"Bienvenido a la vigilia" le cantan los azulejos y él disfruta la cadencia tarareando la melodía.

La muñeca, adicta al reloj, le avisa con una puntada que queda poco tiempo, no obstante, lo sabe por experiencia, un apurón en el afeite se paga caro.

Por el espejo repta el espíritu de un ser que no necesitó usar Gillette jamás.

El beso del cactus.

El halo de ardor incuba en el poro al germen de la barba.

La loción es el último rosario en la cadena ritual.

Desayuna sin sobresaltos.

Los factores que desencadenan incertidumbres son solubles al café.

Las noticias parecen calcadas de cuatro semanas atrás o quince meses a partir de mañana. Disparidad cambiaria aumenta el poder inquisitivo, un gremio se enfrenta a la patronal, la virgencita de un pueblo de la provincia de Corrientes llora Polycera.

Deja las pantuflas para calzarse los zapatos.

Cierra la puerta. Saca la llave.

La cerradura, como una de esas flores en la solapa de los payasos, le arroja un chorro de thinner que disuelve sus globos oculares.

La picazón, más de mil fósforos de madera encendiéndose a la vez, le llega hasta el centro del cerebro.

Con el iris vuelto lava manejar es imposible.

Toma un taxi.

El viaje transcurre en la lógica del tránsito a las nueve de la mañana más, de pronto, nota que por la vereda la gente camina en el día de ayer. El tapizado del asiento cambia de plástico a pana. Dos ojos enormes se abren en la nuca del conductor. Un resorte lo eyecta al asfalto.

Él, peregrino sin norte hacia la línea cebra, esquivado e insultado por automovilistas, a merced de avenidas con más de cien carriles, es el alud que sobre sí cae.

En la cercanía, frenéticas por huir, aúllan erráticas manadas.

Llega, con su sirena puesta, una ambulancia al lugar.

Lo cargan y la marcha se reinicia.

Junto a él, custodiándolo, dos camilleros no paran de hablar. Cada palabra dicha por esos extraños es una estaca que se le clava en el cráneo. Acupuntura de alambre de púas. El dolor supera en intensidad a las quemaduras del frío.

Blandiendo una tenaza, desde más allá de los límites del reino del cero, una mano de mujer comienza a quitarle esas aberrantes incrustaciones orales.

La ninfa de la tenaza, pronta, pía y certera, acaba con la sanación y desaparece junto a cualquier estado de mundo…

***

La pasta dental, verde transparente, vira a roja.

La cortina de la ducha le imprime tanta presión a sus círculos que terminan siendo cuadrados. Las facciones merman a cada roce del filo contra la cara.

Una parte de sí, antes de salir del baño, anuncia su decisión de permanecer ahí por lo que resta de día.

***

Krishna es para insolventes. Buda tiende a las clases altas. La Productividad, deidad mediadora, tenaza ecuménica, adapta todo a su eficacia.

Zeus, cada vez con menos predicamento, hace tiempo dejó de ser la tercera opción.

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