“Me ponía a dibujar y hacía un vómito de todo lo que tenía dentro, pero cuatro horas después volvía a esos papeles y no me gustaban: fallaba, sentía que no estaba bueno lo que decía”, recuerda Loris Z. sobre las muchas reescrituras que tuvo El mundo extraño, que finalmente tendrá presentación este sábado en Espacio Moebius (Bulnes 658) junto a Guapo, de Ernán Cirianni (ambos por Szama Ediciones) y que también estará disponible durante el resto del fin de semana largo en Dibujadxs (domingo y lunes en el Teatro El Mandril, Humberto Primo 2758), desde el mediodía y con un alimento no perecedero como entrada.

Loris vomitaba una relación que había fracasado. “Todo el proceso de recorte, de pulir lo que quería decir y entenderlo, porque en verdad fue entender lo que me estaba pasando, y me llevó varios meses”, cuenta. El proceso fue largo: a comienzos de 2017 dibujó Navidad de reserva, una historieta corta –también autobiográfica e incluida en este libro– que recorría el primer tramo de una relación articulada por recitales de El mató a un policía motorizado. Cuando esa relación estalló mal, en octubre, germinó El mundo extraño. En el medio, una búsqueda sobre la propia sexualidad, la importancia del pogo y la necesidad de abrirse a los seres queridos.

 

En tus autobiografías anteriores no estaba la parte de la autoexploración sexual, ¿qué papel juega eso?

--En los libros anteriores no hablaba de eso porque no pasaba. En Persona no se veía. En Diario, cuando estaba con mi pareja de ese momento, tampoco. Al separarme pasan todas las cosas que cuento en Navidad de reserva, y ahí sí eran un componente muy importante de mi vida a diario. Y me sentía bien y a gusto con eso, entonces me parecía válido contarlo.

¿Cómo se articula el guardarse eso tanto tiempo con hacer historieta autobiográfica?

--Me pasó que mis primeros encuentros de ese tipo, y digo de ese tipo para no ponerle una etiqueta, los tuve hace 16 o 17 años. Tenía veintipocos. Después me puse de novio y estuve en pareja casi diez años, y en ese tiempo sólo estuve con ella y nunca salió el tema en las conversaciones. Quedó en la baulera. Tampoco sentía la necesidad de hablar de eso: no me generaba conflicto, no renegaba ni lo ocultaba, simplemente no salía. Cuando me separo y me encuentro con eso, me hizo bien aunque sea tangencialmente decirlo en voz alta, porque fue la primera vez que lo hablé en público; no sólo en obra, sino con mi círculo de gente.

En medio de todo esto está El Mató. ¿Qué significa el grupo para vos?

--Es una banda que habla de un montón de cosas que siente un montón de gente de nuestra generación, de la segunda mitad de los 20 hasta principios de los 40. Es una voz importante dentro del sentir de toda esta generación. Sí me pasó que en mi caso, ese año en particular, no te digo que me salvó la vida pero fue un apoyo mega grosso.

Por eso decís decís “el pogo te salva”.

--El pogo te salva, sí. Y me sigue haciendo bien.

En el libro mencionás la denuncia contra el baterista del grupo, ¿qué te pasó en ese momento?

--Yo estaba en Colombia trabajando, por volverme, y recuerdo que estuvimos buena parte de una tarde hablando de eso con amigos. Después la denuncia se desestimó, se descubrió que era falsa, pero el comunicado nos decepcionó. En el momento tenía sabor a poco. A muchos no nos gustó la forma. Lo cierto es que, poniéndome empático, no sé cómo comunicar algo así, no sé qué hubiera dicho en su lugar. No tengo una respuesta fácil. Sí me parece que era una oportunidad para dar algún otro mensaje.

Hay otra frase relacionada con eso. “Nadie mea agua bendita”, ¿qué significa para vos?

--Significa hacerse cargo. Lo hablamos con amigos todo el tiempo. Deconstruirse no implica necesariamente admitir que abusaste de alguien o que hiciste algo horrible como encerrar a alguien en un baño o arrinconar a alguien contra su voluntad o todo otro tipo de animaladas. Todos nosotros, varones cis, tenemos un monton de gestitos, de microconductas, que por ahí repetimos inconscientemente y que no nos damos cuenta de dónde vienen. Por ahí las hacemos sin intención de violentar, y una de las cosas que tenemos que hacer es identificarlas y hacernos cargo de que tenemos eso encima.

¿Pero la frase no sugiere que hay quien cree que sí mea agua bendita?

--¡Sí! Abrí Facebook y te vas a encontrar con miles de pibes que se la pasan compartiendo cosas, diciendo “mirá lo desconstruiudo que estoy”, y no les creo un carajo. A toda la gente que agita la bandera de la deconstrucción, no le creo nada. Me los imagino con el placard lleno de esqueletos. No es algo de lo que vanagloriarse, es una conversación que los varones cis tenemos que tener para adentro, en círculo íntimo, con amigos, familia o con quien quieras, pero no creo que sea algo que haya que flashear en las redes.

¿El libro te ayudó en ese proceso de deconstrucción?

--Totalmente. No soy de los que piensan que la obra sirve como terapia: de hecho me parece anatema eso. La obra es la obra, pero mentiría grosso si dijera que el libro no me ayudó en esto. Me hizo verme en lo bueno y en lo malo. Porque ver lo bueno de uno es súper fácil, pero hacerte preguntas incómodas y darte cuenta de que tenés algunas cosas chotas dentro, y actuar en consecuencia...

¿Cómo ponés eso en el libro?

--Bancándotela.