En la era de la hipercomunicación, el boca a boca sigue siendo el método imbatible para difundir obras teatrales que de otra manera se perderían en la marea infinita de la cartelera local. Es esa operación justamente la que logra que una treintena de personas se reúna en una esquina de Colegiales en un domingo soleado, a las dos de la tarde, para asistir a la función diurna de Ojalá las paredes gritaran, versión libre de Hamlet, que ya supera las cien funciones.

Escrita y dirigida por Paola Lusardi, la pieza preserva la esencia del clásico shakesperiano, aunque reescribe la historia para adaptarla al tiempo actual. Así, la tragedia escrita en el siglo XVII por el dramaturgo inglés ya no transcurre en un palacio de Dinamarca, sino en una casona reciclada de Colegiales, más precisamente en la casa de la misma directora, quien imaginó la obra en función de ese espacio. Hamlet, a su vez, no es un príncipe, sino un joven millennial hiperactivo, de clase media alta, que escucha música electrónica y rapea canciones de Wos. Y los acontecimientos se desarrollan durante una comida organizada por su familia para proponerle un trabajo en la empresa familiar.

En la versión de Lusardi tampoco aparece el fantasma del rey, que en el texto original revela a su hijo que el autor de su propia muerte ha sido su hermano Claudio, que decidió asesinarlo para usurpar el trono y casarse con su esposa, Gertrudis. Sin embargo, Hamlet, interpretado magistralmente por Julián Ponce Campos, sabe desde un principio que su tío, ahora casado con su madre, es el asesino de su padre, y trama su venganza. El actor construye una criatura siempre al límite, con un arrollador trabajo físico en el que se expresan todas sus emociones: la agresividad, la desobediencia, su dolor por la ausencia paterna y la locura.

Como contrapeso a la furia y a la rebeldía contenida en ese cuerpo, aparece el personaje interpretado por Antonella Querzoli, quien elabora a una Gertrudis visiblemente afectada por el comportamiento de su hijo, quien le reprocha de todas las formas posibles su nueva vida junto al hermano de su marido muerto. En la puesta, Martín Gallo es el que adopta ese rol de Claudio, un hombre torpe, vulgar, que busca empatizar con su sobrino, aunque sólo genera su rechazo. El elenco se completa con otras figuras centrales como Horacio (Santiago Cortina), amigo y confidente de Hamlet, la melancólica Ofelia (Mariana Mayoraz) y un pintoresco y excéntrico Polonio, con el que se destaca Augusto Ghirardelli.

La puesta en escena resulta fundamental y suma singularidad a la pieza. Lusardi dispone para el juego teatral el espacio de su casa: un living con cocina integrada y con conexión a un patio interno y a una escalera que, según se intuye, conduce a una terraza. Cada uno de esos lugares, junto con el mobiliario y los objetos propios de la casa, e incluso el espacio exterior, encuentran su sentido en el cruce con las interpretaciones, el texto y la música. Al público, por su parte, se le reserva el lugar de testigo inmerso en medio del conflicto, a escasos centímetros de donde transcurren las acciones.

Una nueva y disruptiva forma de abordar un clásico largamente representado, quitando solemnidad, pero sin renunciar a la creatividad ni mucho menos al contenido, es lo que propone Ojalá las paredes gritaran, un fenómeno del under teatral que, lejos de las luces del centro, convoca, sorprende y revalida la excelencia y vitalidad del circuito independiente. 

* Funciones: sábados a las 21 y domingos a las 14. Para información sobre el espacio en el barrio de Colegiales y reservas: [email protected] /011 3142-5649