La del 21 de marzo de 1975 no fue una noche cualquiera en el barrio San José de Temperley. Si bien las calles estaban vacías por el magnetismo de un partido televisado de Independiente por la Copa Libertadores, aún hoy algunos vecinos recuerdan las ráfagas de ametralladoras que tajearon el silencio nocturno como nunca antes. Así y todo, la mayoría no asomó ni la nariz, creyendo la versión que unos policías les habían dado unos minutos antes según la cual se trataba de un operativo para detener a un grupo de delincuentes que venía escapando a bordo de un auto.

Pero aquellas balas, en realidad, no pertenecían a la Policía Bonaerense sino a la Triple A, y los destinatarios, lejos de ser delincuentes, eran ocho militantes de la Juventud Peronista llevados allí a bordo de los temibles Ford Falcon luego de ser secuestrados en distintos puntos de la zona. Como si fusilarlos maniatados y con los ojos vendados no hubiera sido suficiente, los paramilitares apilaron los cuerpos y los dinamitaron dos veces, para rematar la faena colocando en la cima de esa montaña de muerte una bandera con la leyenda “fuimos Montoneros, fuimos del ERP”. Años después, esa secuencia de hechos, preludio sintomático de lo que ocurriría desde el 24 de marzo de 1976, se llamó “La masacre de Pasco”, de cuya reconstrucción se encarga el documental Pasco, avanzar más allá de la muerte, que se verá desde hoy en el cine Gaumont de la Ciudad de Buenos Aires.

Lo de reconstrucción es literal. Todo comienza con el planteo de una docente a un grupo de alumnos de la Escuela de Educación Media Nº 15, ubicado en pleno corazón del barrio, para que aborden ese suceso histórico, uno de los primeros puntos negros del partido de Lomas de Zamora relacionados con la puesta del aparato estatal al servicio de la desaparición forzada y asesinato de personas. El problema es que la información oficial tiende a cero, por lo que los chicos deberán salir a patear la calle para recolectar testimonios de vecinos, familiares de las víctimas y referentes de los Derechos Humanos, entre ellos el del abogado Pablo Llonto, quien con proverbial paciencia explica a los alumnos qué pasó y cuál es la importancia histórica del hecho.

Los vecinos, en cambio, coinciden en que se trata apenas un recuerdo lejano. A lo sumo, en sus memorias perduran el sonido de las balas o el haber escuchado algo al pasar sobre el tema. De allí, entonces, que los datos se contradigan o complementen, obligando a los chicos a completar un rompecabezas complejo y con varias piezas faltantes. 

No por difícil el desafío resulta poco interesante para ellos, tal como demuestran las miradas atentas y la agilidad para la repregunta. El director Martín Sabio, que se basó en el libro escrito por la historiadora e investigadora Patricia Miriam Rodríguez, prescinde de imágenes de archivo y, a cambio, se focaliza en la experiencia de absorción de esos chicos que, conociendo esa historia, conocen una parte de la suya.

Una última parte centrada en otra masacre más cercana en el tiempo, la de la estación Avellaneda de 2002 que terminó con los asesinatos de los militantes Maximiliano Kosteki y Darío Santillán, propone un paralelismo entre dos situaciones que, aunque paradigmáticas de la violencia estatal, sucedieron en contextos sociales y políticos imposibles de comparar. 

Pero a Pasco, avanzar más allá de la muerte le interesa menos lo bibliográfico que cómo lo ocurrido se transmitió de generación en generación, funcionando al mismo tiempo como linterna que ilumina el pasado y como registro de la construcción de una memoria activa, participativa y colectiva.