El deseo suelta la lengua y los pensamientos de Laura, antropóloga que trabaja en una dependencia estatal, una de las protagonistas de El ente, la primera novela de Luciana Strauss. “Fingir un orgasmo es fingir la felicidad. Fingir laburar es fingir la explotación, siendo alienada”. Cáceres, un albañil paraguayo asediado por los recuerdos de una banda de marginales, parece estar atrapado en la repetición. “Aunque recién empezaba, la noche se iba pareciendo a la última noche en el taller. Tenía esa sensación extraña de estar viviendo algo que ya había pasado”, sugiere el narrador de Paraguay, primera novela de Martín Di Lisio. “Las ideas, en el campo, si no se pueden sostener entre las manos se escapan como agua entre los dedos”, observa el narrador de uno de los cuentos de El mar de los lobos, de César Sodero. Los tres escritores comparten, además de la misma editorial, Alto pogo, un modo de aproximarse a la literatura que está en las antípodas de la llamada “literatura del yo”.

Lo que conecta a los tres libros podría ser un trabajo con lo pesadillesco o lo monstruoso, como si la escritura se desplazara por un borde donde el realismo se vuelve borroso. “En Paraguay solté la mano en las noches y lo que va a pasando en el taller. Cuando aparece el alcohol, se difumina la realidad y ahí están las cosas más interesantes. Como está narrado en tercera persona, se ve el tropiezo del personaje y la atmósfera festiva se va enrareciendo”, advierte Martín Di Lisio (Buenos Aires, 1980), autor de libros de cuentos y teatro que vive en Tandil. César Sodero (Sierra Grande, 1977) plantea que a veces lo real está “muy cerca de lo fantástico” y que hay situaciones que suceden en una zona que puede ser confusa. “La realidad tiene aberturas hacia lugares siniestros a los que uno se puede asomar y entrar fácilmente”, agrega Sodero, también guionista y director de cine que el próximo año estrenará Emilia, su primer largometraje. “La realidad del trabajo en el Estado también hace que pasen situaciones absurdas, que llevan a pensar que otros mundos habitan el Estado; mundos subterráneos que son lugares donde no mucha gente se quiere meter”, reflexiona Luciana Strauss (Buenos Aires, 1980), socióloga y coordinadora académica del Centro Universitario de San Martín, sede de la UNSAM que funciona en la Unidad Penal 48 de José León Suárez. “Cuando los personajes bajan a la oficina de personal, que es el infierno, el realismo se enrarece, se vuelve pesadillesco y más kafkiano”, dice Strauss.

Lo estropeado podría ser otro punto de enlace entre las historias. “No sé si la palabra es estropeados, pero sí están en un momento de crisis existencial, de duda con lo que hacen y con lo que son –aclara Sodero sobre los protagonistas de sus cuentos-. Los personajes parecen seguros de lo que están haciendo y en un momento se cuestionan y tienen dudas con la vida, con el trabajo, con el mundo. Y llega un momento en donde tienen que dar un paso más y se abre una brecha existencial en relación al mundo y a lo que hacen: la mujer ante el fuego, el cura ante esa aberración que ve en el campo, el pescador en el medio del mar y la tormenta… Pero estas cosas no las pensé cuando escribí los cuentos, sino que son resultado de la lectura. Uno a veces cuando escribe no piensa tanto ni el género ni en las ideas que van a atravesar las historias”.

Di Lisio define a los personajes de su novela Paraguay como marginales que viven en la calle y comen cada tanto. “Si tuvieron una crisis existencial, la tuvieron antes y dieron ese paso en falso, que los personajes de César todavía no dieron. El personaje de El ente, por lo menos, tiene laburo”, compara el escritor que vive en Tandil. “La similitud entre los tres es que estamos viendo a los de abajo –afirma Strauss-. En mi caso, a los laburantes; en el caso de Martín, a personajes medio marginales. No es que estamos mirando a los de arriba, a un presidente o a un jefe. Yo quería poner la mirada en los trabajadores estatales, no tanto en lo que hacen, en la función, sino en los vínculos, porque me parecía que mucho del trabajo estatal se entiende más a partir de los vínculos y no tanto a partir de la idea tan kafkiana de un Estado que oprime y no les da margen de acción”.

--¿Hasta qué punto la realidad les resulta productiva como disparadora de las historias que escriben?

--Martín Di Lisio: Cuando escribo trato de unir ideas que estaban sueltas. El disparador fue una noche en un hospital del Conurbano en la que estaba cuidando a mi abuela y explotó un camión de reparto que había sido robado. Por algún motivo, venía leyendo cosas del Amambay, de esa región del Paraguay, y emparenté un poco la niebla y la noche fría. De hecho el nombre Paraguay llegó mucho después. Yo quería que el personaje fuera alguien que viniera de un país limítrofe y empezara a recordar. Que sea una especie de vida solo de recuerdos. En la zona del Amambay hay mucha niebla y desalojos y me venía bien ese devenir del personaje siendo echado de viarios lugares. El auto prendido fuego vino de esa noche en el Conurbano. No hay una relación cercana con Paraguay, pero siempre me interesó la historia de Paraguay como país diezmado.

--Luciana Strauss: El ente surge de una experiencia personal en una oficina pública estatal y empecé a tomar notas desordenadas, unas diez páginas de notas que eran diálogos o escenas estatales. Todavía no había ni personajes. Pero cuando empecé a tomar notas, me sentí un poco el personaje de Laura, una de las tres protagonistas, que es antropóloga, pero ese saber profesional no le sirve porque se choca con el mundo de la rosca, de la negociación, del sindicalismo, los tejes y manejes, y ella está en esa tensión entre distanciarse y refugiarse en la antropología y ser parte del ente y de los vínculos que se entablan ahí. Quiere que la recategoricen, pero también quiere reconocimiento simbólico. Con esas notas desordenadas de mi experiencia personal, fui a un taller literario con Marcelo Guerrieri y ahí le empecé a dar un poco más de forma. Yo tenía la necesidad de salir de la rigidez de la escritura académica. Mucho de lo que pasa en el trabajo estatal se puede entender más a partir del humor y la ironía, más allá de que esto lo pensé después.

--César Sodero: La escritura del libro de cuentos empezó como un juego, porque yo había escrito el cuento “Trampas”, que era una historia que me habían contado en Sierra Grande. Entonces se me ocurrió escribir un libro con animales, como un juego; cuentos en los que haya siempre un animal. Muchas historias tienen resonancias con historias que me contaron cuando yo vivía en el sur. El primer cuento está inspirado en relatos de médicos y sacerdotes que iban a una zona bastante aislada de La Patagonia; pero otras historias son producto de la imaginación.

--Se podría pensar otra cuestión que los une: una escritura muy próxima a lo cinematográfico; escrituras que trabajan “con escenas”. Cuando escriben, ¿buscan que lo escrito se pueda ver?

--M.D.L.: En mi caso, no solo en Paraguay, sino también en los cuentos quiero situar bien dónde está el personaje y que se vea lo que tiene alrededor. Yo escribía teatro, hice dramaturgia, y quizá viene de ahí la descripción de las escenas. Cuando leo un libro que tiene un monólogo interior de ocho páginas, me digo: ¿cómo hizo el escritor para escribir eso? A mí me costaría mucho por la manera que tengo de escribir.

--L.S.: Cuando leo literatura, me gusta ver las escenas y a los personajes. Cuando empecé a escribir El ente lo que sabía es que quería poner la mirada en los laburantes. Otra cosa que sabía es que no me interesaba la psicología de los personajes, es decir todo lo que habían vivido antes de estar en el ente: si habían tenido pareja, otros trabajos. Lo que me importaba era todo lo que condensaba ese espacio escénico. Yo veía al Estado como un espacio escénico.

--C.S.: El cine ha tenido mucha influencia y yo también trabajo como guionista; en la escritura de guiones la frase trata de ser más corta, más concisa. Cuando uno escribe un guión, intenta que el que lo lea pueda entenderlo fácilmente y que la imagen sea muy nítida para que todos los que lean el guión, que son muchas personas, vean la misma película. En la literatura eso es parecido: uno tiene que tratar de generar una imagen que sea muy transparente; que se pueda visualizar. No tiene que ser una imagen cerrada o totalizadora; tiene que tener algo para que el lector la complete y se sienta parte de esa historia. Yo tiendo escribir tratando de construir imágenes donde el lector se pueda zambullir y sienta que está ahí adentro. Uno de los cuentos transcurre en un barco pesquero y yo nunca estuve en un barco pesquero. Pero hice entrevistas a pescadores e investigué bastante. Me llevó mucho tiempo escribir ese cuento. Cuando lo terminé, se lo mandé a uno de los pescadores que más data me había dado y me dijo una cosa que me encantó: “es como si hubieras navegado con nosotros”. El pescador que lo leyó sintió que el cuento era creíble. La escritura te permite acceder a lugares que uno no conoce.