Una instrumentación 100% acústica y sin amplificación. Ése es el formato en el que Pablo Grinjot se siente más cómodo y encuentra su sello personal. El cantante, pianista y compositor retoma esa tradición estética de la música clásica y la trae al presente como un gesto contracultural. La Ludwig Van, una orquesta integrada por cuerdas, contrabajo, piano, dos guitarras y voces, funciona como un “sistema musical completo y complejo”. “Es un bloque en sí mismo: intento que las cuerdas, el piano y todos los instrumentos funcionen como una pequeña sinfonía y no como una base post-rockera arreglada con colores, vientos y cuerdas”, distingue Grinjot. “Es mi estética habitual, un formato con el que siento que puedo decir algo diferente”, resalta el también violinista. Lo que tiene para decir es la “celebración” de la salida de su séptimo disco, Majestad, el cielo azul (2019), producido por Andrés Mayo y con arreglos y dirección musical de Juan “Pollo” Raffo.

De este modo, el cantautor y su orquesta realizarán un concierto acústico para presentar el nuevo material y recorrer toda su obra este sábado 19 a las 21 en el CAFF, Sánchez de Bustamante 764, con invitados como Pablo Dacal, Darío Jalfin, Martín “Gnomo” Reznik, Zelito Ramos Souza (Brasil) y Agustina Paz. “El micrófono existe hace un siglo y la música hace cien siglos. Yo lucho contra la estandarización”, refuerza Grinjot. “Este formato se me ocurrió hace mucho tiempo, lo profundicé y lo sostuve. Tengo una formación académica y cuando era estudiante de piano y violín con mis maestros conformábamos ensambles instrumentales de música clásica. Entonces, es un sonido que lo tengo presente en mi educación, que me resulta familiar”, dice quien trasladó ese lenguaje a la canción popular.

-¿Y se genera otro pacto con el público?

-Sí, el público tiene que hacer silencio. Pero no es un imperativo, es una propuesta. No le queda otra posibilidad. Y se genera algo que a mí también me interesa: el público desarrolla una escucha activa. El éxito de un concierto es responsabilidad tanto de los artistas como del público, porque es una construcción efímera e irrepetible.

Hace dos años, en un viaje a Necochea, Grinjot le mostró una veintena de canciones al ingeniero de sonido Andrés Mayo y éste propuso “hacerse cargo del material”. O sea, ocuparse de la producción artística y ejecutiva de la obra. “Y su idea era sacarme un poco del lugar egocéntrico que tenemos los cantautores, también por autoproductores de nuestra carrera. Al fin y al cabo, ¿cómo no vamos a ser egocéntricos si siempre escribimos todos los arreglos y grabamos todo nosotros?”, grafica el músico, quien aquí solo grabó las voces y un piano. La propuesta, entonces, fue que el autor de las canciones se corriera del centro y entraran en juego otros actores y actrices. Ahí apareció Pollo Raffo para terminar de definir el repertorio, hacer los arreglos y dirigir las sesiones. Y entre Raffo y Mayo armaron el elenco.

Una de las claves del disco, por caso, es la participación de las voces invitadas: Paula Maffía aporta sensualidad en “Sol sombrilla”, Cristóbal Repetto le da aires tangueros a la milonga “Soneto”, el uruguayo Martín Buscaglia pone su impronta lúdica en “Temporal” y, otro uruguayo, Daniel Drexler, le imprime misterio a “Balada del caballo cansado”. En tanto, los misioneros Los Núñez convierten a “Nubes” en chamamé y Martín Reznik y Diego Martez suman sus voces en la bella “Corazón sin estrella”. El financiamiento del disco también se costeó gracias a una idea original: a través de un seminario orientado a aprendices de técnico de sonido, que participaron en el estudio de grabación y estuvieron presentes en todo el proceso de producción. La grabación y mezcla estuvo a cargo de Mariano Fernández.

La mayoría de estas ocho canciones fueron escritas hace diez años o más. Por varias razones, no entraron en discos anteriores. Pero todas tienen algo en común: fueron compuestas bajo la armonía del verano. “Me parece que mi música es un tributo al verano y a las vacaciones; porque de hecho compongo canciones en la guitarra cuando me voy de vacaciones”, dice Grinjot. El horizonte del mar de La Paloma, en la costa uruguaya, es una de sus fuentes principales de inspiración. De hecho, uno de sus discos se llama Rocha (2009), como el departamento charrúa. “Mi estilo guitarrístico tiene mucho que ver con Uruguay y también con Rio Grande do Sul. Soy pampeano, pero más de Zitarrosa que de Yupanqui”, lanza.

-¿Cuál creés que es el aporte de tu generación a la canción de Buenos Aires?

-En mi caso, me arrogo el título de ser el que le bajó el volumen a la música popular en Buenos Aires. Cuando empecé a tocar canciones, me expresé explícitamente sobre eso: que me parecía que se usaba bajo eléctrico de cinco cuerdas hasta para tocar folklore. Como que el rock, que es un género que amo y me ha dado excelentes años de mi vida, había sido invasivo hacia los otros géneros, como el tango. Me parece buenísimo que sucedan las fusiones y sincretismos, pero no cuando es el único estándar predominante. Entonces, queríamos tocar más relajados, con otro volumen, como en el living de una casa. Y fue crucial también la aparición en nuestras vidas de Eduardo Mateo y Fernando Cabrera. Y creo que también renovamos el campo poético de la canción en la primera década del siglo XXI. Pero también hubo en nosotros una falta de ambición de mercado: somos una generación de bohemios que estuvimos más interesados en escribir y en tocar para nuestros amigos y familias que llegar a una comunicación más masiva.