Lo del monstruo fue una idea. “Una ideíta”, intenta minimizar ella. “Sólo una de esas visiones que aparecen solas cuando tienes la mente retraída y alerta, o -por el contrario- cuando se despliega y  está ajena a todo”, agrega. Pero a esa altura, el texto está tomado por la desmesura. Esto no se traduce en historias fantásticas ni en grandes postulados sino en algo más mínimo pero igual de inquietante: la constatación de que bajo el agua quieta o simplemente en el aire campestre hay vidas encriptadas, que reclaman ser nombradas para desperezarse. Y no deben ser nombradas de cualquier modo sino a través de palabras habitadas por el silencio, la contemplación y -sobre todo-la poesía. De estas materias poderosas y sutiles está construido Estanque. 

Editado por Eterna Cadencia, éste es el primer libro de ficción de la inglesa Claire-Louise Bennett. Llega aquí habiendo sido finalista del Premio Dylan Thomas y señalado con interés por medios como The Paris Review o el NY Times luego de ser publicado inicialmente en Irlanda, en 2015. De hecho, si fuera posible situar un espacio geográfico para estos veinte relatos breves (algunos brevísimos, de apenas dos oraciones), sería una granja solitaria de la costa irlandesa. Allí vivió la escritora durante algún tiempo. “Sentía un alivio que sólo suelo experimentar de modo intermitente. Me sentía liviana y quizás por primera vez el ambiente externo se transformó en una continuación de mi mundo interior”, contó.

Esa continuidad se observa en el modo en que se van desplegando los relatos, con una libertad creativa y sensual cada vez más desbordante. Las anécdotas son mínimas: cómo sería un almuerzo ideal, por qué un novio le recomienda andar con palos cuando sale sola, qué puede ocurrir cuando una hoja cae entre sus piernas mientras está en la bañera. A partir de ahí el mundo se eriza. “Una sale a investigar, a desarrollar la facultad de reconocer las cosas para, con el tiempo y con la práctica necesaria, adaptarse a los logos encriptados de la tierra”, escribe.

Los textos no guardan demasiado vínculo entre sí. Pero en todos aparece una primera persona, un “yo” que engarza cada pieza con la libertad de quien no siente necesidad de dar examen. En el primer relato “Viaje en la oscuridad” -de apenas una carilla- unas niñas observan a un hombre que desean. “Las otras dos se demoraron junto al arroyo mientras yo me trepaba a la pared y me metía en tu jardín ornamental, me recostaba sobre el pasto inviable y me quedaba dormida abrazada a una caracola lila”, dice la autora en un registro que de modo constante se desplaza de la narrativa a la opacidad propia de la poesía, donde lo que importa es más el lenguaje que la anécdota. No casualmente la traductora de esta edición es la poeta Laura Wittner.

Mientras las páginas avanzan, lo cotidiano se transforma. En “El gran día” el fluir de las ideas decanta en un estanque poco profundo luego de detenerse en alusiones a cartas, diálogos incidentales con vecinos o tazas de té que se enfrían en la cocina. Todo ocurre aunque nada ocurra. Es desconcertante, sí, porque las costuras que separan el mundo externo y el otro se han roto. “Las líneas cruzaban las páginas pero eran imperceptibles por lo oscuro que se había puesto y una vez que una palabra era escrita ya era irrecuperable, como si hubiera sido abducida”, dice.

Por la brevedad de sus relatos, Bennett ha sido comparada con Lydia Davis. Sus universos también pueden leerse bajo la luz de una gran poeta, Jane Kenyon (que escribió su obra en su granja de New Hampshire) e incluso, cuando en cierto aspecto se vuelven terroríficos por lo extraños, con ciertas chicas adorables creadas por Shirley Jackson y puestas a vivir al margen de los desquicios de la civilización. Ahí donde las mujeres encuentran su esencia salvaje, encantadoramente monstruosa. Y

Estanque
Claire-Louise Bennett

Eterna Cadencia Editora
Traducción de Laura Wittner
160 páginas