Desde San Miguel de Tucumán

El tiempo y la tierra. El amor y el deseo. Y la necesidad feroz de encontrar el sentido de lo propio en los fulgores y los espantos de la Historia y sus reflejos. Estos temas aborda Canto de amor y llanto por la tierra de uno, la cantata compuesta por Néstor Soria y Juan Falú, que se estrenó el fin de semana pasado en el Teatro Alberdi, en la capital tucumana. Fue un relato sensible y emocionante sobre esa provincia y su historia, que se propuso como culminación del “Julio Cultural Universitario”, la tradicional manifestación que este año llegó a su 21ª edición.

La Orquesta Juvenil de la Universidad Nacional de Tucumán, con la dirección de Gustavo Guersman, el Coro Universitario que dirige Juan Pablo Cadierno, junto a los cantantes Liliana Herrero y Lucho Hoyos, Carolina Cajal en contrabajo, Marcelo Chiodi en vientos, Rubén Lobo en percusión y la pianista Lilián Saba, conjugaron el poderoso y sensible arsenal expresivo, que contó con los arreglos de la misma Lilián Saba y la dirección musical de Gustavo Guersman. Y que en el frente tuvo a sus creadores: Falú en la guitarra y Soria en los relatos.

Las dos funciones de sábado y domingo tuvieron la sala del viejo teatro universitario –una alhaja arquitectónica de más de un siglo- colmada. Esta crónica se refiere a la función del domingo, en la que si bien ya no estaban esas raras cosquillas del debut, se mantuvo el clima de afectuosa expectativa, que produjo entre el público intensos silencios y aplausos. “Dénme licencia señores, les canto de buena gana. De verdades viene llena esta boca tucumana”, dice Soria con cierto acento acre de su pertenencia, a un público que íntimamente buscaba escucharse a sí mismo en esas palabras. Los versos pronto se encumbran en las formas del huayno y la energía del coro y la orquesta.

Comienza así el relato que desde los originarios tafinistos, diaguitas, colalaos y samaichas, se extiende por los esclavos, sigue por las gestas de la independencia. Pasa por la explotación de la zafra, llega hasta el Operativo Independencia y su ignominia. En los matices del huayno, la zamba, el kaluyo, la chacarera, bailecito, la vidala, el gato y el vals, se van delineando la rabia y el afecto de una tierra rica de historia. Una manera propia y profunda de contarse para existir. Manuel Belgrano enamorado en una zamba; el recuerdo en vals de María Remedios del Valle, la mulata que Belgrano proclama como la capitana y que la historia tardará en reconocer; la “Vidalita del viento frío”, uno de los momentos más inspirados de la obra, con el central “Himno de amor a Tucumán”, trazaron una secuencia que constituye el relato de una Patria posible.

En la mezcla de vigor, emoción y temple, la ejecución fue precisa. Los arreglos de Saba mostraron el gran mérito de colocar a la orquesta y el coro –de notable actuación– en los momentos sensibles del relato. Herrero y Hoyos se alternaron cantando con precisión cariñosa y Falú salió de su guitarra, siempre precisa en su lenguaje arraigado, para sumarse al canto en momentos como “El nacimiento de la caña”, una chacarera. Los recitados de Soria introdujeron cada momento, para que enseguida la música retumbase como una manera de la verdad, una fuerza telúrica y amorosa que se consolida en la palabra cantada. En el final, el vértigo del malambo “Tucumano soy” terminaba de definir ese espacio, Tucumán, a lo largo del tiempo. El aplauso extendido, recompensado con varios bises, dejaba en claro que una fibra de íntimo orgullo se había revitalizado en un público que pedía más.

Así se materializó aquel convencido “meta” con el que una madrugada de hace dos años Falú supo responder al desafío de Soria. “Hagamos una cantata para Tucumán”, le dijo el poeta al guitarrista y compositor. Dos de los creadores más importantes para el cancionero nacional en las últimas décadas se unieron para cantarle esa historia de “amor y llanto” que le debían a la propia tierra. Para eso movilizaron las energías de la ciudad y de su tradición universitaria. Encontraron la complicidad necesaria de una orquesta y un coro universitarios y solistas de enorme trayectoria. Y una sala llena de coterráneos escuchando y aplaudiendo lo que, cuando se canta y se dice de esta manera, no deja dudas.