“Si insistes en clasificar mi comportamiento antimusical, yo, aún mintiendo, tengo que argumentar que esto es bossa nova. Esto es muy natural”, cantaba João Gilberto en “Desafinado”, todo un manifiesto del género que bien supo patentar, y que, al igual que esa nostalgia inexorable arraigada en su ADN, hoy lo llora. El pionero de la bossa nova se despidió de este mundo en la tarde del sábado, a los 88 años, en Río de Janeiro: patria de la cadencia musical que tomó la primera parte de su nombre de una jerga local muy popular en la década del 50, y que significaba “encontrar una nueva manera de hacer algo”. O al menos ésa es una de las teorías.

La noticia la compartió a través de las redes sociales su hijo, João Marcelo: “Murió mi padre. Su lucha fue noble, él intentó mantener la dignidad incluso con la pérdida de la independencia". El escritor y periodista, fruto de la relación del músico con la cantante Astrud Gilberto, también advirtió que el movimiento de la MPB “puede ser dividido en antes y después de João Gilberto”, a lo que agregó que no fue Carmen Miranda quien internacionalizó la música brasileña, sino su progenitor.

Aunque no trascendieron las causas de su muerte, Gilberto estaba confinado desde hace varios años en un departamento prestado en Río de Janeiro (según algunas fuentes, pertenece a Paula Lavigne, la mujer de Caetano Veloso), enfermo, en bancarrota y solo. El artista se encontraba en el medio de una disputa legal, que provocó incluso el desalojo del departamento donde vivía en el barrio carioca de Leblon, entre sus hijos João Marcelo y la cantante Bebel Gilberto (a quien tuvo cuando fue pareja de la cantante Miúcha, hermana de Chico Buarque) con la periodista Claudia Faissol, última ex esposa, y cuarenta años más joven.

Ellos acusan a la también madre de su hija adolescente, Luisa, de aprovecharse del mítico músico. Pero no era el único conflicto por el que atravesaba este bahiano universal. En marzo pasado se conoció que un tribunal carioca le dio la razón al cantante, guitarrista y compositor por las regalías de sus primeros tres discos en los sesenta (se los debían desde 1964), poniéndole fin de esta manera a un viejo litigio. De los 45 millones de dólares que obtuvo, sólo una parte le corresponde a Gilberto.

 

 

Uno de los discos por los que este arquitecto de la bossa nova reclamaba sus regalías era Chega de saudade, su debut como solista, y que en marzo de 2019 celebró seis décadas de su lanzamiento. La canción que le dio título, de la autoría de Tom Jobim y Vinicius de Moraes, había sido incluida inicialmente en el LP Canção do amor demais, de Elizete Cardoso. Lanzado apenas un año antes, este trabajo tuvo entre sus músicos a Gilberto, quien prestó su guitarra en los temas “Chega de saudade” y “Outra vez”, consideradas las primeras canciones de la llamada “batida de bossa nova”.

Meses más tarde, en agosto, el músico, con el respaldo de Tom Jobim, Dorival Caymmi y Aloysio de Oliveira, grabó un single de 78 RPM, compuesto por los temas “Chega de saudade” y “Bim Bom”, dando inicio así a la bossa nova, al tiempo que se convirtió en un gran éxito comercial. El lanzamiento del primer álbum solista de Gilberto, amén de servir de disparador de una novel manera de tocar samba, impactada asimismo por la influencia del jazz estadounidense, influyó a toda una nueva generación de músicos brasileños.

João Gilberto Pereira de Oliveira, quien llegó a Río de Janeiro en 1950, tras iniciar su carrera artística a los 18 años en la Rádio Sociedade da Bahia, generó con ese trabajo toda una revolución sonora que cautivó a los en aquel entonces adolescentes Gilberto Gil, Caetano Veloso, Chico Buarque, Milton Nascimento, Edu Lobo, Roberto Carlos y Jorge Ben Jor. Pero quizá su mayor importancia radica en que, por más que haya sido innovador en la manera de entender el ritmo, la armonía, la técnica de tocar la guitarra y la forma de cantar (ambas caracterizadas por su introspección y economía, lo que se tornó en la guía para los arreglos de Tom Jobim), nunca rompió con la tradición ni con el pasado.

En 1960, el cantautor originario de Juazeiro (pequeña ciudad del sertão de Bahía) presentó su segundo álbum en solitario, O Amor, o sorriso e a flor, que dos años más tarde apareció en Estados Unidos, lo que significó la internacionalización de la bossa nova. Mientras que en 1961 publicó su tercer trabajo, titulado igual que el artista, con el que cautivó a la escena jazzera estadounidense. Al punto de que sus figuras viajaban a Brasil para descubrir los misterios de esa guitarra.

Tres años luego de casarse con Astrud Gilberto (única cantante que fue nominada al Grammy como brasileña y estadounidense), Gilberto desembarcó en Nueva York con un recital en el legendario Carnegie Hall. Lo que fue el aliciente para la grabación, en confabulación con el saxofonista de jazz Stan Getz, del disco Getz/Gilberto, en 1964, que le sirvió al artista brasileño para ser considerado el músico más influyente de los Estados Unidos en los últimos 40 años. Ese álbum, lanzado por el sello Verve, producido por Creed Taylor y que tuvo en calidad de ingeniero de sonido a Phil Ramone, no sólo convirtió en un himno a “The Girl from Ipanema” y obtuvo cuatro Grammy, sino que también influyó a generaciones de jazzistas en todo el mundo.

Sin embargo, su realización no fue fácil, pues en el medio aparecieron los desencuentros entre ambos creadores, que tuvieron como mediador a Tom Jobim. Al tiempo que, y vaya que la historia fue coherente en ese sentido, las regalías fueron en su mayoría para Getz. En tanto que Gilberto sólo ganó 25 mil dólares y a Astrud le pagaron 130 dólares por cantar “Garota de Ipanema”.

A pesar de aquel fabuloso desencuentro, el artista, que fue criticado en sus inicios por su voz “afeminada”, hizo de Nueva York su casa e incluso tuvo ahí a Bebel Gilberto. Hasta que en 1979, luego de varias idas y vueltas, decidió regresar definitivamente a Brasil. Aunque nunca dejó de grabar ni tampoco de girar. De hecho, en 2003 viajó por primera vez a Japón, a donde regresó al año siguiente y del que surgió un disco en vivo.

Si en 2019 se cumplieron tres décadas de su última grabación discográfica (su último CD apareció en 1989), su última actuación sucedió en 2008 (en Buenos Aires estuvo en 1999, al lado de Caetano Veloso, celebrando 40 años de la bossa nova). Aunque en 2011 se anunció una gira para celebrar sus 80 años que terminó en escándalo por su abrupta cancelación y por la devolución del adelanto de 600 mil dólares. La última vez que los brasileños lo vieron ataviado junto a su guitarra fue en 2015, acompañado por su hija Luisa, haciendo la “Garota de Ipanema”. Este genio musical caracterizado por su obsesión, al que le gustaba tocar con traje y sobre un taburete, estaba desmejorado.

Además del jazz, universo en el que Miles Davis, Frank Sinatra, Ella Fitzgerald, Dizzy Gillespie, Tony Bennett se declararon fans de sus obra, en su país su legado no sólo impactó en la MPB, sino también en el Tropicalismo e incluso en la versión local de un género electrónico como el drum and bass. Lo mismo pasó en el new bossa nova, el downtempo y en el acid jazz. Al igual en figuras musicales de la talla de Eric Clapton, Bob Dylan y David Byrne, lo mismo que intelectuales como Simone de Beauvoir y Jean-Paul Sartre.

Apenas se conoció su muerte, Gal Costa manifestó que se había ido “el mayor genio de la música brasileña”, y Caetano Veloso, su alumno y compañero de mil aventuras, expresó: “El, en el momento exacto, preciso, apareció en mi vida, dando el sentido más profundo de las artes. No sé cómo decir que él dejó de existir como persona física”. Semejante paradoja que el músico más afinado del Brasil, al mejor estilo de esa cantera de dribladores paisajísticos de la Canarinha, se atreviera a hacerse cargo de algo que no le sobraba: “En el pecho de los desafinados también late un corazón”.