El concepto se repetía en algunas conversaciones de la multitudinaria reunión de prensa de ayer en el Teatro Sony. Se hace complicado enfrentarse a la escucha de un nuevo disco de Charly García. La primera razón es la más obvia, casi no hace falta mencionarla: se trata de Charly, un tipo que, al llenar la batea de tantas obras maestras, encuentra una competencia excesiva en su propio pasado. Pero además, los últimos años de García, la factura que le han pasado a su físico las aventuras tóxicas del rock and roll, abren una dolorosa pero lógica duda sobre lo que puede dar. Y entre esas consideraciones objetivas se cuela, de manera igualmente obvia e inevitable, lo subjetivo, lo que tiene que ver con su estatura de gigante no solo del rock sino de la música popular argentina. Todos quieren que Charly esté bien. Que dé a conocer un disco a la altura de sí, que suenen canciones que borren todo reparo, que no haya que apelar a la molesta frase de “bueno, bastante que está vivo...” para reforzar el entusiasmo. 

Entonces empezó a sonar Random, y a medida que se encadenaban las diez canciones de este nuevo episodio de su historial solista el alma fue volviendo al cuerpo. García vuelve al ruedo con un disco sensiblemente superior a Kill Gil y Rock and Roll Yo. El hombre a quien ya no cabe reclamarle nada –basta un rápido repaso de todo lo hecho desde el Vida de 1972: ¿qué vamos a reclamarle a García?– lanza mañana un álbum que, sí, claro, no es Piano bar ni Parte de la religión, pero de ninguna manera puede considerarse una obra menor. Un disco que –como su autor– no necesita de ninguna actitud perdonavidas. Canciones para meterle volumen y disfrutar.

No mucho de eso podía entreverse en el single que se dio a conocer el 6 de febrero, “La máquina de ser feliz”: un tema bonito y entrador, pero de voz excesivamente maquillada, una carta de presentación que no dejaba demasiadas pistas sobre el resto del mazo. Grabado en tres estudios (Cathedral, Los Pájaros y el móvil Say No More), con un veterano soldado de García como Fernando Samalea en la batería y percusión y los aportes de Rosario Ortega (voz), Kiuge Hayashida Soiza (guitarra en cuatro canciones) y Antonio Silva (batería en “Believe”), Random es, valga la redundancia, un disco bien solista: Charly se hace cargo de teclados, guitarra, bajo, batería electrónica, samples, loops, programaciones, producción y arte de tapa, sin covers, con una especial dedicatoria a María Gabriela Epumer y el Negro García López –dos puntales de sus bandas prematuramente fallecidos– y un agradecimiento “a todos los fieles de la Iglesia del Pescado”. 

La referencia al pececito que también adorna la tapa (el ichtus con el que los cristianos se identificaban en secreto durante la persecución romana) podría hacer pensar en uno de esos discos de renacimiento con fe tras una crisis de adicciones, pero García no elige ese camino. Más allá de alguna referencia a los pecados en “Spector” –cuyo sonido de soul sesentoso explica claramente el título, e incluye frases como “Yo te mostraré el camino entre la cana y los demás”–, la única canción de alusiones religiosas no va por el camino de la redención sino de la sorna. Los teleprofetas brasileños no son un tema muy novedoso, pero la corrosiva lectura de “Amigos de Dios” hace que eso no importe: “Cambio de canal pero sigue el recital / ¿Con qué mierda drogan a la gente? / El cojo avanza, el mudo tiene voz / Todos se esconden abajo de un telón”, describe Charly en un midtempo oscuro que nada tiene que ver con el aire naif del single de apertura. 

No es que no haya alusiones a las vivencias recientes del artista. De hecho, en la marchosa “Primavera”, sobre un sincopado punteo de dobro se lo escucha cantar que “Ahora que estoy rehabilitado saldré de gira y otra vez / Me encerrarán cuando se acabe y roben lo que yo gané”. Sobre el bailable groove de “Rivalidad” (“Viva la rivalidad, siga la rivalidad”) le recuerda a las vecinas que “nunca van a conseguir cambiarme”. Y la suciedad blusera de “Otro” va directo al hueso: “En la primera hora me dieron el papel / La concha de la lora, ahora lo tiene él / Por eso yo ya quiero otro, otro, otro / (...) Yo quería ser fascista pero no me fue bien / Después psicoanalista / Pero ahí me asusté / La medicina quiere otro, otro, otro / Otro en mi lugar”.

Hay en Random varias facetas donde se reconoce al Charly que uno quiere encontrar en sus discos. Una perfecta canción–García como “Lluvia”, probable segundo single, con su declaración “Ya ves que yo no te puedo dar / lo que quisiste dejar”; una revisita al sonido de los Byrds, una de sus bandas predilectas, en “Believe”, cantada en inglés; las alusiones cinematográficas de “Ella es tan Kubrick”, con la que más de uno de los presentes pensó en Fito Páez. Y un moño perfecto en “Mundo B”, el tema de cierre, que arranca a pura combinación de sintes y piano y deja caer esa voz por momentos mefistofélica que afirma que “El pasado no me condena / El presente no me da pena/ El futuro está asegurado / y los muertos están comprados”. En ese final, antes de las citas explícitas a The Beatles de “I wanna hold your hand / she loves you, yeah yeah yeah”, Charly va cerrando su paquete random con versos de potente actualidad, que parecen aludir a la reciente seguidilla de desapariciones de iconos de la música: “A pesar del mundo y este mundo / hay más muertos que nacimientos / Hay más pálidos que contentos / Hay más chicas que están en bolas / Y los muertos están de moda”.

Los muertos podrán estar de moda, pero García ha decidido demostrar que está vivo. Que, sobre todo, sus canciones lo están. Enfrentarse a la escucha de su nuevo disco puede haber parecido complicado. Volver a escucharlo, en cambio, será un placer.