En Chile nadie se la vio venir y en Bolivia tampoco.

En Chile se suponía estar ante una de las sociedades más anestesiadas del mundo. El mejor alumno neoliberal de la región. Y resultó lo que conmueve al mundo, al margen de cuál sea el desenlace práctico de su estallido social. De eso ya no hay retorno y la derecha tendrá que trabajar mucho --nadie dice que sin probabilidades de éxito-- para amainar la nueva Constitución.

En Bolivia se presumía que, al fin y gracias a un líder indígena excepcional, capaz de resultados económicos con sentido igualitarista que asombraron al orbe FMI incluido, el enfrentamiento étnico de siglos permanecía latente pero mínimamente controlado.

Lula fue proscripto y preso tras haber sacado de la pobreza a 40 millones de brasileños y hoy vuelve a disputar poder de construcción política contra un fascista de mercado. Y en Ecuador, apenas para seguir tomando los acontecimientos más recientes, unas bases le marcaron la cancha a un traidor y en parte, sólo en parte, debió retroceder.

En resumen, la definición de la hora es una dramática incertidumbre, que abarca a los cientistas políticos de todo color, sobre lo que parecía robustez de proyectos, concreciones, esperanzas.

Sin embargo, hay la certeza de siempre.

Los poderes oligárquicos jamás terminarán de aceptar cambios profundos en su estructura de dominación.

Bolivia es una expresión salvaje de esa certeza, porque además anida en la antropología de un racismo violentísimo. Evo, un indio encabezando la transformación económica progresista más impresionante en la historia de ese país, tenía que ser el límite. Es cierto que esto se afirma con el diario del lunes, por aquello de que no se previó la amenaza grave contra su revolución integradora.

Porque es un indio y porque Bolivia es un paraíso de reservas estratégicas, en ese orden o al revés, no había que dormirse. Al primer flanco ofrecido, en su caso porque parece haber manejado con exceso de confianza las variables institucionales y la magnitud del enemigo, habrían de cobrárselas.

Pero hay otros ejemplos, entre innúmeros que reflejan a la propia Argentina, demostrativos de que las calañas del verdadero poder acaban no admitiendo, siquiera, un reparto apenas más equilibrado en la distribución material.

¿Acaso el primer y segundo peronismo fueron revolucionarios en la acepción clásica, de variante anticapitalista? ¿Lo fue el kirchnerismo? ¿O Lula y Dilma, o Correa, o Lugo? ¿Lo era el hondureño Manuel Zelaya, cuyo derrocamiento “blando” en 2009 inauguró lo que el revanchismo atroz corona con el golpe en Bolivia?

En su magnífica contratapa del viernes pasado en PáginaI12, este medio escrito ya tradicional que continúa aportando un plus analítico cotidiano y que por eso es cita recurrente en esta columna, el colega Eduardo Febbro relata la historia circular de nuestra región con una carga emotiva que jamás pierde precisión. No siempre se logra esa mixtura.

“América Latina tiene la derecha más depravada, pusilánime, corrupta e iletrada del mundo. Está dispuesta a quemar en la hoguera a un país entero con tal de no ceder ni un céntimo de sus ya monumentales beneficios. Respaldada por Washington, aliada al militarismo golpista y embebida de una ideología involutiva, las derechas continentales actúan como si los países de los cuales extraen sus riquezas fueran para ellas un mero exilio y no la patria original. El destino de golpes y destierros de seis presidentes latinoamericanos de orientación socialdemócrata es un retrato fantasmagórico de la carga destructiva que las castas oligarcas de América Latina están dispuestas a activar”.

Y en la conclusión: “No es la hegemonía de un medio la que hace titubear la democracia, sino la hegemonía de su mala fe. De Manuel Zelaya en Honduras a Evo Morales en Bolivia, la mecánica de la destitución ha sido similar: una casta oligarca que se apoya en los medios para viciar el relato, en la justicia y los militares. En cada caso se buscó arrancar del poder a opciones políticas reformistas, nacionalistas y con un fuerte ánimo redistributivo. Ninguno de estos seis ex presidentes (Zelaya, Lugo, Lula y Dilma, Correa y ahora Evo, sin importar, se agrega, las alternativas de golpe parlamentario, cárcel, proscripción, destierro, etcétera) ha sido un dictador, o un revolucionario violento; ninguno reprimió, amordazó a su pueblo, sentencio la libertad de expresión, ni derramó sangre en las calles. Llegaron para abrir el juego político, social y económico en países cautivos de una casta explotadora, no para llenar las cárceles o los cementerios. Sus enemigos sí. Nuestras derechas cavernícolas jamás atravesaron el Siglo de las Luces. Siguen ancladas en los tiempos de la barbarie ideológica y la obscuridad. Lo acaban de probar en Bolivia, amparadas, una vez más, en la protectora dependencia de Washington. La Casa Blanca siempre ha estado a la vera de todas las hecatombes políticas de América Latina. Ha sido el capacitador ideológico y operativo de los golpes de Estado militares del Siglo XX, como lo es ahora de los golpes cívico-militares que promueve desde el inicio del Siglo XXI”.

En Argentina, el brazo militar desapareció por la guerra de Malvinas y por su ejemplaridad mundial al haber juzgado y condenado a las genocidas. Ese fue un sembradío que sirve para entender por qué, incluso en lo que sucede en Chile y la misma Bolivia, como poco antes en Ecuador y también en Brasil, los militares deben guardar formas cínicas de respeto a la institucionalidad civil. Saben que, en caso contrario, puede esperarles más tarde o más temprano un desfile tribunalicio y efectivo mayor que el de la historia.

Pero el entusiasmo y las expectativas populares abiertos por el inminente gobierno de los Fernández no deberían perder de vista que podrá no haber, ni tan solo, la luna de miel de que gozan los primeros tiempos administrativos.

La casta argentina del poder económico tiene medios de comunicación potentes, constitutivos del poder a secas y con ánimo de revancha tras la derrota electoral que disfrazaron de victoria digna o “empate técnico”.

No darán respiro. La deuda monstruosa que deja Macri no posee contrapartida de circunstancias internacionales favorables. Se le debe a acreedores privados pero también a la sede financiera de Washington. Las corporaciones locales y extranjeras no demorarán en reaccionar ante la primera de cambio que les meta mano en el bolsillo para financiar, por lo menos, la emergencia. Si no es a corto será a mediano plazo, pero será.

La única respuesta será movilización popular sustentada en liderazgo, mientras ancle en aquello de la batalla cultural, comunicativa, que especifique y muy bien la causa y el destino de tomar tales y cuáles medidas.

En una primera etapa, son probables las ilusiones de que las élites dominantes pueden ser “comprensivas”.

Desdoblamiento del dólar o control de cambio ratificado, congelamiento de tarifas, aumento de impuestos a los sectores concentrados, emisión monetaria, políticas proactivas para estimular el consumo, su ruta. No tienen o no tendrían espacio político para salir de entrada con los tapones de punta contra una batería de disposiciones de ese tipo.

Lo pomposamente denominado “macrismo” estará en desbande, sin conducción a la vista salvo por el refugio de la Ciudad de Buenos Aires y con seguras recorridas judiciales de sus “republicanistas” (de lo cual da testimonio el intento de mandar a los arrepentidos anti K a Inodoro Py, porque si permanecen en esfera del Ejecutivo se descubrirá más rápido cómo fue que se arrepintieron).

No durará demasiado y lo que no se va, lo que Macri representó y representa, tirará con todo lo que tiene ante el primer traspié o convicción tibiamente trasmitida.

Esa sí que es una certeza principal.

P/D: En plena cacería racista desatada en Bolivia (así dijo, “cacería”, uno de los ministros instalados, junto con la de Comunicaciones que habló de prensa “sediciosa”), el gobierno de Macri, los radicales que ya no conservan ni un mínimo vestigio de vergüenza, los operadores disfrazados de periodistas, se dedicaron a cuestionar el concepto de “golpe de Estado” y a hablar del Evo fraudulento o chambón. Cuando los cronistas televisivos en La Paz, todos, debieron refugiarse en la embajada argentina porque la crisis que se cobró muertos amenazaba el trabajo de la prensa, los medios del macrismo descubrieron desde estudios que era un golpe sin más vueltas. Pero tampoco se animaron a calificarlo como tal. La lección de que con Evo no había peligro para el periodismo independiente les resbala, ni dudarlo. Trabajadores de prensa de esos medios, en cambio, sí advirtieron, públicamente, no compartir la línea editorial bajada por los zares de la libertad periodística, que impidió hablar de “golpe”. Salud por ellos.