Los libros duelen y seducen. Pierre Michon –que cultiva la genealogía oblicua- indaga en el pasado para encontrar en las pequeñas biografías, en los detalles y obsesiones de su ambiente rural, el sentido de su mundo. El escritor lucha y fracasa; hasta que su voz narrativa irrumpe con esa maravilla que lo consagró, Vidas minúsculas, donde despliega un estilo poético por el sonido y la materialidad de las palabras, un fraseo en el que se adivina el silencio y unas oraciones subordinadas que preservan la oscuridad y el misterio. No es fácil sacar al escritor francés de su casa en Cards –a cuatro horas de París aproximadamente-, donde en los períodos de gracia se levanta a las tres y media de la madrugada para escribir. Estar en Buenos Aires, en la ciudad de Borges, uno de los escritores que admira y a quien intentó emular, es un modo de burlar la rutina de esa vida monacal.

“La escritura como aparición de lo invisible” se titula la primera conferencia que dará Michon este miércoles a las 19 en la Serie de Lecturas Frost del Master de Escritura Creativa de la UNTREF (Juncal 1319). El jueves a las 19 participará de un diálogo entre literatura y arte en el Museo Nacional de Bellas Artes (Libertador 1473) –auspiciado por la Fundación Medifé- y el viernes también a las 19 conversará con el escritor francés Olivier Guez en la Alianza Francesa (Córdoba 960). “Uno de los primeros textos que escribí, El estandarte del último suspiro, que nunca fue publicado, es borgiano”, revela Michon a Página/12 sobre ese material aún inédito que define como “una historia de etnología ficcional que sucede en el siglo XIX sobre una etnia cuyo único objeto de conocimiento y de interpretación es la sábana en la que muere una persona de la tribu” y que está escrito en un tono semejante a Las mil y una noches. “En ese momento me sentía un epígono de Borges”, confiesa el autor de Rimbaud el hijo, Señores y sirvientes y Los Once, que recibió el gran Premio de Novela de la Academia Francesa.

--¿Qué fue lo que le permitió encontrar su tono como escritor?

--Yo nací en el campo, vengo de una cultura campesina y quería esconder ese origen. Quería parecer una persona inteligente y urbana (ríe). De repente me di cuenta de que tenía que hablar de las cosas que conozco, que no solo responden a mi inteligencia sino a mi corazón. Y así fue cómo escribí Vidas minúsculas.

--Lo que sorprende de su escritura es la capacidad de volver real lo inventado; los lectores pueden ver el cuadro de “Los Once” y a Corentin, el pintor que lo hizo, a pesar de que no existen ni el artista ni el cuadro. ¿Cómo trabaja la escritura para lograr ese efecto?

--Yo necesito alucinar mi tema para gozar de la escritura; ver mi objeto, enamorarme y hacerlo aparecer; es como una fantasía sexual en donde lo visual tiene una importancia extrema. Si no veo el detalle de aquello de lo que estoy hablando, entonces no funciona.

--¿Hasta qué punto escritura y pintura podrían estar ensambladas? ¿Escribe como si pintara en un lienzo pequeñas escenas?

--¿Cómo podemos hacer lo mismo que un pintor, si necesitamos tiempo para poder escribir? No podemos tener ese efecto de sorpresa inmediato que tiene una pintura, que va de la mano del shock intelectual. Con un libro, en cambio, se necesitan dos horas de lectura para sentir lo mismo. La pintura muestra, en cambio la escritura nombra; es muy distinto. Y jugué mucho con esto en Los Once, que cuenta la historia de un cuadro que no existe. En realidad mi libro intenta captar la piel del cuadro.

--Quizá para muchos lectores ese cuadro exista, ¿no?

--Sí, muchos fueron al Louvre a ver el cuadro (risas). Un día fui a firmar a la librería del Louvre y había un hombre negro que me miraba estupefacto y que trabajaba en el museo recibiendo al público. Mucha gente le preguntaba dónde está “Los Once” y él decía que no había ningún cuadro que se llamara así. Y me contó que una vez una persona lo insultó y le dijo que ni siquiera conocía los cuadros que había en el museo.

--El hecho de haber nacido en el campo, ¿marcó el tipo de escritura y su sensibilidad?

--Seguramente sí. Yo miro el arte con los ojos de alguien que está relegado y lejos de todas esas referencias culturales. Cuando tenía quince años estaba en un colegio pupilo en una ciudad aburrida, y leía con placer a Stendhal, Balzac o Flaubert; pero no tenía nada que ver con lo que yo conocía. Esa gente que aparecía en la literatura no era gente de la vida; era como ciencia ficción. Por eso escribo desde el punto de vista de alguien que intenta entender, pero no lo consigue del todo.

--¿Qué importancia tiene el silencio para usted?

--Yo estoy muy familiarizado con el silencio porque no escribo siempre. Escribo uno o dos meses por año y el resto del tiempo leo y acumulo documentación para el próximo libro. A veces tengo miedo de que el silencio se instale definitivamente. Los momentos en que escribo son momentos de ebriedad en relación con mi estado natural, que es el silencio.

--¿Por qué escribe Pierre Michon?

--Yo escribo para disfrutar plenamente de la vida; es como la famosa respuesta de Beckett cuando le preguntaron por qué escribe usted: “solo sirvo para eso”.