En el penal, bajo la ley del trabajo para las personas detenidas, Marcela se dedicó a la fabricación de broches. Dijo que hasta ahora no cobró nada por su trabajo “porque la plata todavía está depositada en la Jefatura (del Servicio Penitenciario Bonaerense) y nunca nos pagaron”. Se ríe cuando dice que el martes salió de la cárcel con 100 pesos.

Lo más gratificante fue haber participado en los talleres de pintura. Un cuadro hecho por ella estuvo expuesto en Tecnópolis y después lo llevaron al Pasaje Dardo Rocha, en La Plata. Durante su estada en prisión también empezó la carrera de Derecho e hizo un terciario en Analista de Sistema, pero después de la condena en el juicio oral “estuve muy abatida por los años que me dieron y dejé todo de lado” porque entró en un proceso depresivo.

“Lo único que podía hacer era levantarme todos los días, para no dejar la lucha que estaban dando mis hijos afuera”. Antes de ser detenida trabajaba “haciendo pastas para el comercio del señor Hugo Gancero, que después fue testigo en mi contra en el juicio, donde se olvidó de decir la verdad de lo que venía sucediendo y él conocía bien”, señaló en referencia a la violencia de género que ella sufría de parte de su es pareja.

Gancero es primo de Eduardo Gómez, por cuya muerte ella fue condenada sin pruebas. Ella también cuidaba a la abuela de Paola Romero, que testificó a su favor en el juicio, y realizaba tareas de limpieza en el Banco del partido de Bartolomé Bavio, donde ocurrió el episodio que desencadenó su tragedia personal. Antes había trabajado, en La Plata, en una financiera del Banco Supervielle.