“Flamengo de América” tituló la revista El Gráfico en su edición del 29 de noviembre de 1981, la nota sobre la final de la Libertadores. Unos días antes, el 23 exactamente , el equipo carioca le había ganado 2-0 a Cobreloa de Chile en el partido de desempate. Fue la primera y única final de Flamengo en la Libertadores hasta ahora, que la jugará por segunda vez en su historia, contra un rival mucho más fuerte que aquel humilde conjunto chileno.

En el partido de ida Flamengo había ganado 2-1, en la vuelta se impuso Cobreloa 1-0 en una guerra de patadas, y por eso llegaron al tercer partido en la capital uruguaya, en el que los rojinegros se impusieron claramente.

El club más popular de Brasil tenía por entonces un gran equipo, con un promedio de edad de 24,8 años, un buen técnico como Julio César Carpegiani, y tres luminosas estrellas: Zico, Junior (para muchos el mejor lateral izquierdo de la historia) que manejaba todo desde el fondo, y Leandro, que de tan funcional que era podía jugar de defensor, mediocampista o delantero y en todos los puestos rendía bien. De hecho, fue una de las figuras de la cancha (jugó de volante) , junto con Zico, autor de dos goles: el primero al tomar un rebote, de media vuelta, y el segundo con un impecable chanfle de tiro libre.

La final de la Libertadores le había llegado a Flamengo en medio de una maratón de partidos ( 12 en 30 días), que incluía los encuentros decisivos del campeonato carioca. Tal vez por las exigencias físicas a que eran sometidos los jugadores, manejaron la pelota priorizando la tenencia y la precisión antes que la velocidad. Cobreloa, que había llegado mucho más lejos de lo que podía esperarse, poco pudo hacer en el Centanario.

Una lamentable curiosidad que dejó registrado un record en la Copa se dio a tres minutos del final. En Chile, los anaranjados del Cobreloa habían repartido montañas de leña, sobre todo por el lado del central Mario Soto. Nunes había prometido que en Montevideo lo iba a quebrar, pero no cumplió. El que sí tomó venganza por mano propia fue Anselmo que entró, caminó sigilosamente unos 20 segundos hasta el lugar donde estaba Soto, y le metió una tremenda trompada de atrás que lo dejó nocaut. Le batió el record a Urruzmendi en un partido de Independiente-Estudiantes. Cuando Soto despertó, fue a encararlo al árbitro, el uruguayo Roque Cerullo, y lo menos que le dijo fue delincuente.

En la noche del partido, el enviado de El Gráfico fue testigo de la colorida batucada que armaron los brasileños en el restaurante del Hotel Victoria Plaza, hasta las 3 de la mañana. Celebraban la Copa, la posibilidad de jugar la final de la Intercointinental contra el Liverpool (¡Oh casualidad!), y los 400 mil dólares que se repartirían entre todo el plantel. “Quero cantar ao mondo inteiro/la alegría de ser o primeiro”, entonaban una y otra vez , dirigidos como en la cancha, por Zico y Junior.

Envuelto en los vahos del alcohol, cuenta El Gráfico, el presidente del club Antonio Augusto Abranchas se subió como pudo a un banquito, y brindó por diez años más de éxitos. Pero en realidad el último gran triunfo fue el 3-0 contra el Liverpoool en la final Intercontinental.

El enviado de El Gráfico a la final de Montevideo había sido el autor de esta nota.