Marisol Cabrera es argentina y este domingo, por razones de fuerza mayor, festejará su cumpleaños número 32 en la localidad ecuatoriana de Baños, a unos 200 kilómetros de Quito. Para pasar sus vacaciones, había elegido un sitio singular, la población de Indichuris, lejos de las ciudades, cerca de la memoria histórica de los pueblos originarios de América Latina. El estallido social en Ecuador la sorprendió cuando estaba en plena selva, parando en una comunidad indígena. “Me tuve que ir de ahí porque con el paro la comunidad no tenía recursos para que me alimentara, y en la zona no había tiendas para comprar alimentos”. Por medio de un WhatsApp, única forma de comunicación posible en la situación en la que se encuentra, relató que fue invitada “a retirarse”, por su propio bien, de Indichuris, y allí comenzó su antropológico viaje, cuyos detalles compartió con Página/12.

Unos amigos, desde Baños, le contaron que allí la cosa estaba tranquila. “Yo estaba a 90 kilómetros de Baños y me decidí a viajar, pero para llegar tardé más de un día y medio”. Su primera escala fue en Puyo, pero la situación era muy complicada porque “no hay transporte porque los vecinos se pinchan las ruedas entre sí, unos a otros, para que nadie pueda romper el paro, y apedrean a los autos que intentan pasar las barricadas”.

De todos modos, pudo convencer a un vecino que la llevara un tramo en su camioneta. “Me dejó a diez kilómetros de Baños, porque no pudo acercarse más debido a los cortes” de rutas. “El camino estaba lleno de barricadas e incluso habían usado excavadoras para hacer montañas de tierra en el medio de las calles”. Se atrevió hacer la travesía sola, aunque mucha gente le aconsejó “que no lo hiciera, que era muy peligroso”. Durante el trayecto que tuvo que hacer a pie se cruzó “con personas armadas con lanzas, en medio de fogatas”.

Con la mochila al hombre había llegado a Puyo, cuando la ciudad estaba en llamas. Había saqueos, fuego, barricadas por todos lados, manifestantes rompiendo vidrieras y policías reprimiendo con gases lacrimógenos. Le aconsejaron evitar los hoteles, que también eran atacados por los manifestantes, y una mujer la invitó a alojarse en su casa, en las afueras de la ciudad. Esa noche no hubo nada para comer por el desabastecimiento y al otro día tuvo que seguir camino, porque la dueña de casa cerró la vivienda y se abandonó su hogar para evitar riesgos. 

Todavía le faltaban 60 kilómetros para llegar a Baños. El último tramo le demandó más de medio día. “Me llevaron en un auto, hasta que nos pararon los militares para revisar el vehículo, mi equipaje, y preguntarme que estaba haciendo” en Ecuador. Finalmente llegó a Baños caminando, cruzando las barricadas. “En el camino vi camiones de la resistencia repartiendo platos de comida, para palear el desabastecimiento de alimentos”. Ahora está en Baños, al filo de sus 32.