Nadie sabe muy bien cómo se hace una leyenda, pero todos saben dónde buscarla: entre casetes vírgenes, VHS’s de definición dudosa y recuerdos quemados por el sudor. “Los Chicos Eléctricos eran la definición más exacta de rock”, dice el escritor y periodista uruguayo Gabriel Peveroni. “De rock garagero, de rock que ponía el cuerpo, de un rock físico como no se había visto antes en Montevideo”. Desde su separación en 1999, su mito corrió como un reguero de pólvora y se transformaron en un eslabón deforme. El radio montevideano de su influjo, en ese sentido, abarca desde la cancionística de Juan Wauters hasta el ala hardcore de Hablan Por La Espalda, pasando por Motosierra (en rigor, una escisión del grupo), Eté & Los Problems, Martín Buscaglia o Alucinaciones en Familia. Ahora, veinte años después, Nico Barcia vuelve para reclamar su lugar entre los héroes de la contracultura. Antes que un trono, parece una silla eléctrica.

El camino del héroe siempre atraviesa el desierto. Y, a finales de los ochenta, Los Traidores tenían razón: Montevideo agonizaba. Alcanzados por las razzias, los jóvenes que no comulgaban con el status quo de la derecha o el progresismo psicobolche, masticaban la bronca en canciones. “Por entonces floreció más un after-punk que un punk”, dice Barcia. “Una estética oscura, de contenidos politizados y descontento. Chicos Eléctricos no tenía ese perfil. Nos formamos un poco después (no es lo mismo el 84 que el 88) y, aunque nos gustaba el punk, esa no era nuestra bandera. Chicos Eléctricos siempre fue una banda de rock & roll. Estábamos metidos en una más hedonista. Nos gustaba más la parte de sexo, drogas y rock & roll”.

Una mitad de los Chicos Eléctricos creció en Malvín: con el horizonte de la playa y discos como Aftermath o el compilado Nuggets, bebiendo te de hongos vestidos con sacos de piel. La otra mitad nació en el centro, entre las torres de apartamentos y los colegios privados. “El Momia Mazzei y yo armamos una banda y ensayábamos en una casa abandonada de El Molino de Pérez”, dice Barcia. “Un día cayó el Seba Bergeret con sus amigos del centro y se produjo el encuentro de dos mundos. El Momia y yo representábamos una parte más salvaje; estos flacos eran más craneales. Manejaban unos niveles de sofisticación que nos rompía el ojete, pero permitió esa mezcla maravillosa”.

Además del Molino, el otro punto de encuentro fueron los discos de los Stooges, MC5, Television y Richard Hell. Así, establecidos como quinteto con la incorporación clave de Andy Adler, foguearon su personalidad con versiones de “No fun” como standards de un improbable killer-rock montevideano. Su primer repertorio era una ruptura con casi todo. “Al principios cantábamos en inglés y no nos identificábamos con ninguna parte de la idiosincrasia uruguaya. No estábamos ni ahí con el Canto Popu, pero tampoco con el rock nacional. Teníamos algo territorial: sabíamos quiénes éramos, sabíamos qué era lo que queríamos hacer y sabíamos que estábamos solos. Y nos gustaba”.

En la segunda mitad de 1991, mientras los Chicos Eléctricos grababan su primer casete, un grupo de jóvenes capitalizó el zeitgeist en el pub Juntacadáveres: una casona derruida en el barrio Cordón alrededor de la cual orbitaron los cabos sueltos. “Allí nos juntamos los que no encontrábamos lugar en ningún otro sitio”, cuenta Peveroni. “Había rockeros, ex punks, actores y actrices under, poetas, psicobolches, anarcos y todo tipo de drogones y sobrevivientes. Lo que pasaba por allí era bastante invisible, aunque con el tiempo adquirió status de mito. Era un lugar en tensión permanente. Podía caer la cana en cualquier momento, el pestillo del baño lo pedías en mostrador para tomar merca sin que nadie te molestara y, lo más importante, podías llegar a ver recitales demenciales de los Chicos Eléctricos, Buenos Muchachos, La Hermana Menor, Los Supersónicos o Exilio Psíquico”.

Como cada sitio neurálgico, la barrera entre gente y artistas era intangible. Cada quince días, los Chicos Eléctricos se subían al escenario y desataban pogos de altísimo octanaje en cuatro metros cuadrados. Así, mientras al otro lado del río el Nuevo Rock Argentino y el Rock Barrial actualizaban el pathos de una generación, los Chicos Eléctricos abrían un surco inédito y canciones como “Alcohol, alcohol” adquirían hándicap de himnos insurrectos. Si la ciudad era el escenario de una guerra fría, la banda corrió sobre el campo minado con un bidón de nafta en cada mano. Sobreviviendo a las piñas, saltando de sello en sello y cambiando tantas veces de integrantes como de drogas.

“Nuestra historia siempre tuvo que ver con las mutaciones: Gabriel Barbieri y yo fuimos los únicos que estuvimos en todos los discos”, apunta Barcia. “El primer disco era súper rock & roll, pero después pasamos a ser cuarteto y eso dio el estilo de Glitch (1993 ): crudo, sumamente criminal. Después se fueron Andy y el baterista y la banda tendría que haber muerto. Bueno, no pasó. Nos transformamos en trío e hicimos el Vaca (1995) : un disco súper fresco y agrungeado, de mandíbula apretada. Psychosound (1996), el siguiente, fue bastante lisérgico. El regreso del Momia nos había devuelto un poco de swing, así que retomamos una veta garagera y armamos ese collage grabado en diferentes estudios. Juguete subterráneo (1998) , el último disco, es cuando el escorpión se come la cola”.

A diferencia de los Buenos Muchachos (que, en el espejo de los Bad Seeds, entrevieron su maduración), los Chicos Eléctricos eran una bengala preparada para consumirse en su propio fuego. En el preciso momento en el que comenzaba el siglo nuevo, se abstuvieron de dar el paso y quedaron afuera de la era de internet. Barcia no se quedó quieto. Así, mientras armaba otras bandas (Hotel Paradise, Reyes Estallar) y desarrollaba su arte como ilustrador, el runrún del mito siguió sonando de fondo. “Pero yo nunca quise quedar atrapado con esa idea ridícula del chico peligroso”, explica. “Quería diseñar mi vida y lo hice. A veces está buena, a veces está malísima, pero estoy en paz. Esta vuelta tiene que ver con tocar esa música para esa gente que no nos vio en vivo pero nos convirtió en una banda de culto. Que hemos comido mierda, seguro. Que hemos tenido bajas, seguro. Pero Chicos Eléctricos es una perla”.

Nico Barcia presenta Chicos Elécticos el viernes 20 en Detroit Club (Morón) y sábado 21 en El Especial, Av. Rivadavia 1261.