¿Cuántas veces le habrá explicado usted a más de un extranjero lo que es para el argentino tomar mate? Si me lo pregunta a mí, tomar mate es una de esas cosas que no se explican o no es necesario explicar, sino que con sentirlo alcanza para masajear el espíritu. Igual que los domingos de fútbol, el café al salir del laburo o de la facu, o la letra de una canción del Flaco Spinetta.

El mate es un símbolo, un estandarte, una emoción. ¡Qué importa si lo prefiere amargo, con stevia o con los sobrecitos de edulcorante que usted más de una vez se ha afanado del bar de la esquina! (Quédese tranquilo que no soy botón…)

Lo que sí téngale por seguro al visitante es que no hay pecado criollo tan vil como tomar mate solo. E imagínese el cuadro usted… tomar mate solo es como un tango que se sufre y se llora. Pero, por lo menos, el tango tiene música en la lágrima. El mate en la soledad, en cambio, hace pesar la melancolía del día y lo vuelve a uno kamikaze que ya no sabe con qué resignarse.

Claro, usted me dirá: "Pero hay gente que toma mate solo cuando está a las apuradas, sabiendo que llega tarde al laburo". Usted mismo lo ha dicho. Eso es un apuro. No es sentimiento. No hay masaje al alma. Más bien un golpe seco de rebenque a la corteza cerebral para que no se duerma.

Tomar mate solo es pecado, así como le digo. El mate con la soledad hace que la yerba se sienta más lavada, haciéndole una sensación de amargura que ni cien mates cimarrones lo curan. El mate convidado con soledad debe provocar tapada de bombilla y guay de usted si no anda con nervios de acero. O más bien ansiedad de fierro. O papilas gustativas rígidas.

"Pero si hubo gauchos en la historia que tomaban mates solos…" No se confunda, hermano. Los gauchos en la soledad tomaban mate porque el perfume de la tierra mojada y el pasto verde acompañaban el momento. Era acompañamiento al ambiente. Las tortas fritas bien calientes o el pan de galleta recién comprado eran buenos compañeros para ese comensal criollo.

Pero sabe bien usted que no es gaucho, ni guacho. La ciudad, con el smog de los autos o las motos destrozando tímpanos con martirio de motosierra eléctrica, no es lo mismo que el humo de la leña seca, la pava heredada del abuelo o el gorjeo de las aves matutinas.

Nadie disfruta de un mate cimarrón mientras se oye el eco de los perros que le ladran a las oxidadas bicicletas tempranas. Yo no siento el gusto tranquilo del mate con las quejas del vecino multado por estacionarse mal en el centro para sacarse la cera de la oreja con el meñique.

No me tome el mate solo.

Si anda apurado, métale al mate cocido, una botellita llena de agua de la canilla y/o manotee alguna empanada de carne, si le quedó alguna de anoche.

Aproveche para rasquetear con la uña el último trozo de pan duro para acompañar el mate cocido.

Pero el mate con la soledad, no.

Cuando tenga ganas de tomarse unos amargos en casa, tenga a mano la agenda telefónica y llame a un amigo, a un pariente, a un conocido, al vecino. A cualquier vecino, no importa si es aquel con quien comparte todos los chismes del barrio o lo que caza por ahí escuchando su vieja radio a pilas. No importa si es con el vecino que le debe los cien pesos o le rompió la hidrolavadora. Ponga la pava al fuego como excusa.

¿Nadie está disponible para visitarlo? Saque del armario su mejor pilcha, agarre el termo y vaya a molestarlo. Podrá convertirse, en todo caso, en un cebador ambulante de mates. Agarre a cualquier transeúnte que vea y cébele un mate. Dígale, en todo caso, que está organizando una campaña nacional en contra de los mates en la soledad.

Pero ya lo sabe: no me tome el mate en soledad.

No se amargue usted mismo con los amargos. Porque, si no, ¿será el espejo mismo quien le vaya a escuchar su rezongo por el ayer agobiante en el laburo? ¿Será la lámpara de bajo consumo quien atienda a la súplica del estudiante porque aún no entiende nada de la materia y en pocos días tendrá un final para rendir? ¿El elefante de cerámica le dará consejos o un número para jugar en la quiniela nocturna?

El mate solo, no.

No, por favor.

Ni se le ocurra.

No se me queje si luego se le tapa la bombilla.