piel y la certeza de que ya no le quedaba tiempo. Esas fotos en mi memoria me obligan a tener una actitud digna, muy lejos de ésta que me echa de espaldas sobre las sábanas pensando que nunca me voy a poder levantar. Esas imágenes son el piso sobre el que tengo que aprender a caminar.

l¿Será que todo este escándalo es porque sé que mañana va a estar todo bien? ¿Será que necesito decir en voz alta que tengo miedo, que me asusta el dolor, el deterioro del cuerpo, que no soporto depender de nadie que me alcance el vaso de agua, que mi omnipotencia no me permite decir por favor acompañame? Será que ésta soy yo, que me hago la valiente cuando me late el miedo en el pecho, y que así, poniéndolo en palabras, aprendo a conjurarlo.

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