La argentina sigue siendo una de las cinematografías contemporáneas más voluminosas del mundo, con casi 200 películas estrenadas cada año y miles de estudiantes ocupando los pupitres de las escuelas de cine de todo el país. Pero en los ’90 era distinto: la industria audiovisual atravesaba un estado comatoso, se filmaban (con suerte) menos de veinte largos anuales y la formación estaba limitada a la práctica del oficio dentro de los sets. Entre aquel pasado y este presente se desarrolló lo que se llamó Nuevo Cine Argentino, un movimiento encabezado por directores jóvenes y nacido al calor de la oposición a la mirada obsoleta de los realizadores más reputados del cine industrial de los ’80 y principios de los ’90. ¿Cómo le ha sentado el tiempo a los primeros títulos del NCA? ¿Queda algo de la voluntad contestataria y contra hegemónica en las películas filmadas por los realizadores jóvenes de hoy? ¿Cuál es el vínculo entre ellos y sus predecesores? Estas y otras preguntas se desprenden del ciclo 25 años de Nuevo Cine Argentino – Continuidades y rupturas, que se realiza los sábados y domingos de las segundas quincenas de agosto y septiembre, con entrada libre y gratuita, en el microcine de la Enerc (Moreno 1199).

Organizado por la Cinemateca y Archivo de la Imagen Nacional (Cinain), el evento propone un recorrido por los últimos 25 años del cine argentino mediante veinte películas programadas en duplas. Así, por ejemplo, ayer sábado se vieron Ostende, de Laura Citarella, y Mi amiga del parque, de Ana Katz, mientras que hoy domingo desde las 17 será el turno de La libertad, de Lisandro Alonso, y Boca de pozo, de Simón Franco. “La idea es mostrar distintas líneas posibles dentro del NCA”, dice el periodista, crítico y programador del ciclo Diego Lerer. “Pero no se pensó necesariamente como la proyección de 'grandes éxitos', sino de películas de la primera época que de alguna manera fueron retomadas por otros directores después, siempre tratando de evitar los lugares comunes: no está La ciénaga, ni Mundo grúa, ni Pizza, birra, faso”, explica el actual delegado para América Latina de la Quincena de Realizadores de Cannes y programador del Festival de Pingyao, en China.
-Un recorrido “no canónico” entonces…
-Es que el ciclo no es “una historia del NCA”. Son más bien líneas, lazos entre las distintas generaciones. Que tranquilamente se pueden armar con La ciénaga o La niña santa, que en cierta forma es una película más escondida. En ese sentido, me parecía mejor Bolivia que Pizza, birra, faso porque era más cercana a lo que quería conectar. Faltan algunos directores, pero son solo 20 películas y no se podía tener a todos. Me interesaba rescatar títulos que por ahí quedaron perdidos, como Boca de pozo, de Simón Franco, o Mauro, de Hernán Roselli. También estaba el tema de balancear directores y directoras, algo con lo que el NCA no tuvo muchos problemas porque en general hubo una buena representación. De hecho, el nombre más representativo es el de una mujer, Lucrecia Martel, lo que muestra que las cosas se armaron de manera distinta a gran parte del mundo.

-¿Por qué?

-No creo que haya sido algo programático o estructural. La influencia de Martel fue muy importante para que muchas mujeres se dieran cuenta que podían hacer cine. Además, las universidades fueron más “inclusivas” que la industria, que en general las expulsaba o las dejaba en áreas como Vestuario, Maquillaje o Casting. En las escuelas de cine, en cambio, Anahí Berneri tenía tanto derecho a hacer una película como Daniel Burman, Celina Murga o Juan Villegas. Si uno piensa en diez directores del NCA, por ahí hay cuatro mujeres, un promedio enorme si se lo compara con otras cinematografías nacionales importantes. Y no fue algo armado a partir de una necesidad política, sino que sucedió naturalmente.
-En la presentación del ciclo hablás del Nuevo Cine Argentino como algo atomizado con el correr de los años. ¿Cómo se podría definir el NCA?
-Hay algo medio absurda que puede ilustrarse con ese chiste que hacía Mariano Llinás sobre “el llamado Nuevo Cine Argentino”: él decía que la palabra más importante de ese grupo era “llamado”. Con el correr del tiempo te das que el NCA es una construcción medio forzada, pero si te trasladás a mediados de los ’90, cuando aparecen los nuevos directores, se tendía a agruparlos a partir de un recambio generacional. Era una definición más por oposición a lo que se hacía antes que porque esos directores tuvieran algo que ver: Martel, Lisandro Alonso, Pablo Trapero, Adrián Caetano, Daniel Burman… Todos hacían cosas distintas. Así y todo, había más rasgos en común entre ellos que con los directores anteriores.
-Los cortos de Historias breves son considerados como el puntapié del Nuevo Cine Argentino. Esa antología se hizo cuando se filmaban menos de 20 películas año y las cámaras eran mucho menos accesibles. ¿De qué manera la evolución tecnológica condicionó esta corriente artística?
-Los adelantos hicieron que fuera más fácil que antes hacer cine. Ahora parece viejo, pero a principios de los ’90 ya empezaba el video y, con eso, pequeñas producciones independientes que no pasaban por la estructura industrial. El tema es que muchos de esos nuevos cineastas que venían a romper con la industria terminaron “aburguesándose” y metiéndose en ella. Algo en cierta forma lógico y que no está necesariamente mal. Es un recorrido natural, incluso. Lo que cambió es que la nueva generación llegó con la intención de meterse más rápido en la industria. Pero me parece que todo el tiempo van saliendo cosas buenas. Antes era más claro porque había 40 películas por año y ahora tenés que buscar entre más de 200. Muchas veces bufamos sobre el nivel, pero no muchos cines nacionales tienen 20 o 30 películas buenas al año. En la Argentina hay que buscarlas, pero están.
-Recién mencionabas la idea del nacimiento del Nuevo Cine Argentino como oposición a la generación anterior. Hoy, en cambio, se percibe un linaje más visible y hasta buscado de los nuevos directores con la primera camada del NCA.
-Es verdad. Sería más natural que se opusieran, pero tengo la sensación de que no se termina de generar una movida desde otro lugar. Uno podría pensar que el cine de género argentino podría ser una respuesta a esas películas autorales y “festivaleras”, pero no hay un cuerpo de obra de calidad. La idea de estos diálogos es pensar al NCA como un magma que va moviéndose todo el tiempo. Hoy no hay una oposición a lo anterior, hay lazos comunicantes cruzados medio raros. Sí hay una segunda etapa a partir de la llegada de Mariano Llinás que marca un regreso a la ficción, a las grandes historias.
-Una suerte de “anti minimalismo”.
-Claro. Está el cliché de que el NCA contaba historias pequeñas: películas de 70 minutos sobre un tipo que vuelve a su casa, que va a la playa fuera de temporada, que llega a un lugar con un bolso. En ese contexto aparece Llinás con películas maximalistas, con miles de líneas narrativas y duraciones cada vez más extensas. Son como las dos caras de la misma moneda.

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