Publicado a fines del mes pasado por la Dirección del Monumento Nacional a la Bandera y el Colegio de Profesionales de la Ingeniería Civil, Distrito II, el libro Ángel Guido: Ingeniero Civil y Urbanista presenta en una edición de alta calidad un amplio panorama ilustrado de 236 páginas sobre la obra de un genio del Renacimiento en Rosario. En la ciudad junto al río Paraná, Guido no sólo nació, vivió y murió a los 63 años, sino que trabajó como artífice de su singular belleza.

Hijo de inmigrantes europeos nacido el día de San Miguel Arcángel (29 de septiembre) de 1896 y fallecido el 29 de mayo de 1960, Ángel Francisco Guido es conocido como hermano menor del pintor Alfredo Guido, padre de la escritora Beatriz Guido y creador del Monumento a la Bandera, inaugurado en 1957 en la ex Plaza Belgrano de Rosario. Según la historiografía local, fue allí donde el general Manuel Belgrano izó por primera vez la bandera argentina, el 27 de febrero de 1812. El Monumento conmemora este hecho y transforma el lugar en un ámbito cívico capaz de contener celebraciones públicas diversas.

La tapa del libro que recuerda su obra

Pero lo que poco se sabe de su proyectista y realizador es que además de arquitecto fue ingeniero civil, urbanista, maestro mayor de obras, militante estudiantil por la Reforma Universitaria, dibujante, muralista, escenógrafo, diseñador, ensayista, historiador del arte, crítico de arte, pedagogo, docente universitario, vicedecano, rector, conferencista, poeta, novelista que firmó con seudónimo (Onir Asor, anagrama de “rosarino”) y curador cuando aún no existía ese término. Ángel Guido se interesó por el cine y estuvo a punto de ser director de arte en unos estudios de Hollywood. Diseñó en Buenos Aires la hoy casa museo de su admirado Ricardo Rojas, autor de Eurindia e inspiración principal de su ideario arquitectónico americanista; junto a otro Rojas, el dictador Isaac Rojas, inauguró la obra de su vida. También fue co autor y decorador del palacio hoy conocido como Casa Fracassi, en la esquina de Corrientes y San Luis (Rosario).

El haber sido nombrado rector de la Universidad Nacional del Litoral por el Secretario de Educación de la Nación, Oscar Ivanissevich (cargo que Guido ocupó sólo dos años, desde 1948 hasta 1950) lo expuso a la difamación por parte de los simpatizantes de los golpistas que en 1955 derrocaron al presidente Juan Domingo Perón. Quedó así eclipsado el hecho de que casi toda la educación artística superior que se imparte en Rosario se deba a su iniciativa y lleve su impronta pedagógica, basada en las teorías estéticas e históricas de Wölfflin y Worringer y en el ideario de Ricardo Rojas. Pocos saben de su labor como autor del edificio original y de la ampliación (y luego como secretario junto a su primer director) del Museo Histórico Provincial “Dr. Julio Marc”. Creó la moderna estructura tejida en acero del Correo Central de Rosario, que a partir del golpe de 1930 terminó tomando otra forma. Por muchos años quedaron en el olvido local sus obras, publicaciones y reconocimientos. En vida, Guido fue becado por la Guggenheim Memorial Foundation de Nueva York (1932) y la Comisión Nacional (1937). En 1930, ganó el Primer premio en la Exposición Panamericana de Arquitectos en Río de Janeiro (Brasil). En 1933 y 1945 obtuvo doctorados Honoris Causa por la Southern California University (EEUU) y por la Universidad de Quito (Ecuador).

Este libro le hace justicia a través de sus textos escritos por Gabriela Couselo (“Guido y el monumento imposible”), Jorge Gómez (“Yo quiero ser ya ingeniero”), Pablo Montini (“Ángel Guido entre el arte

Y las formas americanas”), Analía Brarda y Roberto De Gregorio (“El Monumento Nacional a la Bandera: trascender lo efímero”) y María Elisa Welti (“La construcción de un programa estético-pedagógico americanista para la ciudad de Rosario”). Lleva prólogos de Alejandra Ramos (profesora, Directora General del Monumento Histórico Nacional a la Bandera) y de Alejandro D. Laraia (Ingeniero Civil, Presidente del Colegio de Profesionales de la Ingeniería Civil, Distrito II). Con elegante diseño por Joaquina Parma, la obra fue una iniciativa de Marcela Römer, a cargo de la Coordinación Cultural del MHNB. Incluye una biografía del homenajeado, e interesante material fotográfico de archivos oficiales (el archivo personal de Guido no se conservó).

El ingeniero Gómez presenta precisiones con eficaz síntesis. No sólo describe el simbolismo escultórico del Monumento en relación con los cuatro puntos cardinales (que son una coordenada fuerte en la cultura andina, documentada por Guido en dibujos y grabados tras su viaje con su hermano Alfredo al Altiplano y Bolivia), sino que cuenta algo casi desconocido para los propios rosarinos: el emplazamiento de la obra fue pensado por Ángel Guido desde mucho antes como parte saliente de un Plan Regulador (como el que realizó para las ciudades de Tucumán y Salta) que incluía respuestas a problemáticas como el acceso a la luz solar, la salubridad de las viviendas obreras, los espacios verdes y hasta la proyección de un transporte subterráneo para Rosario.

Brarda y De Gregorio presentan una hipótesis más que atendible sobre el Monumento: “Este espacio de la escalinata entre muros bajos, si se tienen en cuenta los trabajos teóricos de Guido y su preocupación por el espíritu americano, parece rememorar a las capillas de los pueblos de encomiendas de indios, que servían para dar misa al exterior en época del Virreinato del Río de la Plata (…) estas obras… presentaban un patio cercado con paredes o tapias que antecedían a las iglesias y albergaba la reunión comunitaria. De este modo, parecería que el Patio Cívico fue pensado con la idea de crear un lugar haciendo uso estratégico de la topografía”. Moderno y progresista, atento a las culturas precolombinas e hispánicas de América, que él buscó fusionar en una única “arquitectura mestiza”, Guido hizo de Rosario un semillero universitario de artistas, y creó un templo secular ciudadano que hoy es emblema y espacio de celebración de esta ciudad.