Las lógicas y las velocidades mediáticas --al menos en su variante audiovisual-- se casan mal con cierta intelectualidad crítica. Se trataría de evitar la ingenuidad (el poder está siempre del otro lado de las cámaras) y tener mucho cuidado con lo que se dice. Salvo, claro está, que lo que se dice sea exactamente lo que se quiere decir. Pero para el que lee o mira “desde afuera”, esto no puede más que ser una atribución incierta. Lo que queda impreso en la retina y/o el oído no es la compleja elaboración que pueda haber por detrás de un enunciado rápido: es el flash, ni siquiera informativo, sino ¿cómo decirlo? “opinativo”.

La referencia viene a cuento de un muy atendible artículo que publicó María Pia López el 21 de noviembre pasado en este diario, bajo el título “Los intelectuales, el feminismo y el golpe en Bolivia”. Confieso que en una primera ojeada no terminé de entender muy bien cuál era el origen de su enojo y el objetivo de su reflexión, hasta que, en el mismo día, tuve la ocasión de leer la declaración de la Nueva (¿?) Escuela Lacaniana de La Paz --hay que suponer que con la consiguiente revuelta en su tumba del maestro Lacan-- y la entrevista “opinativa” a Rita Segato a propósito del golpe --repito: del golpe-- en Bolivia. Son dos cosas diferentes, desde ya (en efecto, no se trata de ser binarios, y ya que de sedicentes lacanianos hablamos, mucho menos “unarios”): no es lo mismo apoyar directamente el golpe que poner el mayor peso de la argumentación en las fallas de Evo Morales que presuntamente desembocaron en el golpe (“presuntamente”, porque, aún con los borrosos datos de que disponemos, tenemos derecho a sospechar que la operación golpista se venía preparando desde mucho antes, y que las mentadas fallas no hicieron más que “darle pasto a las fieras”, como se dice, y acelerar el desenlace, es decir darles la oportunidad a los “oportunistas” a los que alude Segato). Apoyar el golpe es una perfecta canallada; explicarlo --no quisiera decir “justificarlo”-- por los errores o faltas del golpeado, si las hubiere, es perder gravemente el rumbo de la discusión (enseguida trataré de volver sobre esto). Son, insisto, dos cosas distintas.

Lamentablemente --y para volver un instante al principio-- la lógica mediática no siempre permite hacer nítidamente esa distinción. Cuando se está jugando con ella se impone una extrema prudencia, que los “intelectuales” solemos descuidar (en esa volteada caemos todos/as). Perder gravemente el rumbo de la discusión, en ese contexto, significa hacer pivotear el debate sobre los errores (o malos comportamientos, o limitaciones políticas, o lo que se quiera decir: sería motivo de otro debate) de la figura individual de un presidente. Pero el golpe “oportunista” no fue solamente, ni quizá siquiera principalmente, contra Evo Morales y el MAS. Fue contra el pueblo boliviano en su conjunto, y en particular contra los sectores trabajadores e indígenas más explotados e indefensos. No fue, estimada profesora Segato, una asonada “individual” --apoyado, claro, o en el mejor de los casos enfáticamente “tolerado”, por las clases dominantes, el imperialismo, la OEA, etcétera-- en donde se “sugirió” a un presidente que se retirara pacíficamente del gobierno para permitir un nuevo llamado a elecciones democráticas. No, lo primero a señalar para juzgar el golpe es que en Bolivia se está matando gente. Se la está asesinando, violando, torturando, humillando, quemando sus viviendas, masacrando su libertad. Esos no son “errores”: es un plan.

Entonces, como aclara bien María Pia, por supuesto que se pueden, y aun se deben, hacer todas las críticas del caso. “Para aprender de la experiencia”, como se suele decir. Pero sobre el telón de fondo --que es en realidad la escena de primer plano-- de la enorme peligrosidad continental que supone un golpe donde, otra vez, las fuerzas armadas arremeten con extrema violencia contra los pueblos (como son los casos de Chile o Haití, aunque allí no haya golpe, sino una enorme energía de resistencia). Posiblemente la mayor falla del gobierno del MAS haya sido no preparar suficientemente la autodefensa de su pueblo, cuando no se podía ignorar que una intervención golpista era siempre una posibilidad: allí estaban Honduras, Paraguay, Brasil, y siguiendo. Pero una cosa es señalar esas fallas (incluyendo la de “machismo”: el ultraclasismo, el racismo y el fundamentalismo fascista del otro lado, hay que pensar, se da por sentado), y otra reducir el golpe a una respuesta “oportunista” a los errores individuales. Es un segundo sentido en el que discutir así es perder gravemente el rumbo: es quitar de la vista que el problema no es solamente el golpe contra el individuo Evo Morales, y ni siquiera contra el país Bolivia. Es que, en el marco de una crisis mundial que las clases dominantes no pueden controlar, y que está desatando un recrudecimiento feroz de la lucha de clases (hay que recordar que las clases dominantes también luchan), vienen por todo. Y por todos/as. ¿Tendremos que citar una vez más (y van...) el tan tediosamente socorrido poema de Brecht?

 

O sea: si todavía queda alguien que dude de que hay más que sobrantes motivos (políticos, ideológicos, éticos) para condenar el golpe, le resta todavía el módico y comprensible “oportunismo” de hacerlo en defensa propia.