La llegada del hombre a la Luna, qué temón. Me gustaría haber estado vivo para ese momento. Debe haber sido intenso. Es como si ahora estallara una guerra nuclear y de una semana para la otra tuviéramos que pasar a vivir en un mundo postapocalíptico donde solo quede vivir en una distopía que ya nadie podría imaginar.

Cuando supe de la hazaña lunar la cosa ya había perdido toda épica. No habían llegado una vez, habían llegado varias, y yo tenía mi libro de viajes espaciales donde explicaban todo con ilustraciones de precisión casi científica. Adiós a las escaleras, adiós a los cables, a las alas caseras, a todo aquello con lo que uno podía fantasear hasta antes de ese momento, crucial, en el que lo que llega a la luna es una cápsula metálica.

El hecho consumado borra cierta imaginación, sí, pero abre otra. Abre la posibilidad de registrar cosas nuevas, por un lado, y también la de imaginar cosas nuevas. En esa tensión entre imaginación y registro creo que se juega parte del trabajo del artista. Con la Luna y con todo. Por eso, creo que hechos así de impactantes ponen al arte contra las cuerdas. ¿Qué imaginar, ahora?

Últimamente creo que hay mucho arte que explora fundamentalmente en lo conocido, y se convierte en una acumulación de detalles de cosas incluso demasiado conocidas. Y, en definitiva, hay mucho arte que saca el jugo de ahí. Exprime cada corazón. ¿Qué forma, color, sabor, aroma, tiene ese jugo? La pregunta no es banal. Y lo menos banal de la pregunta es la pregunta por la forma, porque: ¿puede tener forma un jugo, o siempre tendrá la forma del recipiente que lo contiene? ¡Terrible dilema! Pero... ¿y si el jugo fluye?, ¿qué forma tendría el jugo de lo que conocemos, el jugo de nuestros corazones, de nuestros viajes a la Luna personales, si lo dejáramos fluir, si lo evaporáramos, si lo desmaterializáramos con la máquina desmaterializadora de jugo que vi el otro día en una publicidad de Sprayette? Inquietante, ¿no?

En el jugo de nuestros viajes al espacio, en el jugo de nuestros deseos de ser astronautas, en el de nuestra vida puerca que se arrastra por las zanjas y la mayoría de las veces lo único que obtiene del cielo es alguna nube con forma de trompa de elefante, o de mapa de México, o de cabeza de Pluto, debería haber deformidad. El lado oscuro de la Luna, por ejemplo: ¿qué forma tiene?, ¿vieron las fotos de eso? Son aburridísimas. Puro desierto bombardeado. Un desierto siempre igual. Triste y como cansado de ser siempre lo mismo. Hay que agarrar el polvito del lado oscuro y convertirlo en jugo. Aunque bueno, no va faltar el que lo use de talco para las zapatillas.

Félix Bruzzone es escritor