Se pusieron de moda las series ultraveloces y ultracortas. ¿Es que no podemos quedarnos sentados mirando una pantalla por más de 20 minutos sin distraernos, acaso? Sí, pero no.

La tendencia comercial manda y la sociedad de la multipantalla y el multitasking ha llevado hasta el entretenimiento lo que era un mal laboral: hacer todo a la vez. Y los productores audiovisuales hallaron en la fragmentación y la narración corta el modo de competir contra la tentación de Internet y las redes sociales. Netflix no compite contra el cine, Netflix compite contra Twitter: los capítulos de algunas series van a durar lo que dura tu viaje en subte el laburo, por ejemplo.

Así pasaron The End of the F*** World, Sex Education, She’s Gotta Have It, Bonding, Russian Doll y siguen las firmas: hay cientos de series para ver con (pocos) episodios y breves. La media: temporadas de seis a diez capítulos, cada uno de ellos, de 25 minutos de duración. Como una cultura del entretenimiento para la atención dispersa. Como para ver series enteras en lo que antes se veía una película larga.

En ese marco, la novedad de Netflix es How to Sell Drugs Online (Fast). Una microserie alemana de seis episodios –duran de 23 a 28 minutos– que propone una historia bastante clásica: un nerd de secundaria es dejado por su novia y se propone recuperarla. ¿Pero por qué de pronto nos interesaría la vida de Moritz, el mentado nerd, y sus avatares?

De pronto un pibito de un pueblo de 28 mil habitantes puede ser igual que cualquiera de nosotros en cualquier mega urbe planetaria o en cualquier pobladito. La clave no está en la globalización mal entendida, ni siquiera en la universalidad de los problemas humanos -todos sufrimos por amor, todos tememos a la muerte, todos tenemos que lidiar con la subsistencia material y todos tenemos problemas familiares por presencia o ausencia de. La clave está en que los consumos nos han unificado: estamos todos presos del celular y la virtualidad, entre la cultura zapping, la del videoclip y las múltiples ventanas emergentes o pestañas abiertas. La clave de How to Sell… es replicar esa vivencia en su estética y su modo narrativo. La edición ultra veloz, la sensación de que se está en un viaje a través de una generación y sus formas de estar y ser en el mundo.

¿Pero qué hay con perseguir a una chica que ya no te quiere, amigo Moritz? Podríamos decirte que sueltes, mi viejo, pero el concepto de series-que-basan-su-foco-en-el-protagonista-despechado-que-hace-todo-por-recuperar-a-la-chica queda descentrado aquí por dos factores: por un lado, una vez que sale de la primera etapa de indagar en las redes sociales de ella, ya no hay obsesión en torno al cuerpo de la chica, no es pasible de una perimetral en tiempos de #metoo, digamos. Y, por el otro, la escena se dinamiza cuando pone en foco en los avatares de Moritz y Lenny y la idea que dio origen a todo queda, por suerte, desenfocada.

Nos importa poco la historia de amor -aunque en el fondo toda trama es una historia de amor desde el año cero hasta nuestros tiempos- porque nos ponemos el lente de la alocada vida de los vendedores de droga. Aun así: todo esto es posible porque emerge detrás lo importante, una serie nunca es sobre lo que dice que es -y si lo es, dejá esa serie-. How to Sell…, entonces, no es sobre la venta de drogas ni sobre recuperar a la chica, pero es sobre todo el abanico de emociones y experiencias generacionales -modos de consumo y relacionamiento con el mundo- de la generación z. Es su pequeño objeto de estudio.

Es, a la vez, una pregunta: ¿cómo mantener el control en un mundo que se evapora al ritmo de las ventanas emergentes?  La historia de Mortiz está inspirada (pero no es) la historia de Maximilian S., el joven alemán que seguro se preguntó eso y que ahora duerme en la cárcel -y sale de día- por haber sido hallado culpable de crear un emporio de venta de droga online de más de 5 millones de dólares al año. El pibe, un “vago que se la pasa todo el día en su cuarto con la computadora”, según la madre, resultó un éxito desmedido que se convirtió en furor europeo de negocios: mezcla de Jeff Bezos con Pablo Escobar. O un nerd sin pruritos, digamos.

Los creadores de la serie son Philipp Kässbohrer y Matthias Murmann, dos alemanes que no habían hecho ninguna serie previamente. Y terminaron vendiéndole su producto a Netflix, que ya negocia una segunda temporada, porque para algo se hacen series cortas, que sirven de testeo rápido. Ellos se reunieron con el vendedor de drogas y decidieron que su vida era aburrida. Por eso Moritz va en busca de un amor.

Entonces, otra vez, ver toda la serie y los avatares por universo de la venta de drogas en la deep web te va a llevar unas 3 horas máximo. Vas a verla, vas a disfrutarla, vas a poner otra serie y vas a olvidarla pronto. De eso se trata el universo de las microseries.