Después del suicidio de Edouard Péricourt que clausuraba Nos vemos allá arriba –épica picaresca y clásico contemporáneo que, además de ganar el prestigioso Goncourt, vendió un millón de ejemplares y duplicó esa cifra con los espectadores de su adaptación al cine- Los colores del incendio (título inspirado en un verso del poeta Louis Aragon) abre con un entierro, una típica escena made in Pierre Lemaitre, de esas que parecen detener el tiempo sin piedad. Casi como la vida misma.

Justo cuando la familia Péricourt despide a su patriarca Marcel, en un grandilocuente sepelio al que asiste nada menos que el presidente de la República y lo más granado de la sociedad francesa (más para hacerse ver que para ver por última vez al exitoso banquero), la conjunción de azar y destino provocan que Paul, el único heredero masculino del clan, salte desde una ventana y rebote justo contra el ataúd de su abuelo, quedando inmóvil y lleno de sangre, gravemente herido.

Los dos libros unidos por el hilo de la muerte, los dos extremos de la familia reunidos por la fatalidad.

Por supuesto esa escena inaugural marcará a fuego no solo al lector que se atreva a vérselas de nuevo con Lemaitre (creador del comisario Camille Verhoeven y de los capítulos más inspirados y truculentos del policial francés contemporáneo) sino también a esta misma novela que transcurre en el período de entreguerras y cuya trama queda absolutamente condicionada por una incertidumbre: “no quedaba del todo claro si lo que conducía al cementerio eran los restos de un importante banquero francés o la época periclitada que él había encarnado”.

En otro típico juego de Lemaitre, siempre proclive a dobleces y simetrías, ese mismo comienzo se repetirá varias páginas después mediante la crónica de un importante diario parisino escrito por un ambicioso joven que hará lo imposible por consagrarse en el periodismo y, a decir verdad, cuenta “con dos cualidades indispensables para el oficio de periodista: ser capaz de explayarse sobre un tema del que no sabía nada y describir un acontecimiento al que no había asistido”.

 

El gran hallazgo de Lemaitre con esta nueva entrega que trascurre en París y también en Berlín, de 1927 a 1933, podría sintetizarse en su notable habilidad para convertir una novela del siglo XIX (incluso en los recurrentes comentarios que dirige al lector el narrador omnisciente) sobre los comienzos del siglo XX en un libro terriblemente actual y atractivo para el siglo XXI.

Con la referencia ineludible de Dumas, Flaubert y Balzac, esta novela de múltiples tramas y líneas argumentales muy nítidas, aborda también esa lejana época en la que el poder de la prensa era inconmensurable. Un poder mucho mayor incluso que el de Madeleine -hija de Marcel, hermana de Edouard y madre de Paul- que, tras la decepción y la furia de amigos y colaboradores del patriarca, se convierte en la heredera absoluta del imperio Péricourt.

Pronto no solo el odio de propios y ajenos amenaza su estabilidad: poco a poco, Madelaine empieza a ingresar lentamente en un espiral de desgracias que hace recordar al comienzo vertiginoso que padece la protagonista de Vestido de novia, otra de sus grandes novelas. Además de tener a su marido encerrado en la cárcel por estafas y de atravesar la dependencia absoluta de su hijo luego de quedar parapléjico sufre la bancarrota de su firma y la pérdida de sus privilegios de clase, luego de una serie de malas decisiones fomentadas por su propio círculo de consejeros. Con una mezcla de inteligencia, dolor y bronca, Madeleine va a encarar una muy difícil revancha contra aquellos hombres –en especial uno, al que venía de rechazar sentimentalmente- que han propiciado su tremenda caída.

Mientras algunas estrellas del firmamento literario francés devienen en extrañas caricaturas, Pierre Lemaitre parece cada vez más abocado en imponer su jerarquía literaria. La continuación de Nos vemos allá arriba –que tendrá también una tercera parte ambientada en la segunda guerra mundial y se detendrá en el éxodo francés luego de la ocupación nazi- era una de las novelas más esperadas de la literatura francesa de los últimos años y, a pesar de que tenía todo para decepcionar, a poco de su salida ya se convirtió en un éxito de ventas y de crítica.

Personajes vitales, patéticos y llenos de relieve entre los que se destacan, además de los protagonistas, una cantante de ópera que vivió parte de su infancia en Buenos Aires y la institutriz polaca que empieza a transmitir algo de felicidad a Paul, se entremezclan con escándalos bursátiles y políticos, y la dificultad de las mujeres en abrirse camino en un mundo hecho y pensado para hombres. Todo eso en el marco del advenimiento al poder de Hitler y los primeros indicios del crack financiero, el preludio de ese incendio que terminaría llevándose puesto a buena parte del mundo.

Y que Lemaitre logra convertir, una vez más, en deliciosa combustión literaria.