Para algunos, lamentablemente, se ha convertido en una experiencia casi cotidiana. La falta de energía eléctrica acompaña al usuario acompasando el ritmo de la suba  de tarifas que se apoya discursivamente en la promesa reiterada de la mejora del servicio, así sea en algún hipotético segundo semestre.

  Los más pobres, quienes más habitualmente sufren los cortes, han desarrollado una suerte de gimnasia para sortear obstáculos y burlar inconvenientes. En el barrio ya conocen quienes son los vecinos que “sobreviven” al corte de la fase y cuyas casas de convierten en refugio del resto para calentar la comida o para acceder como se pueda a una ducha caliente sin perturbar demasiado la vida familiar de los propietarios. Aunque éstos  últimos se muestran habitualmente dispuestos  a colaborar, sea por generosidad lisa y llana, sea porque fueron o serán futuros demandantes de solidaridad vecinal cuando la que salga de servicio sea “la otra fase”. O porque todos, unos y otros, se encontrarán en el piquete barrial alimentando la fogata revoltosa cuando el suministro de energía se corte de manera abrupta, total y sorpresiva dejando a todo el mundo librado al simple amparo de las velas… que para peor son caras y aumentan de precio con cada corte.

  Pero cuando esto sucede en la volteada caen también los menos adiestrados a los apagones, que además de no estar acostumbrados a iluminarse a velas, suelen hacer gala de toda suerte de electrodomésticos comprados en aquellos tiempos en los que creían tener derecho a adquirirlos y que, claro está, se alimentan con electricidad. Cuando el -en este caso- vital elemento dejar de fluir por las redes, también se paralizan los bienestares con los que las tecnologías hogareñas hacen más placentera la vida cotidiana de las clases medias otrora ascendentes.

  Hasta aquí la molestia y los sinsabores que genera un corte ocasional –de esos que siempre ocurren- con restablecimientos parciales hasta el reinicio del servicio con baja tensión o sobrecarga, seguido de la promesa de que no volverá a ocurrir. Eso que los pobres ya asimilaron como mentira reiterada, y que los otros reafirman con la certeza congelada en vista  de que se robaron todo y esto es lo que tenemos que pasar para que en el segundo semestre todo cambie o que al final del túnel aparezca la luz –nunca mejor dicho en este caso- tan añorada.

  El escenario cambia cuando el corte  pasa de ser un episodio de pocas horas a una realidad palpable de varios días. Primero hay que recurrir a las velas –las pilas están muy caras- para alumbrarse. Movimiento inicial. Pasadas las horas el agua también deja fluir porque los tanques se vacían y las bombas, que también funcionan con electricidad, no aportan. Y el freezer -resguardo salvador de las comidas rápidas a la luz (¡vaya paradoja!) de los avances tecnológicos de la vida moderna- se transforma en una insoportable fuente de olores nauseabundos que solo invitan a deshacerse rápidamente de ellos. A sabiendas de que a continuación será inevitable invertir en comida familiar en un restaurante lejano a la “zona del desastre” porque en el barrio ya no resulta confiable ni la casa de comidas que se ufana de exhibir un grupo electrógeno para envidia de los comerciantes vecinos que siguen tirando mercadería. ¿Por qué? dirá el desprevenido. ¿Quién te garantiza la cadena de frío?, dice inquisidoramente la cuñada que ya padeció dificultades por comprar en el supermercadito de propietario de origen oriental y que también dice  galantizal la cadena de flío.

  Y lo peor… lo peor es la incomunicación. Frente al apagón prologando habrá que confiscar energía en el laburo para cargar las baterías del teléfono móvil y aprovechar la red wifi del consultorio médico o de un ocasional café de la zona céntrica. Pero ¿para qué querés la red de wifi? Ah... porque por mi barrio cuando hay apagón, también se pierde la conexión.

  Usá el telefóno para saber cuándo restablecen el servicio… dice el primero.

  Si te contestara un ser humano… responde la segunda. Y abunda en información diciendo que el mensaje grabado remite a los anuncios en redes digitales de la empresa eléctrica, muy al día con desarrollos tecnológicos comunicacionales a la altura de los aumentos tarifarios. Para decir… que estamos trabajando para mejorar el servicio. Imposible preguntar cuándo.

 

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