Cuando, a mitad del siglo XIX, el imperio británico acusaba un fuerte déficit comercial con China y quiso equilibrarlo vendiéndole más, encontró desinterés del emperador e ingresó a puro cañonazos, en las dos guerras del Opio que humillaron al gran país asiático. China, su sistema dinástico, estaba en crisis y en retroceso luego de miles de años. Hoy, Estados Unidos, heredero “mejorado” del british power, no tiene en mente bombardear China, salvo sus estrategas más virulentos; de hecho, el Pentágono ya la ha definido, junto con Rusia, como enemiga del siglo XXI. Otra diferencia es que China no está en una fase de declive, muy al contrario.

Pero el gran problema de la guerra “comercial”, contra Huawei  y por el control de las nuevas tecnologías, es la interdependencia de las dos mayores economías del mundo, cosa que no pasaba ni por asomo entre aquella Gran Bretaña y el imperio Qing.

Hace un par de semanas, por presiones del gobierno del “libremercadista” Estados Unidos, Google anunció que se retiraba de las plataformas Huawei y dio otro golpe a la empresa de telecomunicaciones china, que ya afronta un juicio en Estados Unidos, con ejecutivos detenidos, y la resistencia a que sus avances en el servicio 5G se instalen en Occidente. Huawei, que se coló entre Samsung y Apple y para 2020 quiere subir a lo más alto del podio, se ve afectada.

Más, porque detrás de la decisión de Google e igual de presionados por Washington se sumaron otras grandes compañías, como Intel, DatCom y varias más, como podría ser también ahora DJI, el mayor fabricante de drones del mundo. La agencia encargada de cibernética (CISA) en el Departamento de Seguridad Interior dijo que “Estados Unidos debería ser cuidadoso de los drones fabricados por China; podrían contener componentes que pueden comprometer su información y compartirla con servidores ajenos a su compañía”.

El gobierno chino cree que Trump y su gobierno blanden exageradamente la idea de una supuesta “amenaza” de China a su seguridad con el objetivo de impedirle o aminorar todas sus capacidades de crecimiento y de proyección global, por ejemplo incrementando con estas medidas la desconfianza de otros países (que en casi todo el mundo ya tienen a China como socio principal del comercio, las inversiones o las finanzas, o las tres variables juntas) hacia la gran nación asiática.

El propio Steve Banon, armador de una suerte de internacional de derecha y (¿ex?) estratega de Trump, dijo que atacar a Huawei es más importante que la cuestión comercial con China, ratificada así como una excusa de lo que verdaderamente importa en esta pelea más allá de las subas de tarifas aduaneras, que por cierto son cuantiosas: la última escalada por parte de Estados Unidos fueron subirlas de 10 a 25 por ciento, equivalente a 200 mil millones de dólares.

La cadena de posibles consecuencias, además de la suba de aranceles por parte de China, son muchas e imprevisibles. Se ha dicho, por ejemplo, que la mayoría de granjeros estadounidenses, una base electoral importante de Donald Trump, usan Huawei. Y se especula con que China podría reaccionar restringiendo o prohibiendo sus exportaciones de productos de “tierras raras” a Estados Unidos, claves para muchas industrias tecnológicas, y un tercio de cuyas reservas mundiales están, se estima, en China.

También podría restringir o prohibir nuevas compras a Boeing -una empresa ya en problemas por los accidentes en sus aeronaves 737 MAX crisis y los juicios que siguieron- para las aerolíneas chinas. La propia y poderosa Cámara de Comercio estadounidense, AmChan, está preocupada por las represalias chinas, afirmó Tim Stratford, su presidente.

Obviamente, todos los castigos tienen doble filo, tanto de Estados Unidos como de China, dada la interacción de varias de sus industrias y sectores productivos. Para seguir con el ejemplo de Boeing,  14 por ciento de sus ganancias el año pasado llegaron de China. En Shanghai, la aeronáutica norteamericana tiene una de sus plantas de terminación de aviones.

Al explicar las imprevisibles consecuencias de una guerra tecnológica, mostrando en un celular cuán diverso es el origen de cada componente, el especialista Dave Lee dijo en la BBC que podría sobrevenir una “balcanización” de esas industrias, y la agencia Bloomberg, hablando de “guerra fría digital” y de “cortina de hierro digital”, señaló que China aceleraría su propia industria de tecnología informática para disminuir todo lo que pueda su dependencia de insumos importados. Inclusive trascendió que en junio ya tendría activo un reemplazo propio en vez de Android en sus teléfonos.

En programas, ya lo hizo exitosamente al desarrollar alternativas a las plataformas dominantes de Occidentes como Gmail, Facebook, Whatsup y otras con sus propias redes, en algunos casos superiores en calidad. De hecho, Huawei  y otros proveedores de servicios informáticos y de celulares no ofrecen los productos de Google prohibidos en China, como Gmail, YouTube o Google Maps, y dan a sus usuarios en China, en cambio, alternativas domésticas como Tencent, WeChato Badiu (BIDU) Maps.

¿Y América Latina? El geógrafo chileno Ivan Borcoski explicó a Cash que “cuando vino a su gira por Sudamérica, el secretario de Estado Mike Pompeo se habló de que el principal tema era Venezuela. No, era la instalación de Huawei en Puerto Williams, al sur de Chile, donde será un nodo para las telecomunicaciones de nuestra región”. Según el experto, “la tecnología 5G cobra una importancia vital en el ‘Data Capitalismo’ pues proporciona las condiciones técnicas para seguir avanzando en la llamada Nueva Economía, que tiene en el dinero electrónico y en la robótica sus puntas de lanza digitales”. Otros expertos suman un combate más: la computación cuántica, en lugar de la digital, donde los chinos también están en carrera.

En noviembre pasado, los presidentes Donald Tump y Xi Jinping se vieron en Buenos Aires en el marco del G20 y negociaron una tregua, que no llegó. A fines de junio se verán en las mismas circunstancias, pero en Tokio