La insurgencia popular en Puerto Rico derrocó a un gobierno corrupto, reaccionario y servil, que toleró con cabeza gacha el desprecio y los insultos de Donald Trump con ocasión del huracán María, en septiembre de 2017. Dado que la Constitución no prevé el llamado a elecciones en casos como el actual, el mandatario renunciado deberá designar, antes del 2 de Agosto, a su sucesor. Una renovada presión popular podría hacer saltar por el aire la normativa colonial y forzar la instalación de un gobierno de transición pero parece muy poco probable que tal cosa pueda ocurrir. El factor aglutinante de las imponentes protestas callejeras fue la descarada corrupción del gobernador Ricardo Rosselló y la filtración de sus chats reveladores de su homofobia, su misoginia y su desprecio por las principales figuras de la oposición e inclusive por las víctimas del huracán. Esto potenció los crónicos problemas sociales que afectan a ese maravilloso país, que logró frustrar el proyecto estadounidense de romper con sus tradiciones culturales, sus formas de sociabilidad, su lengua, su arte, su gastronomía, su música y sus bailes para convertirlo en una réplica caribeña de Atlantic City. Hacía falta contar con una férrea identidad nacional para resistir durante más de un siglo las presiones imperiales. Filipinas, otro de los trofeos de la guerra hispano-estadounidense, pese a ser mucho más poblada y extensa que la “Isla del Encanto” no resistió el embate cultural, político y económico de EE.UU. Puerto Rico sí, y por eso es una nación tan latino-caribeña como la que más.

Dicho lo anterior cabría preguntarse si las grandes movilizaciones de estas últimas semanas tenían en su agenda la cuestión del status colonial de Puerto Rico. Desgraciadamente no, y por muchas razones. El tema fue sometido a plebiscito popular en cinco ocasiones: en tres de ellas 1967, 1993 y 1998 la mayoría se inclinó por mantener la condición de “Estado Libre Asociado”, engañosa frase si la hay para un país que es una colonia de Estados Unidos y que no es ninguna de las tres cosas que proclama la fórmula del ELA, pergeñada por los norteamericanos en 1952. En un nuevo referéndum convocado en el 2012 terminó con el triunfo de los partidarios de la “estadidad”, o sea, la anexión a EEUU, pero las irregularidades en el proceso electoral y la gélida indiferencia de la Administración Obama ante este resultado condenaron el asunto al olvido. En 2017, el quinto referendo, la “estadidad” obtuvo un triunfo aplastante: 97 por ciento de los votos, pero con una bajísima tasa de participación que ni llegó al 23 por ciento que lesionaba gravemente la legitimidad del veredicto de las urnas. Al igual que en el 2012, irregularidades en la confección del padrón y ahora el militante desprecio de Trump consagraron la inutilidad de esa consulta popular.

¿Cómo interpretar estos sorprendentes resultados? Primero hay que recordar que los puertorriqueños son ciudadanos de Estados Unidos y que pueden entrar y salir del territorio estadounidense sin obstáculo alguno. Pero como estado “asociado”, a diferencia de los demás, sus ciudadanos no pueden elegir a los miembros del Senado o la Cámara de Representantes y tampoco pueden participar en las elecciones presidenciales. Son ciudadanos de segunda, porque además son elegibles para servir –como reiteradamente lo hicieron- en las fuerzas armadas de Estados Unidos. Pero las facilidades migratorias de su condición y la permanente propaganda del imperio penetraron profundamente en la conciencia de las masas. Por otra parte Washington nunca manifestó la intención de otorgar la “estadidad” a la isla. Tal cosa convertiría en los hechos a EEUU en un estado plurinacional, al estilo boliviano y eso es inaceptable por completo, máxime en la ola de xenofobia que envuelve al país y que fogonea Donald Trump. Además, así como están las cosas la Casa Blanca tiene lo que quiere: un punto de apoyo militar estratégico para la geopolítica del Gran Caribe; sus empresas se benefician porque tributan tasas impositivas más bajas y si bien hay una ayuda federal al país caribeño lo cierto es que hechas las sumas y restas Puerto Rico sale perdiendo y EEUU es quien gana.

La paradoja, a resolver en el futuro, es la construcción de una fuerza independentista con capacidad de expresar en la arena político-electoral el ferviente nacionalismo –y nada velado antiamericanismo- que caracteriza a la nación boricua. Como dijera un catedrático de la prestigiosa Universidad de Puerto Rico/Río Piedras, Carlos Ramos, Puerto Rico es una nación en busca de un estado y, me permitiría agregar, una sólida identidad nacional en busca de un partido político que la organice y represente. Pero esto es algo que, por ahora, no se vislumbra en el horizonte actual. Aunque nadie debería sorprenderse si la dialéctica de la crisis –gran maestra de los pueblos- produjera un salto en la conciencia de las y los boricuas, y lo que hasta ayer parecía impensable hoy se convirtiera en algo factible. Huelga acotar que tal eventualidad produciría un verdadero terremoto en el tablero geopolítico regional y que las reacciones de la Casa Blanca serían de una desenfrenada belicosidad.