Alguna vez, Steve Hogarth definió a su música como el resultado de que Pink Floyd y Radiohead tuvieran un bebé. Admirador de John Lennon y Leonard Cohen, el cantante de Marillion tocó este jueves en Mar del Plata (Teatriz Club, Diagonal Pueyrredón 3338) y el sábado lo hará en Buenos Aires (ND Teatro, Paraguay 918), respectivamente, para explorar en clave solista ese mismo significado, con un sistema que propone intermitentemente desde hace más de una década: el músico, un piano, y el público, habilitado a hacerle preguntas y sugerir canciones. “Todo empezó como una reflexión sobre mi vida familiar, mi entorno e influencias a través de las épocas. Ahora toco lo que tengo ganas, de acuerdo a lo que perciba en la sala en cada momento. ‘Espontáneo’ e ‘interactivo’ son las dos palabras que mejor definen a estos shows”, razona el inglés de 63 años, que ingresó a Marillion en 1988, cuando el grupo ya era un referente del rock progresivo de ese país. “Es extremadamente aterrador, ¡no hay dónde esconderse! Soy sólo yo, sin guion ni lista de temas, por lo que no sé qué va a pasar, ni qué voy a hacer. Es un desafío, y creo que el temor es parte esencial del espectáculo”.

La mayor parte del set suele apoyarse en material personalizado de Marillion, pero su intuición o el pedido de la audiencia pueden llevarlo hacia otros lares, cuenta. Algo vinculado a su niñez, quizá: con su padre en la Armada y lejos de casa, su madre solía cubrir el silencio con una radio que dejaba encendida día y noche. Hasta que un día, a los siete años, Steve descubrió a los Beatles: “A partir de ahí me hice fanático, principalmente de la época más experimental, esos discos como Revolver, o Sgt. Pepper’s. La explosión de música en Inglaterra, que también tuvo a los Rolling Stones, a The Kinks, a The Who, se me metió en la piel”, relata.

Marillion no tendrá la narrativa pop de Pink Floyd, la intensidad de Rush o la técnica de Dream Theater, pero al cabo de 40 años de carrera el quinteto logró abrirse camino entre las cenizas de la escena prog, que en los ’80 parecía marchar indefectiblemente hacia el cadalso. Fuck Everyone and Run (FEAR), su decimoctavo álbum de estudio -lanzado en 2016-, trepó en los charts más rápido de lo habitual, y llamó la atención por su musicalidad tanto como por su conceptualidad, en donde Hogarth denuncia una ola de egoísmo que azota al globo, sin necesidad de acudir a la distopía, es decir, con preocupación por el presente y no por el futuro. Al menos eso sugiere en piezas como “The new kings”, especialmente en su primer movimiento, que lleva el nombre del disco, y apunta hacia los responsables del “derretimiento financiero” de la economía occidental de hace una década: los CEO de grandes bancos. “Al escribirlo pensé en mi país, en el capitalismo y en la obsesión por el dinero. Sin embargo, cuando lo tocamos en diferentes lugares, parece que todos estuviéramos hablando de lo mismo”, comenta. “Hubo un momento, entre el final de los ’60 y principios de los ’70, en el que mucha gente creyó que era posible mejorar al mundo. Y si bien en algún grado hubo éxito, tenemos también el desesperante problema del medioambiente, que es el principal desafío de estas generaciones -expone, no sin algo de primermundismo-. Es urgente limpiar el mundo antes de que lo arruinemos, estamos muy cerca de que sea demasiado tarde”.

 

La postura anti-corporativa de FEAR tiene acaso un correlato en el recorrido discográfico de la banda, que ya en 1997 había pre-financiado una gira por los Estados Unidos a través de una cuenta bancaria abierta, formato que de alguna manera replicaron para Anoraknophobia, en 2001, lo que los convirtió en uno de los primeros artistas del mundo en recurrir a estrategias de financiamiento colectivo. De la misma forma, y a diferencia de muchos de sus colegas progresivos, la mirada del músico acerca de las nuevas formas de consumo de música no llega a ser apocalíptica: “No encajamos en la situación de tracks individuales de Spotify, sí en el formato de álbum más al estilo Pink Floyd, es decir, discos que funcionan como manifiesto artístico -distingue-. Cuando vivís en una cultura en la que se seleccionan tracks por separado para armar una lista de reproducción, estás escuchando todo fuera de contexto, lo que no es necesariamente un problema, pero es una lástima, porque es como ver sólo una esquina de una pintura, en lugar de verla completa. Lo que me entusiasma de este momento es que no es necesario tener mucha plata para poder grabar un disco, podés hacer un gran hit desde una habitación”.