Desde Barcelona

UNO Llámenlo Rodríguez a ese quien prefería no hacerlo pero quien, también, que no podrá evitar el pensar varias veces en ese "Preferiría no hacerlo" de aquí al 1 de agosto, cuando se cumplirá el bicentenario del nacimiento de Herman Melville. Otros, seguro, optarán por aquella primera línea  --"Call me Ishmael"--  de ese leviatán literario que es Moby-Dick. Y los conocedores a fondo tal vez prefieran --en Mardi, and a Voyage Thither-- aquel "Fue por este tiempo que la soledad de nuestro viaje se vio consolada por un acontecimiento digno de ser contado".

Pero tal vez lo que se imponga para los tiempos que se viven --por aquí agotadora ola de calor y recién agotadas sesiones de investidura-- sea ese "I would prefer not to" en el revolucionario y anticipatorio cuento "Bartleby, the Scrivener: A Wall Street Story".

Publicado anónimamente por Melville (en horas bajísimas luego del estrepitoso fracaso de la tan extraña y gótica Pierre; or, The Ambiguities), el relato aparece en Putnam's Magazine en dos entregas a finales de 1856. Y ese mismo año es incluido en el indispensable The Piazza Tales (que vende poco y nada) anticipando --según los especialistas-- no sólo el concepto modernista del "narrador poco confiable" sino también la idea de lo kafkiano treinta años antes del nacimiento de Kafka.

Así, "Bartleby" no hace otra cosa que apuntalar la idea de Melville (quien había comenzado como autor de un tanto mentirosos y no-ficcionales best-sellers viajeros y aventureros y acabó en la oscuridad a medida que sus libros se fueron convirtiendo en artefactos cada vez más fuera de su tiempo y espacio hasta su encandilador redescubrimiento post-mortem) como El Gran Anticipador de la literatura de su país. Sí: Melville afila entonces los arpones que tantos años después arrojarán Thomas Pynchon, William Gaddis, William H. Gass, William T. Vollmann, Denis Johnson, David Foster Wallace, Rick Moody, Ben Marcus o Joshua Cohen.

"Yo intento todas las cosas, yo consigo lo que puedo" y "Es mejor fracasar siendo original que triunfar imitando", fueron algunas de las cosas que dijo Melville para justificar su "rareza" que en su momento le valió titulares del tipo "Herman Melville Crazy" cortesía de los críticos literarios quienes no supieron comprender sus intentos ni su originalidad porque, claro, prefirieron no hacerlo.

DOS Y lo que se cuenta en "Bartleby" es la historia de un escribiente en un bufete de abogado que empieza trabajando muy bien y que, de pronto, prefiere no seguir haciéndolo. Bartleby acaba en prisión y muere de hambre porque, también, prefiere dejar de comer. Las últimas palabras que le dedica su confundido narrador y empleador son "Ah Bartleby! Ah humanity!"

Desde entonces, ese I Would Prefer Not To en camisetas, en tazas, en marca-páginas y --si se lo dice rápido y todo junto y casi sin pensarlo: iwouldprefernotto-- adquiriendo el sonido del más eficaz de los mantras para un tiempo donde la gente se la pasa todo el tiempo prefiriendo hacer cosas sin importancia como tweetear frases sueltas de autores que jamás preferirán leer por completo. Bartleby como nombre propio para el impropio acto del no hacer como hecho consumado y del pensar que hacer algo es no hacer nada. O que no hay nada que hacerle. Bartleby como hiper-concentrado náufrago en tierra y contracara de esa expansiva ballena blanca capaz de simbolizar todas las cosas del universo. Bartleby como signo de tiempos inocurrentes, sí. Pero, también, Bartleby como rebelde y revolucionario porque --como postuló Melville-- "Sólo el hombre que dice 'no' es libre"...

TRES ...pero, piensa Rodríguez, no hay preso más encadenado y perpetuo que aquel al que le dicen "no" una y otra vez. Y una vez más.

Y el efímero y efemeridiano Rodríguez se sintió siempre melvillesco (leyó la mastodóntica y definitiva y total biografía en dos volúmenes más un tercer tomo explicativo acerca de cómo la escribió a cargo de Hershel Parker, la original y posmo firmada Andrew Delbanco, y esa colosal miniatura que le dedicó Elizabeth Hardwick) y se siente más melvilliano aún por estos días.

A Sánchez le dijeron que preferirían no hacerlo jefe de gobierno. Y así --casi avergonzados de sentir tanta vergüenza ajena ante el espectáculo ofrecido por la cada vez más poca clase política peleándose en vivo y en directo por sillones delante de los parados cada vez más agonizantes-- allá vamos de nuevo hacia el 23 de septiembre (cuando si no pasa nada tendrá lugar la disolución de las Cortes) y de ahí a otras elecciones el 10 de noviembre.

Y un documental en Netflix --The Great Hack-- le informa a Rodríguez de todos los tejes y manejes y tecleos en internet a cargo de grandes compañías que se dedican a la predicción/manipulación mental de "comportamientos" a partir de "cosechar" datos de perfiles supuestamente privados para así hacerse con las débiles y maleables voluntades de aquellos millones de votantes a los que --en una idea de democracia cada vez más moribunda pero cada vez más autoritaria-- definen como "los persuadibles". Gente que preferiría no pensar en lo que debe decidir y así prefiere que decidan por ellos o que (pulsándole las postverdaderas teclas del miedo y la ira) los empujen a decidir por lo que más le conviene al más poderoso y mejor postor de turno, ya sean los torcidos arquitectos de las mentiras del Brexit (ahora Boris Johnson aúlla a la luna del eclipse de un U.K. cada vez más K.O., ¿O.K.?) o los partidarios no necesariamente republicanos de la República de Trumplandia.

The Great Hack muestra las andanzas de dos muy jóvenes empleados top de Cambridge Analytica jurando que no se dieron cuenta de lo que prefirieron hacer, y devenidos en arrepentidos millenials cool-hip-indies que, sin embargo, no pueden parar de whatsappear acerca de lo que piensan hacerle a sus antiguos jefes para, seguro, regocijo de sus ex empleadores que los espían con una ayudita de ese robótico asistente personal mejor conocido como Mark "Preferiría Que Me lo Hagan Ustedes Gratis Para Que Yo lo Venda Caro" Zuckerberg.

A la mañana siguiente, Rodríguez se enteró de la muerte --ahora, en 2019, en el mismo año en que transcurre Blade Runner-- de un androide mucho más noble y epifánico y melvilliano: Rutger "Roy Batty/Nexus-6" Hauer. Ese que, como Ishamel, vio cosas que el resto de los humanos ni se imaginan pero quien, a diferencia del marinero --invocando en uno de sus muchos epígrafe a ese otro trabajador, Job-- no vivió para contar el cuento. Batty muere enumerando todo lo que contempló y resignado al hecho de que todos esos recuerdos se pierdan en el tiempo como lágrimas en la lluvia. "Es hora de morir", concluye el replicante sin baterías ante la mirada muda de Rick Deckard quien --lo sospechó y lo confirma ahora-- siempre prefirió no hacer el trabajo que hace.

Y deja de hacerlo.

Hora de seguir viviendo, de seguir no prefiriendo.

¡Ah Rodríguez! ¡Ah la humanidad!