Premiada durante la última Berlinale, Por gracia de Dios es la última película del activo cineasta francés François Ozon, en la que aborda el tema de los abusos cometidos por sacerdotes católicos contra niños, casi un subgénero dentro del cine actual. Acá se trata del caso de Bernard Preymat quien hasta 1991 y durante 20 años cometió decenas de abusos en su parroquia de la ciudad de Lyon. El caso tomó estado público a través de un grupo de víctimas, quienes ya adultas comenzaron a exigir justicia en 2014, primero en el seno de la Iglesia y luego ante la autoridad civil. El asunto, aún sin resolver, llegó a manchar a uno de los máximos referentes del catolicismo en Francia, el cardenal Philippe Barbarin. De hecho el título de la película tiene su origen en una desafortunada frase que este pronunció durante una conferencia de prensa en 2016, cuando afirmó que “¡gracias a Dios los crímenes de Preymat habían prescripto!”. Por desgracia (y no de Dios) el título local no interpreta correctamente el detalle, quitándole parte de su potencia.

Ozón divide el relato en dos mitades. La primera cuenta la historia de Alexander, quien 25 años después de haber sufrido los abusos se entera de que Preymat volvió a Lyon y sigue trabajando con chicos. A partir de ahí comienza un trabajo interno para enfrentar primero el regreso de su memoria y luego a la institución católica, incluyendo a su abusador. El francés urde laboriosamente esta primera mitad, trasladando el peso de su protagonista al espectador, pero sin reproducir el sistema de abusos que retrata. Ozon no usa el poder del cine para “molestar” al público sino que, al contrario, con paciencia edifica un crescendo dramático de gran tensión sin necesidad de subir los decibeles. El relato está organizado casi como una novela epistolar del siglo XIX, a través de la comunicación que Alexander sostiene con la burocracia eclesiástica por medio del correo electrónico. El recurso le permite al director avanzar al ritmo del protagonista y sin grandes elipsis. Al mismo tiempo apuesta por la empatía, colocando al espectador en medio del angustiante laberinto que este va encontrando en un camino de excusas y demoras que de nuevo lo convierten en víctima de un pacto de silencio.

A pesar de su tacto narrativo, Por gracia de Dios también comete algunos excesos que no por ser módicos deben ser omitidos. En particular una escena en la que el propio Preymat se encuentra en un aula rodeado de chicos que leen un pasaje del Evangelio de Mateo. Aquel en que las personas llevan a sus hijos para que Jesús los toque (léase: los bendiga) y ante el recelo de los apóstoles por contener a la horda el maestro dice aquello de “dejen que los ñiños vengan a mí”. El contraste entre un cura pedófilo y una escritura sagrada que habla de un Mesías “tocando” niños es demasiado obvia. Aún así Ozon se sirve de la escena para dejar en claro que algunas alarmas comenzaban a encenderse en el entorno de Preymat.

 

La segunda parte arranca cuando la lucha de Alexandre casi se ha convertido en una obsesión que empieza a ensombrecer su vida familiar. Ahí decide abandonar su esperanza de una solución puertas adentro y denuncia penalmente a su agresor. Lo que sigue tiene menos que ver con la construcción de un clima íntimo que con la exposición pública que genera la denuncia del protagonista. A partir de allí Por gracia de Dios se vuelve más convencional, abrazando las formas de las películas judiciales o de investigación. Al mismo tiempo estalla en una constelación de nuevas víctimas que al tomar el caso estado público comenzarán a revivir su calvario personal, siguiendo los pasos de Alexandre.