“El músculo más fuerte del cuerpo humano es la lengua”. La frase pertenece a la narradora de Los errantes (Anagrama), extraordinaria novela de la Premio Nobel de Literatura 2018, la polaca Olga Tokarczuk. La lengua madre y las narraciones maternas podrían ser los embriones que conectan las trayectorias de la escritora polaca y el premio Nobel de Literatura 2019, el austríaco Peter Handke. Antes de asistir a la ceremonia de premiación en Estocolmo, este martes, los premiados pronunciaron sus discursos de aceptación, en los que propusieron, a su manera, un viaje a las entrañas de sus orígenes literarios. Como si hubiera dejado en reposo al polémico narrador que cuestiona radicalmente tanto las convenciones literarias como la sociedad, Handke reconoció la importancia que tenían las historias “que mi madre me contaba, una y otra vez, acerca de la gente de su aldea” –Stara Vas en esloveno-, narraciones cortas que en sus oídos infantiles sonaban como “acontecimientos únicos”, dijo el Premio Nobel parafraseando a Goethe, escritor de quien suele declararse su heredero.

Handke (6 de diciembre de 1942, Karnten, Austria), hijo de una mujer eslovena y de un soldado alemán –a quien no conoció hasta ser adulto-, recordó dos episodios “decisivos” en su vocación de escritor en lengua alemana. La huida de Hans, el hermano menor de su madre del seminario, para regresar a casa de madrugada, pero a la que no entró hasta bien entrado el día, y barrió sin descanso el patio porque era sábado; “y esa era la regla del sábado: barrer”. Esa escapada del tío del escritor austríaco –que nunca regresó al seminario- recorre toda su obra: “Son mis excursiones narrativas o expediciones de un solo hombre”, las definió el autor de Insultos al público (teatro), Desgracia indeseada (novela), La mujer zurda (novela) y Carta breve para un largo adiós (novela), entre otros títulos. El segundo episodio lo protagonizó su tío mayor en la Segunda Guerra Mundial. Al regresar a casa tras un permiso del frente ruso, se enteró de la muerte del hermano menor, pero no lo contó a nadie hasta el día en el que marchó de nuevo al frente, donde murió poco después él también.

Las obras de arte le proporcionaron al escritor austríaco, guionista de varias películas de Win Wenders, “la formas esenciales, los ritmos, para decirlo más modestamente, las oscilaciones y el impulso que me permitieron encontrar el ímpetu para mi carrera de escritor”. Handke también mencionó los westerns de John Ford y el cine de Yasujiro Ozu, y hasta canciones como las de Johnny Cash y Leonard Cohen. Pero hay otra influencia anterior, más lejana en el tiempo, cuando era un niño, “la letanía religiosa eslovena-eslava que escuché bajos los arcos románicos de la iglesia cercana a la aldea”; melodías que aún hoy lo “conmueven y animan” a los 77 años. La fuerza de la lengua tal vez resida en la polisemia de un puñado de frases que podrían interpretarse y “traducirse” como una forma metaliteraria de referirse a su posición en torno a la Guerra de los Balcanes: “La paz y la tranquilidad no duran”; “la naturaleza es la única promesa en la que se puede confiar, sin embargo, no puede ser refugio y ni escape”; “¿No ha dejado atrás su guerra? Bueno, refuerce el presente pacífico y muestre la serenidad de los sobrevivientes”; “Mantén tu distancia del poder que se presenta como poder”; “la risa despectiva que recibes proviene de la ignorancia: es el sonajero de los cadáveres de almas”.

Tokarczuk (29 de enero de 1962, Sulechów, Polonia) evocó una fotografía de su madre embarazada de ella en la que estaba con el rostro triste. Cuando la escritora le preguntó, años después, los motivos de esa expresión, “ella me dijo que estaba triste porque no había nacido aún, pero que ya me extrañaba; colocó mi existencia fuera del tiempo, me dio algo que antes se conocía como alma y, por lo tanto, me dotó con el narrador más sensible del mundo”. La escritora polaca, autora de las novelas Sobre los huesos de los muertos y Un lugar llamado Antaño, aclaró que escribe una ficción que “nunca es pura invención” y alertó que “nos faltan nuevas formas de contar la historia del mundo” porque la imperante literatura del yo, si bien es como “una gran ágora donde todos pueden contar su destino”, se ha convertido en “un coro de solistas, voces ahogándose unas a otras; nos falta la parábola”, afirmó la premio Nobel de Literatura.

Una de las voces más vigorosas de la narrativa polaca contemporánea, que en 2018 obtuvo el premio Man Booker International por Los errantes, está comprometida políticamente con la izquierda ecologista y vegetariana. Tokarczuk es una tenaz opositora del actual gobierno nacionalista conservador encabezado por el partido Ley y Justicia. Para la escritora polaca, Internet, que debía “unir y liberar” para “escuchar la armonía del mundo”, devino un lugar de “una cacofonía de sonidos insoportables; cada vez más una historia contada por un idiota, lleno de ruido y furia”, planteó parafraseando a Macbeth de William Shakespeare. Las fake news han generado que “la ficción haya perdido la confianza de los lectores; la mentira se ha convertido en un arma de destrucción masiva”, advirtió Tokarczuk y eso explica, según la escritora polaca, el auge de la no ficción.

La Premio Nobel de Literatura de 57 años propuso crear un tipo de narrador en “cuarta persona”, el de la visión más amplia, que vaya “más allá de los límites de nuestro ego”. Tokarczuk, como siempre, puso el cuerpo. “Escribo ficción, pero nunca es pura invención; tengo que dejar que todos los seres y los objetos que salen en mis libros me atraviesen; todo lo que es humano y más allá; para eso me sirve la ternura”, reconoció la escritora polaca para concluir con una pequeña gran definición: “La literatura se basa en la ternura hacia cualquier ser que no sea nosotros”.