En días recientes, Soko Tierschutz y Cruelty Free International, dos organizaciones que velan por poner fin al maltrato animal, liberaron un video que exhibe cómo monos, gatos y perros eran sometidos a prácticas abusivas en un laboratorio alemán. El LPT (Laboratory of Pharmacology and Toxicology) es un centro de experimentación que está situado cerca de Hamburgo, cuenta con más de cien empleados y realiza pruebas para la industria química y farmacéutica. La pregunta inmediata es: ¿de qué manera consiguieron penetrar la intimidad del lugar y mostrar el horror? Fácil, infiltraron a un miembro de sus filas que ingresó a trabajar y, durante cuatro meses, registró de qué manera los bichos se sometían a decenas de extracciones de sangre por día, eran colgados con sogas que apretaban sus cuellos hasta prácticamente asfixiarlos y eran encerrados en cubículos que les impedían cualquier tipo de movimiento. El caso recorrió el mundo y ya está en manos de la justicia germana.

“En Argentina hay muy pocos laboratorios que trabajan con primates, perros y gatos. Ahora bien, las imágenes que podemos ver son terribles. Que este sitio privado siga protocolos no quiere decir que sus prácticas sean legales. En nombre de la ciencia no se puede hacer cualquier cosa tampoco”, señala Jimena Prieto, doctora en Ciencias Básicas y Aplicadas e investigadora del Conicet en el Laboratorio de Biomembranas de la Universidad Nacional de Quilmes (UNQ). Y continúa con su argumento: “En nuestro país, para publicar un paper o solicitar subsidios de investigación, las metodologías que involucran animales deben estar aprobadas por comités de ética. Las regulaciones son estrictas”, explica.

“Las imágenes no resisten el menor análisis, son inadmisibles. Muy pocos centros en el mundo realizan pruebas de este calibre. Llama la atención porque Alemania es un país muy cuidadoso y restrictivo. Afortunadamente, la historia ha modificado muchas de las rutinas de experimentación científica”, apunta Marcelo Rubinstein, doctor en Ciencias Químicas e investigador superior del Conicet. Precisamente, la complejidad de la mirada histórica radica en que los hechos deben ser examinados a la luz de los contextos. Sin ir tan lejos, el propio Bernardo Houssay --Nobel en Medicina (1947) y protagonista descollante en la creación y la consolidación del Conicet (1958)-- realizó en perros buena parte de sus experimentos, que exploraban el funcionamiento de la hipófisis, el páncreas y la insulina. “Si hoy observáramos con detalle las técnicas que utilizó serían inaceptables. Claro que él lo hizo a mediados del siglo XX y estamos en 2019. Las fronteras entre lo permitido y lo prohibido se fueron corriendo década tras década. En Exactas (FCEN-UBA) decidimos dejar de usar animales para la docencia. Antes destripar sapos para las clases de fisiología o anatomía era moneda corriente. Incluso, los alumnos que hacían macanas eran enviados al bioterio en señal de castigo; hoy existen especialidades y cursos de posgrado que reivindican la centralidad de este campo”, comenta el director del Instituto de Investigaciones en Ingeniería Genética y Biología Molecular “Dr. Héctor N. Torres”.

La controversia alrededor de la utilización de animales y su cosificación en los laboratorios --al convertirse en objetos de estudio-- es de larga data. De un lado, las sociedades protectoras afirman lisa y llanamente que los investigadores son “asesinos”; del otro, los científicos argumentan con el estoicismo y la firmeza de siempre que “si los medicamentos no se prueban en animales antes de llegar a los consultorios, los niveles de toxicidad y sus potenciales efectos nocivos deberían medirse en humanos”. El planeta debe obligarse a recordar que hace apenas un puñado de décadas el nazismo se tomó en serio esta premisa, decidió ahorrar tiempo y los experimentos se practicaron en personas. Así, figuras como Carl Clauberg, Albert Widmann, Joachim Mrugowsky y Josef Mengele quedarán grabadas en la memoria colectiva por cometer las atrocidades más inimaginables: desde la dirección de programas de eutanasia y el diseño de cámaras de gas, hasta la infección de prisioneros con clavos oxidados y vidrios, para recrear las heridas que sufrían los soldados alemanes durante la guerra y conseguir sanarlos más rápidamente.

En este marco, como el empleo de animales no puede evitarse, la ciencia tiene la obligación de controlar y regular los experimentos bajo protocolos de buenas costumbres. Así es como se pone en acción el principio de las “3R”: Reemplazo (métodos que ayuden a evitar o reemplazar el uso de animales), Reducción (métodos que ayuden a reducir el número) y Refinamiento (métodos que ayuden a disminuir el dolor). En 2010 la Unión Europea instó a los países miembros a adoptar la directiva n°63, que obliga a reducir los experimentos con animales. En aquella misiva, el parlamento europeo proclamaba que “excepto los que sean naturalmente solitarios, deben ser alojados en grupos estables de individuos compatibles”; así como también que “todos los animales deben disponer de un espacio de la complejidad suficiente para permitirles expresar una amplia gama de comportamientos normales”. A nivel local, la Asociación Argentina de Ciencia y Tecnología de Animales de Laboratorio es la referencia ineludible en el área. La AACyTAL es una entidad sin fines de lucro que tiene, entre sus objetivos principales, promover la conciencia de trabajar éticamente y con animales genética y microbiológicamente definidos; fomentar normas que rijan las actividades relacionadas con el cuidado y uso de animales de laboratorio; e instar a la educación en los campos de la competencia de la Asociación.

Como si fuera poco, cada institución que compone el sistema científico y tecnológico cuenta con representantes que, junto a veterinarios y miembros externos de la comunidad académica, conforman el Comité Institucional para el Cuidado y Uso de Animales de Laboratorio (CICUAL). “Hoy en día, con las herramientas disponibles, no podemos evitar el empleo de animales en un ciento por ciento. De cualquier modo, con el correr de los años, hay un montón de logros cosechados: existen ensayos, test y pruebas que se hacían en animales y hoy ya no se hacen. El mundo tiende a dejar de emplearlos y Argentina no es la excepción”, describe Prieto que, además, participa de la Comisión de Bioterio de la UNQ.

El meollo radica en que la perspectiva humana es tan antropocéntrica que la preocupación se incrementa a medida que los animales se asemejan a las personas. “Aquellos animales que más cerca tenemos son los que más nos duelen. Nos activan las famosas neuronas espejo, que nos producen dolor cuando la experiencia, en verdad, es atravesada por un tercero. Personalmente, no podría trabajar con primates”, plantea Rubinstein. Las “espejo” son un grupo de células nerviosas útiles para comprender los comportamientos empáticos, sociales e imitativos de las personas, descubiertas en 1996 por el prestigioso neurobiólogo italiano Giacomo Rizzolatti. “Los animales de laboratorio tienen una importancia medular. Si no existieran no avanzaría la medicina, no existirían las vacunas y nuestras poblaciones estarían diezmadas por una cantidad brutal de enfermedades”, asegura.

“Por algo trabajo con peces y dejé los roedores. La empatía aumenta en relación a cuánto más parecidos los vemos a nosotros. Es difícil medir el dolor que sufre un pez, pero no sucede lo mismo con los monos que vemos en el video. La tolerancia varía de acuerdo a cada animal”, relata Prieto. Y concluye: “Cualquier científico con un poco de sentido común evitaría el uso de animales. No obstante, si prescindiéramos de ellos el mercado estaría inundado con medicamentos producidos sin ninguna responsabilidad. Podrían causar malformaciones y otros daños colaterales. Ahí, estoy segura, la población pediría que vuelvan las pruebas en animales”, concluye Prieto.

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