Más, cada día más

Los últimos años han visto al fotógrafo nipón Haruhiko Kawaguchi, alias Photographer Hal, envasar al vacío a cantidad de enamorados. Inauguró la propuesta -literalmente- asfixiante con la viralizada Flesh Love, donde retrató a parejas envueltas en gigantescas bolsas de plástico, selladas tras extraer el aire vía aspiradora, capturado el momento extremo, efímero y controlado frente a un fondo blanco en su estudio de Tokio, Japón. En diez segundos o menos, dicho sea de paso, amén de evitar desfallecimientos, desmayos, y con la expresa intención de “unir a las personas para que finalmente se vuelvan una, en un paquete de puro amor que invite a imaginar un mundo más pacífico”. Y es que, claro, nada dice paz como compartir un espacio imposiblemente limitado, sin oxígeno… Cuestión que, en Zatsuran, repitió claustrofóbica fórmula con pequeño aditivo: los amantes fueron retratados con sus objetos preferidos; y en Flesh Love Returns convenció a decenas de novios y novias de Países Bajos, Bélgica, Hong Kong de ser envasados (nuevamente, al vacío) en algún lugar que fuese especial para ellos: su dormitorio, el bar de la primera cita, el parque del primer beso. Pues, no conforme con sumar ya kilos y kilos de amor, ha vuelto al ruedo el envasador serial con iniciativa hermanada, pero aún más ambiciosa: en Flesh Love All, su más reciente serie, no solo empaca a parejas o familias enteras, sino que embolsa además el paisaje de fondo, que no es otro que sus hogares. “No solo los que se quieren están envueltos, también lo que los rodea, creando una imagen donde el mundo todo deviene uno. Una forma ideal de amar, que se expresa hacia afuera, en comunidad”, ofrece el romántico muchacho, evidentemente flechado… por su particularísima y riesgosísima idea de arte visual y cariño.

Coronas fúnebres para el 99,94 % de internet

Sin animosidad alarmista, que sepan las damas y los caballeros que internet está muerta, difunta, exánime, finada. Lisa y llanamente, la World Wide Web -como solía llamársele en la antigüedad- es un fiambre. O en términos más precisos, un camposanto donde reposan numerosísimas páginas fallecidas, abrumadoramente mayor en cantidad que los sitios que aún respiran. Y es que, según cuenta la publicación Mashable recogiendo cifras provistas por Internet Live Stats, pueden contabilizarse a la fecha 1,71 billones de webs en internet, pero la vasta, ¡inmensa! mayoría está inactiva o sin actualizarse desde hace añares. Que a los fines, lo mismo es decir que están RIP (aunque con posibilidades de zombificarse, es decir, volver a la vida algún día). Pero, de momento, del total apenas 200 millones están activas, un magro 0,06 por ciento. Los portales restantes, el 99,94 por ciento, abandonados a su suerte, al estertor, la lenta agonía. Dramatismo aparte, no han faltado las voces críticas que, de cara a los alarmantes números, ya aclaman: “¡¿Son conscientes de la cantidad de dominios que son rehenes de esta situación imposible?!” Pues, claro, aunque abandonado a su suerte, nadie puede usarlo, debe pensar alternativa… Por lo demás, otros han aprovechado para hacer historia, recordar que internet comenzó con unos diez sitios allá por 1992, y desde entonces experimentó un crecimiento ciertamente explosivo. En 1998, ya había 2,4 millones de webs; en el 2000, 17,1. El punto de no retorno, empero, fue en 2014 cuando arribó por fin al billón de portales. Y el pico, el año pasado, que llegó a los 1,76. Claro que, con el diario de mañana, imposible no preguntarse cuántas páginas de cada etapa, de cada período, realmente estaban vivas. Tantas dudas, tanta intriga…

Wang (izq) con su discípulo Ge: entre ambos, uno de sus Maos

El hombre que pintó el mismo retrato de Mao durante años

Acaso algunos no estén al tanto de que, en los últimos días de septiembre, previo a la celebración del Día Nacional de la República Popular China, el gigantesco retrato de Mao Zedong que emperifolla la Puerta de la Paz Celestial, frente a la icónica Plaza Tiananmen, en Beijing, es reemplazado por un nuevo cuadro, parecidísimo -por no decir igual- al anterior. El cambiazo, que se repite religiosamente una vez al año, responde a cuestiones prácticas: al estar a la intemperie, la obra empieza a ajarse, y la figura del histórico líder comunista no puede deslucirse, debe estar espléndido cada vez. De allí que, con muchísimo cuidado, lo suceda la flamante (re)creación, que se cuelga a resguardo de miradas fisgonas amén de conservar la mística de lo que antaño se consideró una misión top secret. Y es que, como explica el historiador de arte Wu Hung, “entonces se suponía que la gente adoraría la imagen, que era más que un cuadro: representaba al mismísimo Mao. De allí que se buscase eliminar cualquier rastro artístico y humano, para que nadie preguntase quien hizo la pieza, que simplemente aparecía como por arte de magia”. Pero, claro, no hay magia sin mago, y en los 60s y 70s, el artista chino detrás del popularísimo retrato fue Wang Guodong. “Sus retratos están entre los más reconocibles del mundo, rivalizando con La Mona Lisa, pero pocos conocen su nombre”, anota el New York Times en un reciente artículo que da cuenta de la reciente muerte del mentado varón. Un hombre que marcó precedente como autor de lo que muchos definen como “el cuadro más importante de China”. Finalmente, acorde a plumas especializadas, incluso después de renunciar al cargo el año en que muere Mao, en 1976, los sucesores de Wang continúan pintando retratos idénticos basados ​​en su diseño, mostrando a un Zedong de mejillas sonrosadas, de aspecto serio y sereno. “Nadie puede ponerle su firma a estas pinturas. Era así antes, y sigue siendo así ahora”, ofrecía tiempo atrás Wang, un artista que no se consideraba tal: en todo caso, obrero del arte sirviendo a la revolución. Vale decir que no todo fue un lecho de rosas para el señor en repetitiva labor: una vez, en los 60s, los Guardias Rojos se tomaron a mal que, en una de sus pinturas, Guodong hubiese retratado a Mao ligeramente de perfil, con solo una oreja a la vista; una postura que, según ellos, indicaba que el líder solo escuchaba a unos pocos, no a las masas, y eso era contrarrevolucionario. “No dependía de mí. La pose fue decidida por el gobierno central”, explicó décadas más tarde el pobre Wang, que igualmente fue castigado por la presunta infracción: humillación pública primero; ser enviado a laburar a una carpintería por dos años en segundo lugar. Así y todo, debía ser talentoso el señor, porque no solo retuvo su título: además de seguir pintando el retrato oficial (con dos orejas, sobra aclarar), formó a adolescentes para que reprodujeran el rostro de Mao, muy demandado en su época de apogeo.