Horacio Quiroga creó el seudónimo de S. Fragoso Lima apelando quizás a la complicidad de los lectores de revistas de principio del siglo XX, apasionados por las historias de aventuras de corte cientificista y de luchas contra la naturaleza salvaje. Por sonoridad y grafía, ese "nom de guerre " bien pudo ser asociado al de algún narrador exótico -sin duda de origen hispano- devenido en científico, geógrafo, explorador o, incluso, dandy europeo. Pero sólo son conjeturas. Quiroga casi no dejó huellas sobre el origen de S. Fragoso Lima, al que sólo responsabilizó de la escritura de seis novelas breves publicadas entre 1908 y 1913 en las revistas Caras y Caretas y Fray Mocho.

Esos relatos aventureros, aparecidos por entregas semanales y con ilustraciones, dejaban entrever que S. Fragoso Lima no era únicamente una máscara de Quiroga para recibir algunos ingresos más, sino que era el nombre de un autor que además de estar al tanto de los temas de la época, conocía al detalle los resortes de la estructura folletinesca: esas demoras, esas sorpresas y esas necesarias repeticiones. Incluso, todas esas virtudes narrativas lo llevaron a competir -en cuanto al fervor de los lectores-, con los cuentos “serios” que Quiroga sí firmaba con su nombre y apellido.

De los cinco años de existencia de S. Fragoso Lima quedaron las siguientes historias tituladas a la manera de Verne, Kipling o Poe: Las fieras cómplices (1908); El mono que asesinó (1909); El hombre artificial (1910); El devorador de hombres (1911); El remate del Imperio Romano (1912) y La cacería humana en África (1913).

Hoy todas ellas han sido reunidas en una única edición, particular: una caja-estuche que contiene cada relato en un volumen independiente y que posee las ilustraciones originales. Lo singular y desafiante de esta edición uruguaya -que en breve se distribuirá en la Argentina- es que todas esas historias llevan como título en tapa el nombre de aquel misterioso seudónimo, alcanzando (si cabe) el estatus de autor y relegando por primera vez a Quiroga a ocupar el banco, en el interior de la edición, como subtítulo aclaratorio. S. Fragoso Lima fue editado en Montevideo por el sello +Quiroga que acaba de anunciar su inminente presentación en librerías de Capital, La Plata, Mar del Plata y Rosario.

Los editores son el periodista y cineasta Alejandro Ferrari (Montevideo, 1969) y Martín Bentancor (Canelones, 1979), uno de los narradores actuales más destacados de la costa hermana. Ambos comenzaron en 2014 a trabajar sobre la obra del narrador nacido en Salto (Uruguay,1878), interesados, sobre todo, “por el contexto cultural en el que Quiroga vivió y escribió: la tensión entre Buenos Aires-Montevideo, la inserción de los escritores en los medios de prensa, la popularidad o el ostracismo a lo largo del tiempo”, explica Bentancor.

-Entonces, ¿quién fue S. Fragoso Lima?

Alejandro Ferrari: -Para mí fue el nombre de la búsqueda desesperada de un Quiroga padre preocupado por paliar “la pobreza brava” de aquellos años en Misiones. Un Quiroga que pedía a las editoriales que le pagaran por adelantado sus escritos para poder comprarle, por ejemplo, un ombliguero a su primera hija que estaba por nacer. En ese camino por el sustento diario, Quiroga corrió el límite de su imaginación, se puso a jugar con las historias y se calzo el traje de S. Fragoso Lima.

Martín Bentancor: -También habría que decir que el recurso del seudónimo se pierde entre los misterios que dejó tras de sí Quiroga. Sabemos que la S. oculta a Silvestre, su segundo nombre, pero no más; todo el resto son especulaciones. Lo cierto es que en varios números de Caras y Caretas conviven textos firmados por Quiroga y por su seudónimo, por lo que para muchos lectores de los folletines de aquel entonces eran dos autores diferentes.

-¿Y lo eran?

M.B.: -Para saberlo, primero no hay que olvidar que Quiroga escribía, básicamente, para comer. Si bien hay un trabajo en la escritura, especialmente logrado en algunos pasajes de los textos firmados como S. Fragoso Lima y sobre todo en sus obras posteriores, en sus llamadas obras mayores (algunos de los Cuentos de la selva y la mayoría de los Cuentos de amor de locura y de muerte), Quiroga era un autor preocupado por saber cuánto le iban a pagar por cada texto. En ese sentido, no se diferencia de los grandes cultores del folletín del siglo diecinueve, que cobraban por palabra. Es probable que en su proyecto literario, digamos, Quiroga se haya escudado en S. Fragoso Lima para encarar ciertos temas populares en el sistema del consumo de las publicaciones de grandes tiradas, pero esto es mera especulación: no hay correspondencia ni memorias que arrojen luz sobre el tema.

-Repasando los tópicos de estos seis folletines, desde el misterio científico hasta el miedo por el entorno salvaje, es evidente que Quiroga conocía muy bien aquello que los lectores buscaban en las revistas…

M.B.: -Sin dudas. Podemos ver al Quiroga detrás de S. Fragoso Lima como una máquina de triturar los temas tratados por otros autores del género, pero nunca imitando o plagiando, sino buscándole aristas nuevas. Por ejemplo en El hombre artificial, hay mucho de Julio Verne, pero también de la especulación científica de la época, todo pasado por el tamiz literario, por la creación pura y dura. Quiroga era un lector atento y voraz, y el rastro de su infinidad de lecturas se encuentra de diversa forma en los folletines.

-¿Qué elemento caracteriza a cada una de estas novelas?

M.B.: Cada uno tiene sus propias particularidades y hasta estilos muy diferenciados: El mono que asesinó es un trasunto quiroguiano de Los crímenes de la calle Morgue de Poe, que intenta engañar al lector desatento con ese título tan preciso. El siguiente, El devorador de hombres, tiene rastros de Kipling y de Salgari, pero se potencia en el relato por el uso de la primera persona del personaje. En cuando a El hombre artificial es una historia de ciencia ficción que mezcla un asunto científico con una cuestión político-ideológica, sin caer en un panfleto ni en una caricatura. Las fieras cómplices es aventura pura y dura, tal vez el más folletinesco de todos, que al mismo tiempo antecede a uno de los grandes cuentos de Quiroga: "Los mensú". Por su parte, Una cacería humana en África, con la patente literalidad de su título, ofrece una historia de venganza y compañerismo entre razas, cargada de unos diálogos filosos… Y pura acción. Por último, El remate del Imperio Romano, que es el texto más raro del conjunto, es una sátira histórica con una buena dosis de acción y de truculencia.

-Estos relatos fueron escritos en un período de cinco años (1908 a 1913) cuando Quiroga estaban en su primera conquista de la selva misionera, con dos hijos y un matrimonio a punto de quebrarse. ¿Es posible establecer alguna relación literaria entre esos aconteceres y la escritura de los folletines?

M.B.: Hay un sino trágico que rodea a todas las historias contadas en los folletines pero, desde luego, es injusto reducirlos solo a eso. Tampoco Quiroga es solo temas trágicos. Hay todo un tratamiento del mundo animal, por ejemplo, que revela a un Quiroga muy observador del entorno natural en el que le tocó vivir. Y si bien hay historias que transcurren en la selva africana, la referencia inmediata es Misiones, la selva misionera. En Las fieras cómplices y El devorador de hombres, hay un cuidado en la elaboración de tramas que siguen el punto de vista de los animales, pero sin caer nunca en la caricaturización o la humanización, algo que tampoco hizo luego en los Cuentos de la selva, pero sin duda el ambiente misionero nutre de diversas formas la escritura de estos folletines: ambientaciones, el enfrentamiento a lo salvaje, el misterio del entorno desconocido.