Desde Londres

Boris Johnson es primer ministro gracias a la mayoría abrumadora que obtuvo en la elección interna del Partido Conservador, pero tiene un claro problema de legitimidad: esos 92.157 votos apenas constituyen un 0,04 por ciento del padrón electoral. ¿Qué piensa el resto de los británicos sobre este personaje excéntrico, mentiroso serial, rebautizado el Donald Trump inglés? El mecanismo lógico para resolver esta potencial crisis sería una elección anticipada, pero el mismo Boris Johnson ha descartado esta alternativa esgrimiendo su caballo de batalla: nada sucederá antes de lograr la salida de la Unión Europea (UE) el 31 de octubre. En una edición especial esta semana, el semanario “The New European” planteó el tema del incontenible ascenso de Johnson desde otro ángulo: ¿qué revela su elección de la supuestamente circunspecta y moderada sociedad británica?

El columnista y editor Fintan O´Toole, autor de “Heroic Failure: Brexit and the Politics of Pain”, apunta a una red de complicidades de la élite británica. “Los diputados que lo votaron, los miembros del Partido que le dieron su apoyo, los medios que lo alentaron, saben perfectamente quién es Johnson. No creen en él, pero al mismo tiempo suspendieron su incredulidad de la misma manera que una audiencia teatral al aceptar que la persona de carne y hueso en el escenario es en realidad el personaje de la obra. Los hechos están a la vista. Ninguno puede decir que los engañó un prodigioso charlatán”, escribe O´Toole.

El anecdotario del flamante primer ministro es tan profuso y público que da para una materia de ciencias políticas o una tesis de doctorado. Mencionemos a título ilustrativo algunas historias desde su inicio como periodista a fines de los 80 pasando por sus dos períodos de alcalde de Londres, la campaña por el referendo en 2016, la cancillería y finalmente su elección como primer ministro.

* lo echan del “The Times” por inventar una cita.

* contratado poco después como corresponsal del “Daily Telegraph” (1989-1994) asciende al estrellato distorsionando oscuras directivas europeas para presentar a la Unión Europea como un demente organismo burocrático que busca homogeneizar la forma de las bananas o el tamaño de los condones con “un ancho máximo de 54 milímetros” (para perjudicar, dijo, a los mejor dotados británicos)

*acusa a los europeos de hiper-regular un pescado ahumado escocés: la regulación es de origen británico. Igual pasa con la acusación de que los europeos quieren reciclar las bolsas de te (regulación municipal inglesa) o que prohíben que “los chicos menores de ocho años inflen un globo” (se trata de una advertencia standard en los paquetes que los “chicos menores de ocho pueden ahogarse o sofocarse”)

* Como uno de los principales referentes a favor del Brexit, afirma que el Reino Unido ahorrará 350 millones de libras semanales si abandona la UE. La cifra es imposible: más de 16 mil millones por año.

* en una entrevista en julio para su campaña queda claro su absoluta ignorancia de las reglas básicas de la Organización Mundial del Comercio (OMC) que él mismo invocó para afirmar que en caso de que haya una salida sin acuerdo, el Reino Unido puede seguir comerciando sin trabas con la Unión Europea.

Uno de los columnistas del “The New European”, Jonathan Freedland, apunta que la élite británica le tolera y encubre todo porque es parte del club: tiene el mismo acento, se formó en la escuela secundaria privada de Eaton y la universidad de Oxford. “Si sus declaraciones sobre la OMC fueran leídas con acento escocés o de Essex, la persona sería inmediatamente descalificada para el puesto. O imaginemos que la entrevistada era una mujer que abandonó a su marido, se negó a decir cuántos hijos tuvo de cuántos hombres y ahora quiere ocupar 10 Downing Street con un muchacho mucho más joven: las chances de que el Partido Conservador la eligiera serían nulas. O extrapolemos este historial biográfico de Johnson a una mujer negra. Intolerable. En Boris, en cambio, es considerado una maravillosa excentricidad”, escribe Freedland.

El columnista compara el estilo del primer ministro con el que llevó a la fama al actor Hugh Grant en películas como “Cuatro bodas y un funeral”. “Ese tartamudeo entre la duda y la confusión, ese acento de clase alta, ese aire del que no sabe, ni se va a tomar el trabajo de aprender, porque no hay nada más despreciable que el esfuerzo cuando con verba e imaginación de diletante se puede conseguir lo que quiere”. En inglés la palabra clave es “bluff”, una suerte de engaño, hacer que se sabe, versión del chanta argentino con ese acento distinguido que es marca registrada británica. Un reciente libro sobre la élite, se titula precisamente “Bluffocracy”.

El prestigioso historiador conservador, Max Hastings, corresponsal de guerra, autor de uno de los primeros libros sobre el conflicto bélico en Malvinas y ex editor del matutino “Daily Telegraph”, no tiene dudas sobre el impacto devastador que tendrá Johnson sobre el Reino Unido. “Uno no sabe si es un descarado sinvergüenza o un vivillo, pero está claro que no tiene ningún principio ético salvo el del propio engrandecimiento. Su elevación al cargo de primer ministro es una señal indudable de que abandonamos toda aspiración a que se nos tome en serio”.

Mientras que a Jeremy Corbyn los medios le han hecho imposible la vida en sus cuatro años de líder del Partido Laborista, a Johnson le perdonan casi todo. No importan los errores factuales, las flagrantes mentiras, los escándalos privados que van mucho más allá del terreno amoroso, como la paliza que planeó con un amigo a un periodista que se excedió en sus investigaciones. Por infinitamente menos Corbyn fue tapa de los periódicos durante semanas. “No hay que sorprenderse. Entre los contemporáneos de Oxford de Johnson se encuentran los editores políticos de la BBC y Channel 4”, observa O´Toole.

Las preguntas sobre Johnson van más allá del caso británico, se extienden a la elección de Donald Trump, Jair Bolsonaro, Mauricio Macri: tocan al corazón de la democracia del siglo XXI. En un artículo escrito en 2012 cuando Johnson era alcalde de Londres, Max Hasting opinaba que su ascenso marcaba un rasgo distintivo de la política de este siglo. “Ya no esperamos que un líder tenga dignidad, seriedad de estadista. Buscamos estrellas. Solo en este frívolo siglo 21 británico se puede entender que un hombre así haya llegado tan lejos”

En el artículo Hastings hacía un curioso juramento en el caso que entonces juzgaba improbable de que Johnson llegara a 10 Downing Street. “Si sucede, haré las valijas y me buscaré una nueva vida en Buenos Aires”. El mes pasado, con su infierno más temido a un paso, Hasting se abstuvo de reiterar su juramento.

Nadie cree que el cargo y la responsabilidad histórica cambiarán a Johnson. “El Titanic se está hundiendo, ¿por qué no pasarlo bien en la parte más alta de la cubierta? El iceberg está a un paso y cuando las cosas son tan graves, mejor no estar sobrios, mejor que nos manden el payaso (send in the clown)”, remata con sombría resignación O´Toole.