17 de junio

Hoy me desperté oyendo los mismos insultos de siempre desde todas partes del pasillo, hasta que me di cuenta de que no me había despertado del todo; era una pesadilla de duermevela lo que estaba teniendo. (O quizás eran insultos reales pero muy, muy lejanos).

Hoy también recibí un llamado alentador de mi prima y una visita reconfortante de mi hermano. Me alegró que un hermano mío califique a mis vecinos del 10 y del 12 como "muy básicos", no les crea nada y los considere inverosímiles en general.

Mi problema no es lo que piensen de mí mis vecinos o mis supuestas ganas de que me acepten, sino las tremendas ganas que vienen demostrando ellos de hacer algo en mi perjuicio al respecto de su pésima opinión de mí. Es decir, hay diversos niveles de intolerancia, y estos son intolerables. Sin embargo, al comprender que tengo aliados en mi familia, empecé a encontrar algo de esperanza y paz.

Ya de mejor ánimo, salgo al jardín y tomo una épica imagen de mi gata al sol de un hermoso día. El gato se me apichona porque vino medio averiado de una pelea. Hoy le toca segunda dosis de antibiótico. Obtengo una bella imagen del mandarino y su sombra: ahora que le hicimos la lomita en su maceta de 50cm x 50cm recibe más sol que nunca. Todos los seres vivos de la casa disfrutamos el presente.

Hoy tuve dos lindos sueños interrumpidos por las estrepitosas salidas matinales escolares de los vecinos del fondo, y en el medio una duermevela pesadillesca donde oí una vocecita femenina desde el fondo del pasillo proferir una especie de cántico futbolero agresivo, insistente, inverosímil al punto de que lo consideré una ilusión auditiva y logré seguir durmiendo junto al gato a pesar del dolor de estómago nervioso que me había agarrado de repente mientras me preguntaba, como Descartes, si mis sentidos me engañan a causa de un genio maligno o qué carajo estará pasando.

En el primer sueño me encontraba con un libro titulado "Return by Dawn" (en inglés, "Retorno al amanecer"), que mi antiguo compañero de casa en zona Sur había dejado en un viaje de regreso por Atopia, y me sentaba a leerlo en un gran jardín.

En el segundo sueño, un amigo mío de la adolescencia, de zona oeste, llegaba a mi terraza cruzando todos los techos de la manzana, incluida una zona considerada intransitable, que era un pupilato mezcla con edificio enclavados en el centro de manzana. En el sueño, un vecino decía que las mujeres jóvenes que se criaban ahí crecían con traumas. Mi amigo sobornaba a un guardia y podía atravesar eso hasta mi casa. Llegaba con mucho arroz que yo desparramaba sin querer. Yo le regalaba un dragón tornasolado que cabía en la palma de mi mano.

Me despierto y oigo pasar a la vecina buena del fondo, la que vive en medio de las dos familias infernales, puteando a su perra Ricarda. Siempre le habla así, no es nada personal con nadie humano. Después pasa la vocecita pesadillesca medio silbando y medio profiriendo insultos rencorosos ante mi puerta por lo bajo. Sin duda es la del 10, pero no la madre sino la hija, y de nuevo tengo esa sensación de que se está quemando a sí misma, y quiero convencerme de que están autodestruyéndose en una guerra que yo no voy a ganar porque ellos van a perderla antes. Pero no me sale gratis en el cuerpo el arrebato de estoicismo y me levanto al fin con unos ahogos que sólo ceden con medio comprimido de Novo Humoral. Al final dormí hasta el mediodía y me queda poco tiempo para hacer mi trabajo de la jornada.

18 de junio

Mi catarsis-manifiesto del sábado 15 de junio sobre las mujeres +45 aprox. tiene un recorte mínimo que se enfoca en un cierto sector social (clase media baja tirando a lumpen) y geográfico (la Sexta) y una cierta edad. Puntualmente: ella, mi vecina la diariera, a quien los hijos quieren internar por bohemia y artista, y yo misma ante los sustos que se permiten darme mis vecinos. Y además mi inquietud surge de ver cómo viven ciertas mujeres mayores en mi barrio.

Algo de eso noté el año pasado: la soltera y la separada que se atrincheran en sus fortalezas inexpugnables. Y también tenemos una vecina que quedó años en situación de calle, fue a parar a Colonia Oliveros, ahora alquila una pieza pero vive en permanente zozobra por el mobbing inmobiliario que hace estragos en su fragilidad adquirida por haber sido institucionalizada.

 

Y estoy hablando de algo que sucedió cuando ya regía la Ley de Salud Mental. Recuerdo de hace un par de años este diálogo entre dos usuaries: "A mi abuela la internaron en una clínica psiquiátrica". "¿Y qué tenía?" "Un departamento". "Ah, bueno".