¿Y qué esperaban que los aplaudan? (Ignacio Copani)

Nos matan y salimos a la calle a gritar Ni una Menos, sin padrinos, ni hadas madrinas confiando en nuestras propias fuerzas y nuestro mejor escudo es nuestro deseo de decir Basta al Patriarcado que mata a diestra y a siniestra a cualquiera que diga "no quiero formar parte de tu 'corona', no queremos ser otro territorio colonizado/conquistado.

Así transitamos del silencio al grito y ganamos las calles, estamos en los medios de comunicación, y el sistema patriarcal se enfurece por el miedo que les causamos las mujeres que día a día elegimos atravesarlo y atrevernos a ser nuestras propias artífices. Los varones‑machos (muchos, muchísimos) cada día se enojan más, porque somos más las que vamos dejando atrás el miedo y ganamos la calle, el otrora espacio público que era de ellos, naturalizando así que dicho espacio es de los varones‑heterosexuales, androcentrismo despojado de historia, una historia plagada de conquista, dominación y ejercicio despótico del poder.

El horror aumenta en la misma medida que aumenta la injusticia social, la impunidad con la que se manejan los hijos del poder, sus ancestros constituyen, los feudos territoriales son los "dueños de la tierra", sus hijos al igual que ellos se apropian de los cuerpos de las mujeres, las drogan, las violan, las matan, las arrojan a la vía pública, cual deshecho, total "no pasa nada". La impunidad tiene que ver con los límites y estos con la ley, una ley que marque qué está bien y qué está mal, no inclinando la balanza a favor de los poderosos.

Como sociedad heredera de una moral judeo‑cristiana, hemos olvidado aquel mandamiento de "amarás a tu prójimo como a ti mismo", tal vez, por lo absoluto del mismo, no lo hemos llegado a comprender en su totalidad. Mi prójimo es mi próximo, es quien camina conmigo, aunque no piense como yo, más allá de su condición sexual, económica, de etnia, etc. ¿Será que acaso las mujeres no constituimos ese imaginario colectivo de ser el prójimo?

Los cuerpos de las mujeres son herederos del pensamiento y accionar imperialista, conquistan para evangelizar, disciplinar, educar... Entonces, nos matan como mataban a los esclavizados que se sublevaban, les cortaban la cabeza para escarmiento de los demás. En ese caso parece que la historia fuera circular.

Cuerpos moldeados, disciplinados, con dietas, ropa, discursos, modas, fármacos, la emancipación también pasa por nuestros cuerpos y en este territorio es donde más se les complica a los varones, ellos están convencidos que nuestros cuerpos les pertenecen, por eso la cosificación. Entonces, ¿cómo aceptar que podemos mostrar nuestras tetas cuando nosotras lo decidimos y no cuando ellos lo deciden, no para venderlos o erotizarlos para ellos, sino porque queremos andar sin corpiños? Ellos son una metáfora de tanta censura que pesa sobre nuestra historia de mujeres. En tanto que sí los podemos mostrar si nos hemos puesto siliconas, lucir pechos perfectos, voluminosos, como nos los hicieron en un quirófano, parece que eso no molesta al poder de turno, no atenta contra ninguna moral, como tampoco atenta la pornografía que la TV todo el tiempo promueve.

Cuerpos, bocas, manos que eligen tocar, decir, desear por sí mismos, y no conforme a las reglas del discurso hegemónico. Entonces, aparece la policía ejerciendo su autoridad y vigilando la moral, junto a una sociedad hipócrita que se empeña en sostener una doble moral, que no se horroriza sino que festeja cuando Tinelli muestra colas de mujeres, naturalizando la prostitución y cosificando a los cuerpos. Eso es obsceno lo fuera de escena, si los cuerpos de las mujeres pueden ser consumidos por hombres capaces de despojar a los mismos de su historia, de su deseo, cuerpos que solo pueden ser deseados por los hombres pero no cuerpos y bocas que hablen de sí mismos. Su borde es la locura, ayer nos quemaron por brujas, en tanto seamos cuerpos enajenados, significados por el discurso hegemónico, no introducimos resquebrajamientos al sistema, no somos brujas, ni locas, somos las nadies (Galeano). "Las mujeres preocupadas por su propia condición de deseables eran menos capaces de expresar y buscar lo que ellas mismas deseaban" (N. Wolf, 1991).

Mientras nuestros cuerpos no manifiestan de modo autónomo su deseo, sino que se contorsionen, imiten y hagan los gestos que se espera que hagamos no constituye ningún peligro, porque confirmamos ser objeto del deseo del otro.

Si nos matan, nos violan, es porque "algo habremos hecho", ¿recuerdan la frase? Entonces, el tetazo, para ese sector social, es el mismo que pide la baja de edad para la imputabilidad, que pide mano dura y avala el gatillo fácil, que discrimina y criminaliza la pobreza, nos lleva a pensar que las consecuencias del neoliberalismo cobran vigencia día a día, y la educación fascista ha logrado su cometido: El otro es mi enemigo no mi semejante.