Los enfermos de la familia se convierten en una obsesión para Ella, que no ha logrado terminar la tesis para doctorarse en Astrofísica y le miente al Padre cuando le dice que tiene el título. Para trabajar y avanzar se ilusiona con la posibilidad de contraer una enfermedad grave, pero no mortal. “Ella pidió enfermar para escribir y se enfermó pero no ha terminado ni un solo capítulo. No ha hecho más que anotar fórmulas y juntar palabras erradas, averiadas luciérnagas fulminadas en hojas sueltas”. Un diagnóstico no es más que una etiqueta sobre un cuerpo. Ella vive entre el país del presente y el país del pasado y se enreda entre dos lenguas, la que escribe y la que habla. En el país del presente los migrantes sin papeles se manifiestan contra la xenofobia. El antropólogo forense que es su pareja provisoria se dedica a identificar huesos para acabar con la violencia. La extraña belleza de la escritura de Lina Meruane, escritora chilena que vive en Nueva York, se vuelve más radical en Sistema nervioso (Eterna Cadencia), una novela construida a través de fragmentos que orbitan en torno al cuerpo como un sistema complejo, donde pueden estallar todas las historias posibles.

  La escritora chilena, autora de la diatriba Contra los hijos, estuvo en Buenos Aires invitada por la Untref (Universidad Nacional de Tres de Febrero) al Coloquio Internacional “Los mil pequeños sexos”. Su ponencia sobre la congelación acelerada de los óvulos “no es una crítica contra las mujeres que eligen la fecundación in vitro, sino que es para pensar cómo está operando la lógica de la producción capitalista”. “Detrás de la congelación de óvulos hay una aparataje publicitario y económico que me parece muy preocupante”, advierte Meruane en la entrevista con Página/12.

–¿Por qué Sistema nervioso genera la impresión de que tu obra se está volviendo cada vez más radical en el trabajo con el cuerpo y la enfermedad?

–Llevo diez años trabajando con el tema de la enfermedad, que partió siendo una tesis doctoral, aunque también es un tema muy biográfico porque tengo padres médicos y yo soy diabética. Yo he sido hija y paciente de mis padres, he sido atenta interlocutora de mis padres en temas médicos; en mi casa se ha hablado del cuerpo, las enfermedades, los casos clínicos desde que era muy chica. Siempre presté mucha atención a ese lenguaje que es muy familiar en el doble sentido de la palabra. Cuando me fui a hacer un doctorado a Estados Unidos, quería trabajar otro tema que tenía que ver con las mujeres. Pero justo cayeron en mis manos, de manera “casual”, novelas que tenían como centro el Sida. Entonces inmediatamente las leí y me di cuenta de que no estaban pensadas como novelas del Sida, como parte de un corpus, y entonces diagnostiqué inmediatamente esa situación y empecé a trabajar por ahí. Mientras leía novelas de enfermedad para la que iba a ser mi tesis doctoral, tomé nota de cómo estaba pensado el cuerpo en su versión material, en su versión metafórica y en su versión política. De ahí salen tres novelas: Fruta podrida, Sangre en el ojo y Sistema nervioso. Hay una pregunta que se repite y para la que encontré tres soluciones distintas. En Fruta podrida es cómo se enfrenta una subjetividad ante la cuestión disciplinaria de los discursos médicos, que en esa novela es la resistencia total. Esa resistencia significa la posibilidad de la muerte, de la descomposición: la fruta que se pudre. Aunque quiero a todas mis novelas, el final es un poco problemático porque le doy muerte a mi figura resistente. No le encuentro una salida vital a esa resistencia. Entonces lo que hice en Sangre en el ojo es optar por el camino contrario: la protagonista es cómplice del sistema médico; exige que la medicina le entregue la salud de vuelta, le restaure la salud de su cuerpo. Esa figura es complicada por la complicidad con el discurso médico. En Sistema nervioso me propuse deshacer esa dualidad enfermo-sano y los enfermé a todos. Todos están enfermos, hasta el perro peluche que le regala el padre a la hija, que se llama gastroenteritis. Todos están juntos en la enfermedad. Entonces la enfermedad se convierte en la situación de normalidad, en la aceptación de que tenemos cuerpos frágiles y que estamos en una constante negociación con nuestros cuerpos.

–¿Qué implica ese estar todos enfermos?

–La vida tiene que ver con estar enfermos porque la salud es una especie de utopía a la que uno querría tender, pero a la que nunca se puede llegar porque la salud es un estado de perfección imposible. Cuando nosotros no sabemos que tenemos cuerpo, estamos como dormidos. La situación de máxima conciencia es la enfermedad y siempre estamos en la negociación del cuidado. La condición de la vida es la enfermedad. Nuestros cuerpos contienen el ideal de la salud, pero también el encontrarse siempre con lo otro. Si pensamos en enfermedades, el cáncer es producido por nuestro cuerpo. No es un enemigo externo. La figura del cáncer me parece muy productiva para pensar cómo vivimos con nuestros cuerpos, pero también cómo vivimos en sociedad. Siempre pensamos que hay un enemigo externo, pero como sociedades convivimos buscando un equilibrio entre todos los sujetos que pertenecemos a esa sociedad, y que somos distintos.

–En la novela aparecen contrapuestos el país del pasado y el país del presente de Ella. ¿El país del pasado es Chile y el del presente Estados Unidos?

–Sí. Pero no quería mencionar los países porque no me parecía tan importante, en el sentido de que no solo hay migrantes en Estados Unidos, hay migrantes en toda Europa. La migración y el rechazo a los migrantes es un tema mucho más grande. Y también las dictaduras que se mencionan en el país del pasado fue un fenómeno global para todo el continente. Al quitar el nombre y la referencia exacta se podía pensar en un sentido más amplio. Como la protagonista es astrofísica, yo investigué mucho y es el elemento fresco de esta novela. La imagen del agujero negro y toda la conjetura que hay alrededor del agujero negro me pareció fascinante. Me di cuenta de que en el pensamiento de los astrofísicos la cuestión del tiempo no humano y la idea misma de que cuando estamos mirando el universo estamos mirando el pasado hizo que entrara en mi propia imaginación la idea de que el tiempo tenía que ser un gran tema de esta novela. Vivimos un tiempo muy acelerado cuando estamos enfermos, entonces quería pensar la dimensión temporal en este libro como no la pensé tanto en otros libros. Así pensé el país del pasado y el país del presente, pero hay una inestabilidad en la idea de presente y pasado porque ella finalmente regresa al pasado y el pasado se vuelve a convertir en su presente. Cuando miramos el universo estamos mirando el pasado, pero que a la vez es también nuestro presente. Es como si se aplanara el tiempo, un devenir temporal en el que vivimos constantemente en el pasado-presente-futuro. Por eso aparece el tema de la memoria y el no recordar. Hay un pasado que nos constituye y que es nuestro presente también porque en la medida en que podemos recordar seguimos viviendo el pasado como presente, sigue marcando nuestra psique y nuestro cuerpo. Hay un personaje que me gusta especialmente, Primogénito, que no se ha recuperado de la pérdida de su madre y su cuerpo es frágil. Su cuerpo sigue manifestando esa pérdida, esa ruptura que lleva adentro. El pasado siempre es nuestro presente también.

–El Padre dice que “tener información no es tener conocimiento”, una frase que hace eco en el sentido de que hoy estamos atormentados de información, pero nuestro conocimiento es muy fragmentario y parcial, ¿no?

–Me gustaba la figura del padre como el médico antiguo que piensa el cuerpo como un organismo, como un sistema interrelacionado. El padre es una figura que está muy idealizada en la novela porque de todos los personajes representa al que logra entender el organismo. Cuando le dice a ella que no mire Internet porque se va a encontrar con un fragmento que puede ser muy aterrorizante, muy angustiante, y que lo que ella lea no significa que va a entender lo que está pasando, lo dice desde la consciencia de que hay cosas que nunca se van a poder explicar. Esa figura me ayudaba a pensar el problema del conocimiento profundo del cuerpo como un sistema y el hecho de que estamos perdiendo la capacidad de pensar más sistémicamente porque tenemos demasiada información. Estamos perdiendo la capacidad de profundizar, pero no lo quiero poner en términos apocalípticos porque hay otra manera de acceder al saber. Él mismo se declara como alguien que está fuera del tiempo. Los antiguos tenían una relación muy conjetural con el cuerpo, pero tenían una idea del cuerpo relacionada con los astros: cierta configuración de los astros produce la melancolía y la tristeza. Al mismo tiempo, la teoría médica de los antiguos era la de los fluidos. Si los fluidos no circulaban bien por el cuerpo, generaban enfermedades. El personaje del Padre es generalista y no especialista; quería pensar a ese padre en oposición a muchos de los especialistas que aparecen en la novela; especialistas que no comprenden bien el cuerpo: diagnostican mal porque no entienden del todo. Ella y su Padre comparten la fascinación que sienten por los sistemas.

–”Lo que no se nombra corría el peligro de desaparecer”, se lee en la novela. “Sistema nervioso” implícitamente trabaja también con esa tensión que produce lo que existe, pero también lo que no existe, ¿no?

–El agujero negro como el error 404 es algo que no podemos ver, aunque estamos sabiendo cada vez más. Dentro del sistema se producen los momentos crisis, los momentos fallos; por eso está no solo el error 404 sino los momentos de incomunicación familiar, donde ella dicta un mensaje que se traduce fonéticamente a la otra lengua y entonces se convierte en una especie de error 404 en que la familia no entiende lo que está diciendo. Es cierto que esta novela es mucho más radical que las anteriores, pero al mismo tiempo escribir es ir más allá y llevar la escritura a un extremo, al límite de lo que puedo hacer. Escribir una novela parecida a la anterior sería un sinónimo de fracaso, como que aprendí a hacer algo y me quedé ahí. La escritura es desaprender lo que ya aprendí a hacer, ir en otra dirección, buscar otras cosas y hacerme otras preguntas. Cuando uno escribe las novelas no sabe para dónde van y justamente ese no saber es lo lindo de escribir. Si yo supiera cómo termina una novela, no la escribiría. Me daría muchísima flojera.

–¿Qué preguntas te hacés en torno al lenguaje y sus errores?

–Hay una larga conversación sobre el hecho de que el lenguaje nos permite comunicarnos y no importa si ese lenguaje está bien estructurado, si pertenece a la norma, si sigue la regla sintáctica. Nosotros vivimos en la circunstancia lingüística del contacto y el contacto lo que significa es que hay una serie de calcos que van de una gramática a la otra, que son muy poéticos, muy literarios. El error es lo humano. El ser humano introduce la falla. En esos momentos en que Ella empieza con la asociación libre, que para mí era como una especie de cortocircuito, aparece el momento poético de la novela.

–Después de esta suerte de trilogía donde aparece el tema del cuerpo, la enfermedad y la salud, ¿hacia dónde va tu escritura?

–Todavía no sé mucho, pero estoy con una nueva novela con personajes masculinos. La novela arranca con una guerra de la cual estos hombres desertan. Tengo ese inicio y la voz de esos hombres, que para mí es todo un desafío porque nunca escribí con la voz protagónica de un hombre. Hay algunas ideas, pero no sé bien hacia dónde se quieren dirigir estos desertores.

–¿De qué guerra desertarán? ¿Declararán derrotado el patriarcado?

–Sí, tal vez el patriarcado, pero también la idea de naciones excluyentes. Todas las guerras son un intento de redefinición y ampliación del Estado que implica la exclusión de los otros. Ese es un tema que me preocupa: cómo se configura el Estado. Todavía hay Estados que se piensan en términos de conquista, en términos coloniales en el mundo actual, y los personajes de mi novela desertan de esta idea. No quieren participar de este emprendimiento que implica matar a los otros en función de la idea de nación.