Meter el dedo en la llaga implica un sutil ejercicio con la distancia y la experiencia: cuanto más lejos, mejor se puede observar el dolor y la miseria humana, en la terminal de ómnibus de Retiro o en Villa Gesell. Esa proximidad aparente de la mirada no significa comprensión; hay zonas impenetrables para el entendimiento. Un profesor de literatura invita a un escritor a un penal y le advierte: “Venís a ver el infierno, lo visitás y salís sin haberte chamuscado. Después podés contarlo por ahí”. La máquina de narrar se ha echado a andar cuando el cronista se encuentra con Ricardo Ragendorfer, el periodista de policiales. O cuando recorre Mendoza y escribe la continuación del cuento de Roberto Bolaño, “Sensini”, en la ciudad donde nació Antonio Di Benedetto. Guillermo Saccomanno no quiere enredarse con las telarañas del yo en los relatos de El sufrimiento de los seres comunes (Planeta); veintitrés cuentos que el propio autor siente que están “más cerca del documentalismo” que de la ficción.

Hay mucha luz en el departamento de Córdoba al 400, un noveno piso donde vive el escritor cuando no está en Villa Gesell. La biblioteca fue “depurada”, un trabajo de limpieza que le llevó un tiempo, hasta dejar los libros imprescindibles, la mayoría de filosofía y poesía, obsesiones de género que van de la lectura a la escritura. Que impregnan un modo de ser y estar en el mundo. Si en los cuentos de su último libro hay personajes que esperan o que huyen, el autor de Situación de peligro, Bajo bandera, Animales domésticos, El buen dolor, El pibe y la trilogía sobre la violencia compuesta por La lengua del malón, El amor argentino y 77, entre otros títulos, escapa de la literatura del yo. “En un punto uno puede pensar que toda literatura es literatura del yo; Guerra y paz es Tólstoi como Los hermanos Karamazov es Dostoievski. Literatura del yo es el Diario de Ana Frank, pero también los Diarios de John Cheever, que me parece el modelo de diario como ideal, junto con los de (Cesare) Pavese. Estamos en un momento en que parece haber una proliferación de géneros y de nuevos géneros y de crisis de los géneros, entonces por qué no volver a probar el realismo como experimento, que es la intención de este libro”, plantea Saccomanno y aclara que sus últimos libros han sido experimentos: los dos libros que escribió con su pareja, la escritora Fernanda García Lao, Amor invertido y Los que vienen de la noche; Cuando temblamos y Antonio.

“Me interesa que la escritura me ponga en tensión y el tema es cómo contar hoy a los otros –dice Saccomanno-. La crónica es un género que está muy inflado y no me preocupa que se enojen conmigo; no todos son (Rodolfo) Walsh ni (Ryszard) Kapuscinski ni Svetlana (Alexievich). Escribir yo estuve ahí no te hace cronista ni escritor. Los cronistas no se animan a ser escritores, a asumir la escritura como creación y no como reflejo de la realidad”.

--Quizá quieren ser solo cronistas...

--Yo tengo mis dudas… a todos los periodistas les gusta ser escritores, hasta a Luis Ventura y Jorge Rial les gusta. ¿Para qué publican libros? ¿Publicar libros te hace escritor? No. ¿Qué te hace escritor? Tener una relación comprometida con la escritura y estar en tensión con el lenguaje. Yo estoy cada vez más metido con la lectura de filosofía y de poesía. En los últimos años, en Radar y también en algunas “Contratapas”, escribí mucho sobre poesía -más que cualquier otro género- y filosofía. Estuve dos o tres años leyendo a Nietzsche, después estuve un tiempo largo con (Ludwig) Wittgenstein y también con (Soren) Kierkegaard, (Maurice) Blanchot y (Jacques) Derrida. Son lecturas que me interpelan y me ponen en cuestión lo que escribo. En muchas de estas lecturas hay momentos que no entiendo y yo sigo adelante y leo filosofía como si leyera poesía. Si leo el Tractatus Lógico-Philosophicus, se produce un fenómeno muy curioso y es que empiezo a entender de otra manera eso de que “lo que no se puede hablar, es mejor callar”. Wittgenstein llega a pegar en lo místico. (Georges) Bataille también tiene un rollo con el cristianismo.

--¿Por qué son tan desesperanzados los cuentos del libro?

--Yo escribo sobre lo que me duele y no quiero que suene demagógico. Gesell y acá son dos territorios horadados. Acá, de noche, veo una cantidad de familias tiradas en la calle. En la otra cuadra hay una familia en una galería y mi hijo Anselmo me preguntó: ¿por qué, papá? Esa pregunta, ¿cómo se responde? Estamos rodeados por el desierto aún con Alberto Fernández. El equipo de Fernández se va a encontrar con tierra arrasada. Cada vez veo más villas en Villa Gesell; hay una conurbanizacion de la costa atlántica. Yo escribo de lo que me duele, no puedo hacer otra cosa. Por lo tanto la escritura me duele. No tiene que ver con el sufrimiento metafísico de (Ernesto) Sabato. Yo sufro por lo concreto de todos los días, me toca. No nos podemos hacer los inocentes con lo que pasó en la dictadura. Yo vengo de una generación marcada por la dictadura y el clonazepam. Este libro abre con el cuento “78” porque funciona como epígrafe. Después, los cuentos que siguen vienen con un eco lejano de los 70. (Tzvetan) Todorov dice que un país que tuvo campos de concentración tiene el corazón comido por los gusanos. Cuando hablo del dolor, hablo de cómo encontrar una puta esperanza en este desierto. Los pobres, los humillados y ofendidos, han votado a Macri.

--¿Por qué votaron a Macri?

--Esto no hubiera ocurrido si hubiera conciencia de clase. Los gobiernos de Néstor y de Cristina no favorecieron a ninguna clase como lo hicieron con la clase media. El problema es que el negro peroncho que llegó a tener un taller en el conurbano con dos gronchitos de peones se siente Paolo Rocca. Y su mujer se siente Susana Giménez, se tiñe, y a los pibes como no los pueden mandar al Cardenal Newman los mandan al colegio inglés cheto de La Matanza.

“¿Puedo fumar?”, pregunta Saccomanno, el escritor que ha ganado el Premio Biblioteca Breve Seix Barral con la novela El oficinista (2010); el premio Rodolfo Walsh por la crónica Un maestro (2011) y el Dashiell Hammett por Cámara Gesell (2012). “El otro día alguien me preguntaba si mis cuentos son autobiográficos. ¿Eso importa? Lo que me importa es que sean autobiográficos para los que lo leen. La escritura no se trata solo de contar historias, de ser narradores de historias; antes nos definíamos así. La escritura pasa por el lenguaje”, reflexiona el escritor.

--¿Por qué “El sufrimiento de los seres comunes” es un libro que experimenta más con la crónica que con la ficción?

--Si los cronistas quieren ser escritores, yo les voy a demostrar cómo se escribe (risas). “La búsqueda de Dios (basado en hechos reales)”, el último cuento del libro, surge de una novela fracasada. En Gesell y en el país hay un aumento de los templos evangélicos. ¿A qué van? Van a cantar. Después están los jiposos new age que son los que frotan la pirámide y ponen los sahumerios. Y piensan que el I-Ching y lo zen les va a resolver la vida y ellos son lo menos zen que te puedas imaginar. Las señoras chetas del pueblo son budistas. ¿Qué están buscando? ¿Cuál es la relación con lo sagrado, con la esperanza? La pregunta es ¿qué salida podés encontrar en el desierto? ¿De qué te agarrás en el desierto? (Theodor) Adorno pregunta ¿cómo escribir después de Auschwitz? Auschwitz no pasó, sigue pasando. Paul Celan escribe en la lengua del verdugo. La lengua del verdugo, ¿no es la lengua de los medios, de la crónica televisiva? ¿Cómo escribo la historia de esta gente que busca a Dios? ¿Cómo se lo encuentra a Dios? ¿Qué es Dios? Son preguntas que vienen de haber estado leyendo filosofía todo este tiempo.

--¿Te interesa incomodar a los lectores?

--Sí, quiero hacer un libro que inquiete y que duela en un momento en que la literatura es “me puse un arito”, “me hice trans”, “escribo una novela”… Hacerte trans no es valor suficiente para escribir una novela. De la misma manera, con el mismo criterio, podés decir “yo fui obrero en Río Turbio y por eso escribo una novela”. ¿Cuál es el lugar de la escritura? Por eso el cuento “En el penal” es una crónica: yo entré en la U9 de Neuquén, en la época que estaba escribiendo Un maestro. Y vi a los pibes enseñando literatura y el respeto que le tenían los presos. ¿Qué busca un preso en la literatura? Hay un plan de evasión, pero no es solo eso. ¿Cómo les hacés entender que escribir es otra cosa? Es un acto de liberación, de catarsis, de búsqueda. Es un territorio de combate contra uno mismo. Hace unos años Peter Handke decía que la literatura se fue al carajo y los responsables son los escritores. “Me separé de Mariana y por eso escribo una novela”… Parecería que hay una pregnancia palermitana en todo esto y que también está en la poesía, mucha de la poesía nueva; es cierto que la poesía como gesto romántico remite al sujeto, al individuo. Pero no toda la poesía que aparece por ahí es como la poesía de Irene Gruss.

--¿Tu escritura se está volviendo más mística?

 

--No sé si se ha vuelto más mística, en todo caso es más mística a partir del último cuento, “La búsqueda de Dios”… Es el lugar al que llega Wittgenstein. ¿Qué busca él con el Tractatus? En los últimos libros, en las observaciones filosóficas, va llegando a un lugar en el que sus preguntas sobre el tiempo, el pasado, el espacio, se remonta al “de dónde venimos”, “a dónde vamos”, en un planeta que está hecho mierda. En uno de los cuentos unos chicos atacan a otro. En Los hermanos Karamazov alguien va caminando por la calle y unos chicos agreden a otro. El mal ya está ahí, en la infancia; no seamos inocentes. Lo que descubre (Sigmund) Freud va por ahí: las pulsiones, el perverso polimorfo. Los chicos de la villa revientan a un pendejo que no es un idiota, pero que está cerca del idiota de Benjy de (William) Faulkner. Si tengo que citar a un intelectual modelo para mí, te digo (Pier Paolo) Pasolini, un marxista que vive en estado crítico con el marxismo y el pensamiento cristiano. Con el pensamiento religioso me pasa lo mismo que con la escritura: uno trata de entender y no entiende. Hay un misterio en la escritura.