En el mundo de Susana Giménez nada ni nadie envejece. Como si fuera parte de Los Simpson, la familia animada y amarilla más famosa de la pantalla chica, la diva volvió a la televisión y quienes la sintonizaron habrán tenido la percepción de que allí el tiempo no pasa. Tras una temporada sin programa (en 2018 hizo apenas tres especiales de viaje), la rubia volvió con su clásico sketch humorístico de apertura, que más que gracia causó asombro por un filtro de cámara que la convirtió en una suerte de protagonista argentina de El extraño caso de Benjamin Button, el relato de F. Scott Fitzgerald en el que un hombre se vuelve cada vez más joven a medida que pasa el tiempo. “Me parece que me tengo que ir porque cada vez que falto un año me reciben así. Tengo que hacer un año sí un año no, para que me extrañen y me reciban así. Yo también los extraño mucho, de verdad. Cuando me voy a países en los que no me conoce nadie me siento como una hormiga voladora”, confesó la diva no bien abrió su clásico –en todo sentido- programa, cuya espectacular y brillante escenografía le imprimió un glamour que habrá requerido de antejos de sol para quienes sufren fotofobia.

El regreso de Susana bien sirve como un interesante caso para analizar cómo el carisma y la empatía son dones misteriosos e imposibles de racionalizar. A 32 años del debut del viejo Hola Susana que la transformó a la actriz en “diva de los teléfonos”, la rubia construyó un vínculo con los televidentes que es pura emocionalidad, a prueba de todo. Pese –o gracias- a sus habituales exabruptos verbales, equívocos y distracciones. A ella el público parece perdonarle todo, bajo el riesgoso argumento de su supuesta “autenticidad”. Los televidentes que esperan su retorno a la pantalla chica no la juzgan. Al fin y al cabo, muchos la pueden ver como si fuera una más de ellos: no es infalible, se equivoca a menudo, se ríe de sí misma, una y otra vez los Susanos la tienen que acomodar en el estudio para que la luz le apunte correctamente… Susana es glamorosa, pero no es perfecta ni pretende serlo. Hay algo artificialmente aspiracional en la admiración que provoca: todos pueden ser ella, aunque a la vez lo sepan imposible.

El retorno a su programa regular parece atestiguar ese trono estelar que tiene la conductora en la televisión argentina: en el debut, Susana Giménez promedió 18,6 puntos de rating, superando holgadamente a la competencia. Ni siquiera la presencia en Debo decir de María Eugenia Vidal, en un promocionadísimo raid mediático por América TV de la gobernadora bonaerense que comenzó el viernes en un mano a mano con Alejandro Fantino en Animales sueltos y culminó en la noche del domingo frente a Luis Novaresio, pudo hacerle cosquillas. Diva, parece, hay una sola. Sin embargo, los 18,6 puntos que midió Susana Giménez estuvo muy lejos de los 24,2 puntos que había promediado en el inicio de la temporada 2017, la última en la que el ciclo estuvo al aire. Los casi seis puntos perdidos es una muestra de que nada es para siempre y que la TV abierta argentina sufre una imparable fuga de televidentes. A todos les llega el ajuste.

A tono con la campaña electoral, Susana abrió la temporada 2019 con un sketch en el que oficiaba de candidata presidencial, del que participaron figuras artísticas como Ricardo Montaner, Lizy Tagliani, Juan Minujín, Paula Chaves, Soledad Pastorutti, Jorgelina Aruzzi o Marta Minujín, hasta periodistas como Luis Novaresio y Roberto Funes Ugarte. En su regreso, la conductora volvió a protagonizar un musical, en el que bailó y cantó al ritmo de "Cambalache". Tras los saludos, presentó "Pequeños gigantes", un formato internacional de talento infantil que tiene en el jurado a dos músicos tan diferentes como populares: Tini Stoessel y el ex Damas gratis Pablo Lescano. El conductor Santiago Del Moro también se sumó como jurado del concurso. En el living, la invitada de la noche fue la actriz Luisana Lopilato, acompañada de su familia. El cierre de la noche fue con Tini Stoessel, que interpretó el hit adolescente “22”.