“Es un libro difícil de sintetizar, si es que se puede”, dice Mario Wainfeld en su departamento de Palermo, segundo piso con ventanas sobre la avenida Scalabrini Ortiz. Refiere a Estallidos argentinos: Cuando se desbarata el vago orden en que vivimos, en cuya introducción anota: “Diez hechos resonantes vertebran otros tantos capítulos. Nueve reales, uno que fantaseé (una ucronía, un ’pasado que no fue’ aunque, aventuro, pudo acaecer). La elección de los hechos es subjetiva, aspiro a que no arbitraria. Transcurren en el siglo XXI porque coinciden con mi laburo de periodista: lo ejerzo full time desde 1998, cuando orillaba los 50 años. Desde ‘ese lugar’ relaté dichos episodios, día tras día”. La presidencia fugaz de Adolfo Rodríguez Saá y la caída de Fernando De la Rúa abren el volumen, aquellos días de aire terminal que desembocaron en el gobierno de Eduardo Duhalde, cuyo final fue signado por los asesinatos de los militantes Maximiliano Kosteki y Darío Santillán, tercer capítulo de este trabajo. Que bien puede ponerse en diálogo con el que cierra el libro, “Santiago Maldonado y Rafael Nahuel, víctimas de una guerra inventada”, otros dos muchachos asesinados en medio de protestas reprimidas por fuerzas de seguridad del estado, en una impronta que enorgullece al macrismo. Otro tándem puede configurarse entre el apartado que trata el fallo de la Corte Suprema que habilitaba en mayo de 2017 la aplicación del 2x1 en beneficio de los condenados por crímenes de lesa humanidad, repudiado por multitudinarias marchas que consiguieron que la cosa no prosperara, y el apartado que enfoca en “Cuando Kirchner decidió juzgar a los represores, y hacerlo acá”.

Por diversas razones, búsquedas, enfoques, hay también capítulos dedicados al asesinato en La Boca del militante popular Martín “El Oso” Cisneros, y de la toma de la Comisaría 24; al Caso Pomar, las decenas de especulaciones e inventos en torno a la familia que en noviembre de 2009 se accidentó fatalmente en viaje hacia Pergamino, cuyo automóvil se salió de la ruta y permaneció sin ser hallado durante 25 días (Carlos Stornelli era por entonces el secretario de Seguridad bonaerense); y al breve mandato como gobernador de Río Negro de Carlos Soria, asesinado por su esposa, crimen que derivó en la azarosa llegada al poder provincial de Alberto Weretilneck. “Una de las cosas que busqué es que los capítulos fueran muy diferentes entre sí, que las formas al contar fueran distintas –dice Wainfeld-. Obviamente, los capítulos de violencia institucional tienen una carga; pero al de Adolfo, por ejemplo, trato de contarlo como una comedia de enredos”. 

Cubrió para este diario y siguió intensamente, en cada momento, los episodios que ahora reaborda, y no solo con la perspectiva temporal: “Volví a repasar y a recuperar casi todas las fuentes de cada situación –dice-. Incluso algunas que por diversas circunstancias dejaron de participar en política. Fue una buena parte del laburo, ese reencuentro, porque me atendieron muy bien incluso personas que en su momento había criticado, y que a la vez sabían que mi postura no había cambiado tanto, o sea que no iba en pos de ponerlos en un pedestal. Y después leí bastante, libros periodísticos sobre estos hechos (algunos buenos, otros más urgentes), y muchos trabajos académicos, del Conicet que tanto repudia Macri, trabajos históricos sobre el discurso mediático, tesis varias no muy conocidas. Hice una primera versión y se la mandé a mi editora Caty Galdeano, que para mí es fundamental porque tengo mucha empatía y una forma de trabajo muy dinámica, y recién ahí fui a releer lo que había escrito en su momento. Yo escribo una cantidad abrumadora de notas, unas cien al año, y entonces en lo que va del siglo debo haber escrito unas dos mil. Y es una locura. Me acuerdo qué enfoques tuve y si me apurás también los títulos de las notas más urticantes, centradas en momentos especialísimos. Pero por ahí había anécdotas olvidadas, o personajes que se me habían perdido en el tumulto. Bueno, quería que lo del libro no fuera igual, y este fue un rebusque para conseguirlo”.

ORGANIZACIÓN Y TRANQUILIDAD

Está en plena gira de presentaciones: en los últimos días anduvo por Santa Fe, Rosario y Paraná, y ya había pasado por Almirante Brown y Comodoro Rivadavia; la semana que entra toca ir a Resistencia. “Son presentaciones con público cariñoso y gente que uno fue conociendo por ahí –dice-. Y es una sorpresa para mí que haya una relación a partir de la radio, o de la televisión, o de una cantidad pasmosa de lectores de Página y aún de la revista Unidos”. Su libro anterior, Kirchner, el tipo que supo, contabiliza 35.000 ejemplares vendidos: “Tenía la fantasía de presentarlo en todas las provincias, pero habré estado en la mitad, en unos 25 o 30 encuentros”, dice.  Wainfeld habla con velocidad, sopesa elementos de continuo, es inquieto y frondoso, se manda por una rama y se tienta con otra, y siempre tiene presente el núcleo, el árbol, el bosque. “Sabía que este libro sería distinto del Kirchner en más de un sentido –sitúa-. Yo no sabía que aquel iba a ser un éxito editorial, y ni me lo planteaba; en este caso me planteé escribir uno que no se situara en lo que podríamos llamar ‘el año electoral’, la grieta, ni siquiera la alternancia, macrismo, kirchnerismo. Tenía muchas ganas de hacer esto, a sabiendas de que no era el libro del marketing más obvio”.

“Despojado de pretensiones teóricas, me asomo a la historia contemporánea, que es pura política –consigna Wainfeld en la introducción-. Me resisto a encasillar para siempre a vencedores y vencidos: todas las luchas continúan. Convengamos que la historia la escriben los que escriben, que suelen ser de las élites. Individualistas por ideología, enfocan a personalidades y olvidan o ningunean a las organizaciones populares, a las masas. Con modestia, este trabajo ambiciona discutir con los encandilados por el Palacio que ni miran la calle, la plaza, al pueblo en todas sus expresiones. Asocian a las masas con rebaños de ovejas o con las ratas arrastradas al suicidio colectivo por flautistas de Hamelin: populistas deplorables”. 

"El palacio y la calle": dice Wainfeld que si a Miguel Bonasso no se le hubiera ocurrido ese título para un libro, bien le cabría al suyo: “Si hubiera tenido la inteligencia de pensarlo, en todo caso”, acota, y destaca algo que le señaló un lector, el foco momentáneo en algunas figuras políticas secundarias. “No son rutilantes, ni las de primerísima línea, pero tienen grandes momentos –señala-. Y eso aparece anecdóticamente disperso a lo largo del libro. Hablo de presidentes que aciertan o que no, o que han tenido desempeños muy pobres, De la Rúa, Rodríguez Saá, Duhalde en el final, y también de otros personajes que en algún momento difícil, premonitorio, tienen una actuación notable. Patricia Walsh, por caso, que generó sesiones parlamentarias por las leyes de impunidad, a sabiendas de que en términos operativos no tendrían buen resultado. Siempre está el optimismo de la voluntad, pero durante el menemismo el ambiente era que se había cerrado una etapa. Y ella persistía”.

Otra historia en esa línea es la de Gustavo López, presidente del Confer en los días finales del gobierno de De la Rúa, a quien le ordenaron que censurase la emisión de imágenes de movilizaciones e incidentes en la televisión: se negó. Encaró al entonces presidente y le dijo: “Haga algo, genere información; que el Estado reparta comida y que eso se vea”. Lo siguieron presionando y renunció. “Aquel 20 de diciembre de 2001 a la mañana yo estaba en la radio con Quique Pessoa, y recuerdo un comunicado de Gustavo López del día anterior, en el que confirmaba que no habría censura ni persecución, un texto muy cuidadoso y bien hechito, en el que convocaba a los comunicadores a tratar de no cargar las tintas –evoca Wainfeld-. Quique no quería tener monitores en el estudio pero ese día fue una excepción, y entonces vimos a un compañero de producción que fue como movilero a la Plaza, en medio del tumulto, y transmitió en vivo la carga de la caballería contra las Madres. Muy doloroso todo. Con ese panorama Pessoa montó un discurso, señaló que eso no lo hacía la policía por su cuenta y terminó puteando a un ministro. Y dice: ‘Bueno, ahora Mario va a comentar más tranquilo qué significa esto, y va a decir que no hay que putear a un ministro’. Yo pensé que me metía en un lío descomunal, porque la audiencia estaba totalmente representada por el discurso de Quique. Entonces con mucho cuidado dije: ‘Entiendo lo que decís, son momentos tremendos, todos pensamos algo parecido’, y cité el mensaje de López, en relación a ser cuidadosos… ‘Tal vez se puede cuidar un poco el lenguaje, qué sé yo, porque este es un día ya demasiado trágico’. Y entonces Pessoa dijo que cuando Gustavo López escribió eso no sabía que el hijo de puta del ministro le iba a tirar con los caballos a Hebe de Bonafini. Vuelvo a Gustavo, que es un tipo muy tranquilo, modoso, muy educado: el tipo se plantó y dijo no. Y le planteó algo muy interesante: ‘Haga política’. Uno sabe qué difícil es el palacio para contradecir al presidente. Aún al peor. A cualquiera. Decirle: ‘Mire, presidente, yo estoy en este lugar y no creo esto’. Son pequeños dramas, dilemas o tragedias del palacio”.

Esa historia en la radio me lleva a preguntarte por cómo te observás vos, qué búsquedas y qué tonos adoptás a la hora de expresarte.

-Ese fue un momento límite, con un compañero apaleado: yo estaba aterrado, aparte de enfurecido. ¿Qué trato de hacer, yo, en general? No agregar indignación a la indignación que existe, y no colocar mi subjetividad dañada como un aspecto muy importante. Alguna vez lo he hecho, pero poco, cuando hay hechos de sangre, cuando muere gente joven, que me enloquece. Pero si no yo trato de bajar un poco el tono. Sobre todo en la escritura, que uno tiene un poco más de distancia. Si ya dije qué es Patricia Bullrich, ya queda claro qué pienso, y aparte está dado por la persona que lee Página, que en general no es una persona que llega sin una hipótesis previa a la lectura del diario; la gente ya no lee el diario como lo leía mi viejo, que a la mañana se enteraba de todo lo que había pasado. Entonces trato de ofrecer un tono de reflexión, sin considerar, para nada, que tenga que ser una escuela de periodismo. Y aclaro: tengo la sangre muy caliente, me enojo mucho frente a determinadas cosas. Veo un discurso de Macri, o algunos planteos de Bullrich, o de las cosas que se dijeron sobre Nahuel o Maldonado, y le grito al televisor. Como le puedo gritar a un referí que está perjudicando a River. O peor. Me saco. Ahora, cuando tengo un tiempo de escritura, creo que dentro de mis características y limitaciones lo mejor es dar un discurso que racionalice, que calme. Me lo dijo Diego Gvirtz cuando me convocó a la televisión; le pregunté por qué me llevaba a Duro de domar, que era un programa alocado, y me dijo: “Porque vos organizás y das tranquilidad”.

2001. Imagen de Enrique García Medina. TELAM

UNA UCRONÍA CARCELARIA

Entre lo polifacético del libro, consigna Wainfeld que los textos que produjeron mayor intercambio con los lectores son los que enfocan en la violencia institucional. “Me interesó particularmente contar del asesinato del Oso Cisneros, que derivó en la toma de la Comisaría 24, un hecho gravísimo y conocido por la mitad –subraya-. Me he encontrado inclusive con personas muy politizadas que desconocen esta historia. Por citar un ejemplo: estoy trabajando con Pedro Rosemblat, un pibe inteligentísimo, súper enchufado, y no sabía quién era. Es más: me contó que escuchaba consignas del movimiento de desocupados que mencionaban a Cisneros junto a Kosteki y Santillán y que bueno, no había tenido la inquietud… Me interesó ese episodio y traté de plantearlo primero en términos de hablar de la víctima, que es lo que no hizo la prensa, nunca. Con alguna excepción –la de Eduardo Tagliaferro en este diario, por caso-, todo se centró en la toma de la comisaría y no exactamente en cómo fue la dinámica”. Cuenta Wainfeld que algunos lectores “inclusive progresistas” se sorprenden de que destaque el papel que jugó Luis D’Elía, que participó de la toma e incluso está –arbitrariamente- detenido. “No sigo en todas las posturas políticas a D’Elía, a quien yo respeto mucho –dice-. Pero reivindico lo que hizo ese día como dirigente social, en una situación dificilísima. Y recibió un castigo desmesurado e injusto, básicamente por haber estado bien”.

Incluso por ahí el asesinato de Cisneros ha quedado un poco oculto como consecuencia de la tirria contra D’Elía.

-Totalmente. En comparación con Kosteki, Santillán o Maldonado es una figura opacada. Y era el que tenía más rodaje político: cuando lo mataron, en 2004, tenía 35 años, era más grande que los otros chicos, y había estado en la toma de Giol, tenía una experiencia militante muy fuerte y prolongada, había viajado a Nicaragua, y una condición de dirigente social muy activa: hay videos de él, con discursos muy interesantes. El episodio puntual, sanguinario, marca fuerte; pero en realidad la disputa de él con un dealer y una estructura de reparto de droga en el barrio dejaba ver una circunstancia que ocurre mucho, que es la disputa de las organizaciones sociales versus las organizaciones narco en los territorios. Un micro caso de algo que sigue existiendo. Y en el espacio específico del comedor Los Pibes de La Boca tiene vigencia, porque ahí hay una organización social muy instalada, con mucha presencia y un trabajo discursivo muy interesante.

De la Rúa se liga unos cuantos adjetivos ásperos en tu capítulo sobre su caída. ¿Te sorprendió el ensalce de los medios del poder ante su muerte?

-Sí, me sorprendió un poco. Viste que ahora en la Argentina hay una tendencia a exacerbar la cuestión de la grieta: todo se maneja con esa lógica y debe haber faltado poco para que dijeran que un hijo de Putin manejaba el VAR en el partido contra Brasil por la Copa América. Bueno, a De la Rúa también lo eligieron para enfrentar al kirchnerismo. Y mirá que hacerle un elogio a De la Rúa es muy difícil, porque hizo todo mal. Las coimas en el Senado, por ejemplo. Yo sé que sucedieron, escribo; y cuando planteo eso quiero decir que he escuchado testimonios directos de senadores que me dijeron “yo coimeé” o “fulano coimeó”. Y en esto no tuve ninguna exclusividad. Al escribir sobre él traté de no hablar de algunas características psicológicas que influían sobre su proceder, pero bueno, es muy difícil que no seas muy crítico. Y en los medios hegemónicos se le ahorró a De la Rúa el baño de sangre, y aparece otra vez el discurso de que un presidente que fomentó la crisis fue víctima de la crisis. La idea de que una persona con altas responsabilidades es sólo una víctima es muy problemática. De la Rúa encontró una situación dificilísima, e incluso con una demanda social de proseguir con la Convertibilidad, que era una especie de suicidio colectivo consentido, tal vez porque la población no percibía las consecuencias de la Convertibilidad y tenía muy frescas las de la hiperinflación. Pero a la vez él acentuó esa crisis con muchas medidas, una tendencia recesiva, achicamiento de la economía, pérdida de trabajo. Yo trato de contar por qué fue muy mal presidente, e inclusive arranco con un episodio que está medianamente comprobado, que es que él no sabía que se producía la matanza. Y que hay varios integrantes de su entorno, y no necesariamente los más alcahuetes, que dicen que podía ser así. Tenía tal capacidad de negación que podía no darse cuenta. Ahora, cuando vos estás en un lugar de decisión y tenés esta negación es lo mismo que si sabés y lo negás. No podés arrogarte el derecho de no saber qué pasaba a cincuenta metros, o de no asomarte a la ventana del despacho presidencial.

-¿Cuáles son las líneas centrales de la ucronía, qué planteos buscás ahí?

-Yo arranco preguntándome qué hubiera pasado si Kirchner, a poco de asumir, aplicaba una suerte de doctrina Irurzun (anticipada) y mandaba a encarcelar a Menem, Duhalde y De la Rúa, tres presidentes desprestigiados. Luego de buscar y tomar el apoyo de los jueces federales, y de convertirse en timonel de una sociedad que andaba a la deriva y que empezaba a levantar cabeza. ¿Y si hubiera hecho eso? Yo creo que no pasaba nada. En el corto plazo. Después imagino toda una historia, me entretengo, hago algunas bromas también, juego con el anacronismo. Lo que quiero decir es que el salvajismo de la persecución judicial que azota a la Argentina pero también a Brasil y Ecuador, es un recurso injusto de persecución política. El abuso del acoso judicial y de la cárcel fue usado por la derecha en el continente. Y el populismo argentino, en contrapartida, no lo usó de ninguna manera. De algún modo quería decir esto y elegí la ucronía, un ensayito en lugar de una crónica. Y también quería pararme un poquito en el púlpito y hablar con el dedito: decir que estos hicieron esas cosas y se las dan de republicanos, y aquellos a los que señalan como los malos de la película, los horribles, los feos, sucios y violentos, no lo hicieron. Néstor y Cristina Kirchner eligieron, en cierto sentido, no hacer eso. Una forma de optar, aunque tal vez ni se les pasó por la cabeza.