“A nosotros nos quedó una necesidad muy fuerte de que se sepa, de dar a conocer lo que está viviendo esta gente. Son años y años de esfuerzo, compromiso, determinación, y están dando un paso central en una lucha de años. Sin embargo, hoy trabajan con los recursos mínimos, sin apoyos, y hasta con el rechazo de buena parte de la sociedad tucumana”. El que habla es el bajista y compositor platense Marcos Archetti. Se refiere al trabajo del Colectivo de Arqueología, Memoria e Identidad de Tucumán, el Camit. PáginaI12 lo convocó a conversar sobre un momento decisivo en su vida: la restitución de los restos de su padre, el filósofo y poeta Armando Archetti, desaparecido durante cuarenta años, y el modo en que la familia –de origen santiagueño  y, como tal, cargada de artistas– decidió inhumar sus restos con una serie de homenajes colectivos y artísticos. Pero para hablar de ese trayecto, él y su madre, María Rosa Hourbeigt, se detienen ante todo en el trabajo de los antropólogos y forenses en el tristemente célebre Pozo de Vargas, donde fueron arrojados los cuerpos de cientos de detenidos desaparecidos. Allí, a unos treinta metros bajo tierra, luego de excavar y traspasar dos napas de agua, el Camit encontró los restos de su padre, identificados luego por el Equipo Argentino de Antropología Forense. 

“Hay una necesidad imperiosa de que el trabajo del Pozo de Vargas siga adelante, porque allí, como en un segundo pozo que está en investigación, se pueden recuperar todavía muchos restos. Es imprescindible seguir trabajando para restituir a las familias, a la sociedad toda, a todos nosotros, algo que estaba siendo ocultado, tapado, violentado. Es el necesario reencuentro con aquel que nos ha sido arrebatado”, suma su testimonio Hourbeigt, esposa de Armando Archetti (ver aparte). La urgencia en sus palabras se relaciona con un dato de estricta actualidad: Contra toda evidencia científica, material y de sentido común –allí ya fueron identificados por el EAAF los restos de 113 cuerpos– Ricardo Argentino Bussi, hijo del genocida fallecido y candidato a gobernador en las recientes elecciones provinciales, se permitió dudar de la existencia misma del Pozo de Vargas durante la última campaña. “No me consta todo lo que dice la Justicia. No vi el expediente. Desconfío de todo, no lo vi al trabajo (de identificación de restos)”, ratificó sus dichos de 2011. En las elecciones del fin de semana pasado en Tucumán Bussi cuadriplicó los votos que había obtenido en 2015, y su lista fue la más votada para legisladores y concejales en la capital provincial. 

El Pozo de Vargas fue un pozo de agua que pertenecía al ferrocarril, de tres metros de diámetro y casi cuarenta de profundidad, ubicado a unos 7 kilómetros del centro de San Miguel de Tucumán. Desde el año 1975 hasta 1979 funcionó como fosa común clandestina muy a mano para el circuito del Operativo Independencia y lo que siguió: se calcula que allí fueron arrojados los cuerpos de unas 150 personas secuestradas en Tucumán y provincias vecinas (como el caso de Armando Archetti, secuestrado en Santiago del Estero). El lugar tomó ese nombre tras ser apropiado por Manuel Vargas, quien amigablemente prestó el espacio a los genocidas para su uso. En 2005, un mes antes de morir y cuando ya la Justicia había autorizado el trabajo en ese lugar, el hombre reconoció que allí arrojaban cuerpos. El Camit empezó a trabajar oficialmente allí en 2002, aunque desde un año antes algunos de sus integrantes venían haciendo trabajo de campo en base a numerosos testimonios. En el trabajo también ha participado el Conicet, la Universidad Nacional de Tucumán, y hay una persona del Equipo Argentino de Antropología Forense, que a su vez luego recibe los restos para su identificación y restitución a las familias. El Pozo de Vargas es el lugar de inhumación más grande de la Argentina, y probablemente de Latinoamérica: Hasta el momento se recuperaron de allí más de 37 mil restos óseos y más de mil piezas de evidencia como ropas, calzados y objetos personales. “Todo el esfuerzo vale la pena, así hubiera una sola familia a la que le llevamos certeza sobre su familiar”, dicen los integrantes del Camit, que actualmente están investigando la existencia de otro pozo cercano, y que cuentan con recursos muy limitados para seguir adelante con la tarea. 

Un proceso sanador

El Pozo de Vargas fue uno de los lugares donde la familia homenajeó en estos días a Armando Archetti, plantando cerca un árbol, como vienen haciendo todas las familias de víctimas identificadas. También fueron al Arsenal Miguel de Azcuénaga, donde funcionó uno de los mayores centros de detención clandestinos del país, y donde se probó que estuvo secuestrado el filósofo. El mismo día la Facultad de Humanidades de la Universidad de Tucumán le rindió homenaje a su egresado, en un emotivo encuentro. “Ahí estuve hablando con una mujer que había sido amiga y compañera de mi viejo en sus épocas de estudiantes. Ella se fue exiliada y volvió a Tucumán con la democracia. Me contaba que sufrió una gran discriminación, que aun en democracia fue tratada como ‘la marcada’. La gente se hacía la tonta para no saludarla, se cruzaba de vereda. Lo cual muestra un modus operandi –el terrorismo buscaba causar terror, y lo lograba–, pero también una reacción muy fuerte en el caso de Tucumán, una sociedad tan golpeada por la dictadura al punto que pueda seguir apoyándola, dándole credibilidad a tipos como Bussi”, reflexiona Marcos Archetti. 

“Todo este proceso fue muy movilizante para todos nosotros. Somos conscientes de que es el resultado de muchas luchas de mucha gente, con logros que se fueron dando uno como consecuencia de otro. Por ejemplo, que los restos hayan sido encontrados e identificados, no sería posible sin los testimonios, sin la lucha para que se investigue ahí. Y a su vez sin los juicios a los represores, y sin la lucha de años de los organismos de Derechos Humanos, y así. Cada paso es fruto del paso anterior”, analiza el músico. “Por eso ahora a nosotros nos urge hacer lo posible para que esos pasos no se corten, porque hemos visto a la gente del Camit trabajando muy solos, casi sin presupuesto, resistiendo. Las excavaciones y el trabajo arqueológico no se pueden detener, necesitan más apoyo”, pide. 

Ese mismo trabajo arqueológico, casi detectivesco, es el que Archetti pudo conocer también en el Arsenal de Azcuénaga, actual espacio de memoria. “Nos acompañó en el trayecto uno de los integrantes del Camit, Ruy Zurita. El nos fue contando cómo el ejército intentó borrar todas las huellas del lugar, y cómo luego reconstruyeron la historia. Gracias a fotos aéreas y a testimonios de sobrevivientes y de gendarmes, pudieron rearmar lo que había sucedido y rebatir el argumento de Bussi padre, que decía que no había pasado nada. Pudieron ver que en ese lugar había dos viejos polvorines, que eran como grandes galpones, y que habían servido de centro clandestino de detención, con una serie de tabiques y totalmente recubiertos con brea. Todo lo que se sabía por testimonios, se pudo ir comprobando allí con las excavaciones”, relata, todavía conmovido por la visita al lugar. 

En la serie de homenajes que siguieron el viernes y el sábado pasado, siempre con convocatorias colectivas, de las que participaron el Instituto Espacio de la Memoria y la Secretaría de Derechos Humanos de Santiago del Estero, se colocó una placa recordatoria en la antigua casona familiar de los Archetti, donde casualmente –o no– hoy tiene su sede la mismísima Secretaría de Derechos Humanos provincial. “Era donde funcionaba el laboratorio de mi abuelo, y a la vuelta, donde mi viejo vivió. La gente de la Secretaría y del Instituto salió a hablar con los vecinos para convocarlos al acto y muchas personas lo recordaban de chico. Eso ha sido muy lindo, el encuentro con la gente del barrio que lo conoció. Es otro tipo de ejercicio de la memoria, que va por otro lado, aunque en realidad es uno solo, recuperar quién fue mi viejo”, señala Marcos. Por la noche se organizó en el Teatro 25 de Mayo el homenaje “Arte por la memoria y la identidad”, con música, poesía, danza, y con la participación de familiares (como buenos santiagueños, con muchos musiqueros y bailarines entre sus filas). “Estamos reencontrándonos y reencontrando a Armando con su vida y su historia. Y quisimos homenajearlo desde nuestro lugar de músicos, bailarines, artistas”, explican. 

“Es algo que no le podemos agradecer a una persona, es el esfuerzo de tanta gente, y lo que ha sido mágico de este viaje a Tucumán y Santiago es que nos hemos encontrado cara a cara con muchas de esas personas”, reconocen los hijos de Archetti. Entre esas personas mencionan especialmente a la abogada tucumana Laura Figueroa, “la gran batalladora en la justicia para que se pudieran realizar los juicios, para que el Estado argentino reconociera después de cuarenta años que nuestro viejo fue víctima del terrorismo de Estado”. Y a Josefina Molina, hija del ex senador y vicegobernador de Tucumán desaparecido (y emblema de la resistencia peronista) Dardo Francisco Molina, y gran impulsora del Camit “Todo este proceso ha sido muy sanador para nosotros. Le estamos pudiendo dar una forma vital, humana, a esta pérdida. Poder despedir a nuestro viejo está siendo tan poderoso, diría que como acto existencial. No solo como hecho familiar, como algo que le ha dado un sentido diferente a nuestras vidas”, concluye Archetti. El sábado pasado las cenizas de su padre fueron esparcidas en el Río Dulce. Ese al que le cantan los santiagueños.