Nadie sabe de dónde salió el oso que una mañana aparece en la casa de Kaoru, dispuesto a desayunar junto a esta chica de unos treinta años, que vive con su canario Kiiroitori. El oso se llama Rilakkuma. Cocina panqueques, es glotón y suave como un gatito aunque mucho más enorme. Tampoco queda claro de dónde viene Korilakkuma (osito, osita u osite de color rosa pálido, cada quien puede elegir) que también se suma a esa mesa como si no hubiera hecho otra cosa que estar siempre ahí. Uno de los aspectos que hace a la narrativa japonesa tan interesante es que en general no pierde tiempo en explicaciones sino que sencillamente pone en pie de igualdad lo cotidiano y lo fantástico para contar historias. Eso es lo que ocurre en Rilakkuma y Kaouru, una sorprendente serie hecha en stop motion.

A lo largo de trece capítulos que duran menos de quince minutos, el equipo que encabezan el director Masahito Kobayashi y la guionista Naoko Ogigami crea pequeños mundos dentro de un edificio que está a punto de ser destruido. La gentrificación no aparece mencionada pero está claro que esos pocos pisos con escaleritas azules pueden ser un enorme rascacielos de uso comercial. Ahí, a su departamento acogedor pero sin pretensiones, llega Kaoru cada tarde, después de trabajar en una empresa donde el gerente avisa que rebajarán sueldos (la realidad global instala problemas similares en Japón y aquí). La protagonista se siente muy sola: sus amigas se casaron, tienen hijxs y vidas que ella no está segura de querer del todo. Sus compañeras de trabajo la consideran “rara” porque no le interesa la moda ni está todo el tiempo pendiente de su celular. Su madre, en algunas esporádicas llamadas desde el campo, le dice: “Ya no sos joven. ¿Por qué no renunciás al trabajo y te volvés a casa?”.

Rilakkuma surgió hace más de diez años como un dibujo capaz de competir con la gata Hello Kitty pero esta nueva serie no está solo destinada a niñxs. “Todos tenemos momentos donde las cosas no funcionan como queremos. Eso es lo que le ocurre a Kaouru. Y lo que descubre es que el verdadero amor tiene que ver con quienes te hacen feliz en lo cotidiano”, cuenta la guionista. El argumento no es novedoso y sin embargo, es difícil sustraerse a la belleza de cada episodio. La serie atraviesa las cuatro estaciones acompañando el viaje iniciático de Kaouru, que no se transforma en heroína por recorrer grandes distancias sino por aceptar que ser distinta a muchxs no está nada mal.

¿En qué consiste la soledad? ¿Quiénes son tus verdaderxs amigxs y tu verdadera familia? ¿Por qué el amor romántico parece ser la solución a todos los problemas? Estas son las preguntas que se hace la protagonista y que a veces la hunden, literalmente, en una suerte de pozo acuoso y negro. O que la llevan a comprar por internet demasiados equipos para hacer fitness. 

Fue necesario crear una ciudad diminuta a escala con todos los personajes y grabar durante dos años para conseguir apenas diez segundos de animación cada día. Pero, como explican lxs creadorxs, el stop motion permite hacer lo que quiera tu imaginación. Así que en esta serie aparecen escenificados los pensamientos menos luminosos de Kaouru pero también, las múltiples realidades que proponen sus amigxs. Y es que, aunque pasen todo el día en casa, pueden pedir trabajo para ayudar a pagar el saldo exorbitante de la tarjeta de crédito tras la fiebre fitness (a ningún empleador le resulta extraño que sean animalitxs), convertirse en trending topic en redes sociales subiendo un clip o viajar al espacio y hacer amistad con un marciano.

Ni el pajarito ni lxs osxs hablan pero, claro, eso no es problema. Lo importante aquí es cómo una chica encuentra en estxs amigxs preciosxs y una pizca freaks, su verdadero espacio de pertenencia.