Como un libro de canciones con sus letras, Diez gotitas de azar funciona en capas: están las recetas pero también están las palabras, acompañando esas fórmulas mágicas con un relato, breve pero intenso, del alumbramiento de algo que no se esperaba. De ahí la bajada del libro de Melina Barrera editado por Periplo, “Leyendas de recetas accidentadas”.     

Los contrincantes que se volvieron socios imbatibles cuando a uno se le acabaron los vasitos para vender helado y al otro le sobraron sus obleas crujientes (el origen del cucurucho). El tropezón de Fray Pascual Bailón que lo llevó a mixturar ingredientes tan variados como extraños entre sí, que luego resultaron tacos de pollo y mole. El nacimiento del té situado en la belleza de una tarde de primavera china, donde el emperador-dios Shen- Nong descansaba en la orilla de un río dorado y las ramas se agitaron para verter sus ramas en un caldero de agua hirviente. O el diablo metiendo la cola en la alacena de Ruth Wakefield dando lugar a las galletas con chispas de chocolate. Estas son algunas de las diez que se narran, con la compañía agraciada de las ilustraciones de Miren Asiain Lorca, una dibujanta vasca que vive en Buenos Aires y que le dio al libro ese dimensión de olores y texturas que emana la cocina más ese perfume a infancia que siempre se desprende de ella. Pero lo mejor de Diez gotitas de azar es que no es un libro con bajada de línea, es para niñxs pero también lo disfrutan lxs grandes, se pueden hacer las recetas pero también se puede tener como libro-objeto para recrear la vista y conocer estas historias, no es “para niñas”, es para que todos y todas, sin límite de edad, lo saboreen. Y si de paso se lleva a la práctica la sopa paraguaya o los alfajores de maicena, niñxs de todas las edades pueden meter mano y formar parte de la cadena de azares.   

Barrera, periodista especializada en gastronomía en revistas como Cuisine, Joy y Bacanal, empezó a reclutar recetas nacidas por accidente a lo largo de su carrera hasta llegar a un número robusto para cerrar un relato más grande, que incluyera épocas y latitudes distintas. La idea tuvo asidero en una editorial como Periplo, que cuida lo visual y tiene algunos libros infantiles pero nada tradicionales, con esta impronta de “para todo público”. Así formaron el equipo que cerró la idea con moño y siguen sumando recetas para una segunda parte. “Una amiga mía estaba leyendo el libro en el tren apenas salió de la presentación y un señor en el tren a Santos Lugares espió su lectura y le tiró dos recetas accidentadas nuevas, así que el archivo no se termina nunca” dice Melina, que probó todas las recetas junto a sus hijxs y escribió estas páginas profundas y livianas a la vez que confunden idiosincrasias y banderas para volver a la cocina como espacio de juego y no de obligación o tortura. 

“La tarde era cálida y los hombres que escoltaban a Shen-Nong tenían sed de tanto andar. Obedientes, primero hicieron un fuego y después buscaron el caldero para calentar el agua. Entonces cuando el agua hervía, la brisa agitó las ramas del arbusto. Y mientras el emperador dormía, un puñado de hojas cayó en el caldero. Las hojas tiñeron el agua del color del oro y perfumaron el sueño del emperador que, al despertar, recitó un poema y probó en un cuenco aquel extraño néctar. La bebida era amarga y dulce a la vez, cálida y refrescante, áspera y delicada. Misteriosa” escribe Melina sobre el nacimiento del té junto a la fórmula mágica del té helado, que incluye dos cucharadas de té negro, azúcar, limón, hielo, jengibre, mucha magia y, con el soporte de miles de años de prueba, nada de azar.