El ojo se entrena disparando al vacío. Gerda Taro lo hacía con su cámara durante la Guerra Civil Española; ponía el cuerpo en el campo de batalla al servicio de documentar la lucha, pero también la vida cotidiana de los militantes comprometidos con la defensa de la República. Madrid resistía heroicamente, pero en Brunete la fotógrafa murió a fines de julio de 1937, a los veintiséis años. “¿Cuántas personas has visto morir antes de morir? Un número mayor de los que ha inmortalizado –dice su amiga Ruth Cerf en la novela La chica de la Leica (Tusquets), de la escritora italiana Helena Janeczek-. Gerda se deslizaba entre sus cuerpos torturados, se inclinaba para disparar, había fotografiado un cuerpo arrojado a las baldosas sin trapo alguno a modo de sudario, un niño o una niña de cinco o seis años, con la cara desfigurada. Arrastraba consigo la máquina fotográfica, la cámara de cine, el trípode, durante kilómetros y kilómetros. Sus últimas palabras fueron para preguntar si sus rollos estaban intactos. Fotografiaba a ráfagas en medio del delirio, con la pequeña Leica sobre la cabeza, como si la protegiera de los bombardeos”.

Janeczek, invitada por el Instituto Italiano de Cultura al Festival Internacional de Literatura en Buenos Aires (Filba), se presentará en el auditorio de esta institución este jueves a las 18.30 (M.T. Alvear 1119) y el viernes a las 17 en el panel “La vida de los otros”, junto a Juan Manuel Robles y Leila Guerriero, en el CCK. Los ojos verdes de la escritora italiana vibran con la intensidad emocional de una narradora que sabe explorar los pliegues más íntimos de su materia narrativa. Como si ella –en una fructífera simetría con Gerda- se entrenara mirando en la profundidad y complejidad de los sentimientos. “Cuando empecé a escribir la novela, Gerda no estaba tan olvidada, pero no era tan conocida por un público más amplio”, recuerda la autora la novela Las golondrinas de Monteccasino, que vio la primera exposición de fotos de Tardo en 2009 en Milán, la ciudad donde reside hace más de treinta años. “Entonces me compré la biografía de la alemana Irme Schaber, una mujer que dedicó muchísimos años a hacer entrevistas con los amigos de Gerda, se ocupó de buscar en los archivos y discernir qué fotos eran de ella y cuáles de Robert Capa, porque esos materiales no estaban en verdad perdidos, sino que lo que se había perdido era la atribución de las fotografías a Gerda”, aclara la escritora italiana que con La chica de la Leica ganó los premios Strega y Bagutta en 2018.

El magnetismo de Gerda Tardo –seudónimo de Gerta Pohorylle, hija de una familia judío polaca que huyó de la Alemania nazi a París- tiene varias aristas para Janeczek. “Me fascinó que era un mujer anticonformista y que no se la podía encasillar en ningún estereotipo”, explica esta escritora políglota que habla español, italiano, francés, alemán, inglés y un poco de polaco. “No era la compañera revolucionaria que deja de ser femenina, tampoco era una mujer frívola. Todos los hombres se enamoraban de Gerda, pero no era una femme fatal”. El otro aspecto que le interesó es que el olvido de Gerda se produce casi automáticamente en el momento en que su compañero se convierte en una celebridad: Robert Capa fue el fotógrafo de guerra por antonomasia. Capa -seudónimo del húngaro André Friedmann- no fue responsable directo de ese olvido”, advierte la escritora y precisa que el primer libro de fotografías que Capa publicó en los Estados Unidos con el título Death in the Making (1938) es un homenaje a Gerda Taro. “Hay razones políticas para ese olvido –reflexiona Janeczek-. En las narraciones sobre la pareja, Capa era un joven muchacho un poco aventurero, en cambio Gerda era la comunista ciento por ciento comprometida. Esta narración pone toda la culpa del olvido en el compromiso político. Lo poco que se recordaba de Gerda Taro es que ella fue la partenaire ideológica de Capa”.

Nueva York, 1960. La novela comienza cuando el médico cardiólogo Willy Chardack recibe un llamado de otro médico que combatió en las Brigadas Internacionales: Georges Kuritzkes. Además de recuperar juntos la memoria de Gerda, la amistad de estos hombres está atravesada por una misma pasión y tormento: los dos estuvieron enamorados de la primera fotorreportera muerta en un campo de batalla. “Yo tenía dos problemas: uno es que Gerda es un personaje fascinante, pero a la vez muy evanescente; ese tipo de personaje que no puedes representar con una primera persona narrativa porque era muy inteligente, pero no era autorreflexiva. La tercera persona narrativa era demasiado estática, como una voz de otro siglo –compara la escritora-. También tenía el problema que no quería que ella fuera vista como ‘la novia de Robert Capa’. Estos jóvenes quisieron intentar una manera no convencional de relacionarse. Pero él tenía problemas con su libertad sexual. Uno de los hilos más importantes de la novela es la libertad de Gerda como mujer; por eso me parecía necesario ponerla en los ojos de otros hombres que la amaban. Esta fue la primera idea que tuve muy clara en la concepción de la novela. La mirada de los hombres que la recuerdan es una mirada que idealiza, ¿no?, porque ha pasado mucho tiempo. Por eso incluí también la mirada de su amiga Ruth Cerf”.

--El propósito de la novela fue repolitizar la figura de Gerda Taro como una militante comunista. ¿”La pequeña Rubia”, como la llamaban, estaba despolitizada?

--Sí, los jóvenes de los años 30 estaban politizados, de un lado o del otro lado; eran socialistas, anarquistas y comunistas o fascistas y nazis. Esos jóvenes se comprometieron en la lucha porque no querían soportar pasivamente lo que sucedía. Uno de los aspectos más fascinantes de Gerda Taro es que ella integra a la realidad nuevas visiones del mundo. Las últimas fotos que hay sobre Gerda la muestran muy linda y cariñosa; un aspecto muy interesante para las mujeres, pero también para todos: no debes renunciar a tu personalidad por integrar otros ideales en tu vida.

--¿La figura de Gerda Taro interpela también al movimiento feminista?

--Yo no creo que se haya anticipado al feminismo, pero mi mirada sobre Gerda es feminista porque la libera de los estereotipos femeninos.

--La novela mezcla muchas lenguas: inglés, francés, italiano, alemán. Es una novela babélica, ¿no?

--Yo también soy medio babélica (risas). En la España de la Guerra Civil hay una auténtica Babel con las Brigadas Internacionales y me parecía que tenía que reproducir esa voluntad de sentirse unidos por los ideales políticos mientras no era tan fácil entenderse.