Con la proyección de los últimos títulos incluidos en sus competencias, la trigésimo cuarta edición del Festival Internacional de Cine de Mar del Plata comienza a despedirse. Hoy tendrá lugar la ceremonia de entrega de premios, tras la cual se proyectará The Irishman, último trabajo que el célebre Martín Scorsese filmó para Netflix y que tendrá una exhibición en sala muy limitada en el país. Luego de eso el festival aprovechará el fin de semana largo y el lunes ofrecerá sus últimas funciones, para despedirse hasta 2020.

La Competencia Internacional mostró un gran nivel este año y las últimas películas que se vieron mantuvieron el promedio. Se trata de Los sonámbulos, de la argentina Paula Hérnandez, y de South Mountain, de la estadounidense Hilary Brougher. Ambas se encargan de poner en escena dramas familiares que en menor o mayor medida hacen equilibrio sobre el filo de la tragedia. Tal vez esta coincidencia se encuentren ligada al hecho de que las dos películas están dirigidas por mujeres, quienes abordan sus relatos con plena conciencia del lugar que ocupa lo femenino en el mundo.

Los sonámbulos tiene como protagonistas a Luisa, interpretada por la siempre potente Érica Rivas, una mujer de mediana edad que luego de un largo plano secuencia descubre que Ana, su hija adolescente, tuvo su primera menstruación y que, desnuda y sangrando, caminó dormida hasta la entrada del amplio departamento donde vive la familia. Ese lugar inquietante entre el sueño y la vigilia contagiará su tensión al resto del relato. Aunque Luisa es claramente la protagonista de la historia, Hernández reparte su atención entre los dramas que viven madre e hija, ofreciendo un mapa que señaliza un segmento amplio de la experiencia vital de ser mujer.

La película presenta el vínculo entre lo masculino y lo femenino como un territorio en conflicto permanente y desde esa idea pone en escena muchos de los dramas que los distintos movimientos feministas actuales luchan por visibilizar. En ese sentido la caminata de Ana dormida, justo cuando su cuerpo le anuncia que ya no es una nena, podría leerse como una huida. Como el deseo de no despertar a esa madurez que la expondrá a los terrores que un mundo gobernado por hombres le depara a cada mujer.

Hernández maneja con precisión los climas, transmitiendo el agobio a partir de una cámara que se pega a la piel de las protagonistas. Tal vez se le podría reprochar que la estructura de Los sonámbulos funcione como una profecía autocumplida, haciendo que aquello que el espectador teme durante toda la película acabe materializándose al final. También se podría argumentar que así es como ocurren las cosas en la realidad, donde ser mujer significa estar expuesta todos los días a destinos igualmente oscuros.

Curiosamente South Mountain también ubica su drama en el centro de una estructura familiar y elige retratar a Lila, una mujer de mediana edad con hijas adolescentes, que carga con un protagonismo excluyente. Si bien no llega a alcanzar los picos de tensión de Los sonámbulos, la película consigue construir un clima opresivo, aunque es cierto que para ello se apoya en demasía en una banda sonora que trabaja de forma similar a como lo haría en un film de terror. La infidelidad, el vínculo de madres e hijas o las dificultades de una familia ensamblada son algunos de los ingredientes de esta historia, que revelan involuntariamente el carácter de receta que signa la construcción del relato. A diferencia de la película de Hernández, mucho más oscura y angustiante, el trabajo de Brougher en varios tramos se acerca demasiado a la frontera que separa al melodrama de la novela de las tres de la tarde.

Por su parte, las últimas jornadas de la Competencia Latinoamericana incluyeron algunos de sus nombres más fuertes. El del José Luis Torres Leiva fue uno de ellos. Exponente destacado del cine independiente de Chile, el director de Verano (2011) mostró su obra más reciente, Vendrá la muerte y tendrá sus ojos. Otro fue el del argentino Andrés Di Tella, ideólogo y primer director artístico de Bafici, quien presentó el documental Ficción Privada. Este completa la trilogía familiar que comenzó en 2002 con La televisión y yo, en el que abordó la figura de su padre Torcuato poco después de la muerte de Kumala, su madre, a quien cinco años más tarde retrató en Fotografías (2007)

Esta vez Di Tella recorre ya no sus líneas parentales de forma individual, sino que se enfoca en el vínculo entre Kumala y Torcuato a partir de la correspondencia que mantuvieron durante los primeros años de la relación. Un conjunto de cartas que su padre le entregó tras la muerte de la madre, en 1994, en las que se habla de amor pero también de dolores y de angustias. Un cuarto de siglo después el director se atreve a revisar aquel tesoro, para hilvanar de algún modo su propio mito de origen. Elige hacerlo junto a Lola, su hija, quien a punto de entrar a la adolescencia descubre junto a él la historia de sus abuelos. Su presencia completa el mapa genealógico de Di Tella, pero también sirve para ampliar la línea temporal de la saga cinematográfica. Como si hacerle un lugar al futuro que ella representa sirviera para darle un sentido vivo a ese pasado que el director revisa con compulsión freudiana.

Ficción privada incluye además el trabajo de la pareja actoral integrada por Denise Groesman y Julian Larquier Tellarini, quienes realizan una lectura dramática de aquellas cartas. Si ya el hecho de que un hijo se permita revisar la intimidad de sus padres representa casi un ejercicio psicoanalítico, ese dispositivo de puesta en escena puede pensarse como una postal simbólica, en la que el propio Di Tella espía la habitación paterna a través del ojo de la cerradura. Queda claro que el director es consciente de ese juego regresivo cuando afirma que al morir “los padres vuelven a ser los reyes que alguna vez fueron”, recuperando el trono que los hijos les quitan al perder la inocencia.