Como para que no le faltara nada a su 2019 -al menos sobre los escenarios-, Fito Páez lo cerró en Niceto Club, lo que estuvo lleno de simbolismos. Y es que además de haberse tratado de su debut en la sala de Palermo, el cantautor estuvo más cerca del público. Pero que no se malentienda: si hay un artista en la Argentina al que le sienta muy bien la chapa de “ídolo popular” es a él. No obstante, en la noche del jueves, el rosarino se mostró más mortal que de costumbre. Quizás haya sido porque estaba a menos de seis grados de separación de la gente o por la rareza de verlo en un lugar que se tornó en una de las plataformas de despegue hacia el mainstream de la nueva generación de grupos y solistas locales. Este corolario sucedió también en un período en el que el músico se reencontró con la masividad, como quedó en evidencia en Lollapalooza y en un show gratuito en el Hipódromo. Al mismo tiempo, Páez revalidó su estatus de icono cultural latinoamericano, tras ser parte del tributo que le organizó el Grammy Latino a Gustavo Cerati.

Páez ya había dado muestras de que su capacidad regenerativa se encontraba intacta en agosto pasado, a manera de preludio de este show y de su voluntad de salir de su tradicional circuito de actuaciones, cuando se presentó en el Teatro Margarita Xirgu. Si en aquella ocasión el invitado inesperado había sido Santiago Motorizado (líder de El Mató a un Policía Motorizado), esta vez lo fue Fena Della Maggiora para hacer “Oh, nena”. Aunque hubo que esperar un rato hasta ese pasaje de la performance, que arrancó con “Chica mágica”, de su último disco de estudio, La ciudad liberada (2017). Pese a que en la introducción advirtió que no respetaría la lista de temas, la recorrió prácticamente como la tenía preparada. De lo que sí hizo caso omiso fue de la línea de tiempo: luego de levantar el telón con lo más reciente de su cosecha, este prócer del rock argentino viajó hasta su álbum Circo beat (1994), de donde rescató el tema que le da título y el otro hit de ese trabajo: “Mariposa tecknicolor”.

Luego de encender al público con un comienzo que tenía más sabor a bis, Páez emocionó a su primera generación de seguidores con “Folis Verghet”, del disco que firmó junto a Luis Alberto Spinetta, La la la, a la que mechó con un guiño a otro de sus mentores: “Fanky”, de Charly García. Ahí mantuvo el orden cronológico de su obra al invocar un fabuloso trío de temas de Ciudad de pobres corazones, con “Gente sin swing”, “A las piedras de Belén” (con solo de timbales incluido) y “Fuga en tabú”. Entonces el músico tomó impulso y saltó hasta el 2013, para tocar otro tridente de canciones, pero de Yo te amo, que empezó con la que le da nombre a ese trabajo (y cuyo final fue a puro sintetizadores), avanzó con “Margarita” y concluyó con “Sos más”. “El amor después del amor” significó no sólo el arribo de la segunda hora del show, sino también el turno para la tríada de tracks del disco que masificó al artista, a la que se sumaron “La rueda mágica” y Brillante sobre el mic”.

A esa canción, que apenas suena invita a prender las luces de los teléfonos celulares, le secundó una furiosa, extensa y experimental versión (en su final pasó por el rock, el free jazz y el jazz fusión) del clásico “Ciudad de pobres corazones”, en la que Páez salió del piano para colgarse de vuelta la guitarra. Esta vez, la eléctrica. La primera despedida fue con “A rodar mi vida”, en la que las mil personas que asistieron a la presentación agitaron todo lo que tenían a mano: desde remeras hasta los pañuelos alusivos al aborto legal, seguro y gratuito. Una vez que el músico salió de escena, el público, envuelto en toda una humareda de pasión y calor protoveraniego, tomó el pulso de la fecha y demandó la presencia de su ídolo cantando “Polaroid de locura ordinaria”, en cuyo final no hubo acuerdo en si continuarla o concluirla. “Y dale alegría a mi corazón” sirvió para traerlo de regreso con un traje floreado que reemplazó al amarillo que había usado durante la parte anterior.

Páez no volvió sólo al escenario sino junto a un quinteto afiladísimo y joven que tiene a Gastón Baremberg en batería, Juani Agüero en guitarra, Diego Olivero en bajo, Juan Absatz en teclados y Florencia Villagra (en reemplazo de Anita Alvarez de Toledo, quien acaba de ser madre) en coros. Con ellos, a lo largo de las dos horas de recital, el rosarino se divirtió, se permitió licencias, le dio cancha a sus músicos para que mostrarán sus dones y no dejó de reivindicarlos. Juntos, entonces, iniciaron el desenlace del festejo con la solemnidad de “Al lado del camino” y la sensibilidad de “Dar es dar”. Y con el gospel rockero y concienzudo “El diablo en tu corazón” dijeron “chau, hasta mañana”.