El presidente de la FIFA Gianni Infantino llama “nueva plataforma” para el desarrollo del fútbol a lo que es un nuevo negocio, el gran negocio. El futuro es el Mundial de Clubes ampliado y se jugará en China a partir de 2021. Después se repetirá cada cuatro años. Pero parece que a la UEFA no la atrae para nada la idea y está dispuesta a mantener su viejo plan de organizar una Super Champions League. Las corporaciones más poderosas de la pelota nadan en una abundancia que no es nueva, pero cada vez se parecen más a dos locomotoras a punto a chocar. El suizo blanqueó el viernes que tiene dieciséis corporaciones dispuestas a invertir en el proyecto. Al campeón del torneo con 24 equipos se lo premiaría con 120 millones de dólares y a cada participante con 20. Cifras astronómicas que solo podría pagar hoy el fútbol europeo. 2.040 millones de euros se distribuirán en la temporada 2019-2020 entre los clubes que juegan la Champions League y la Supercopa, que enfrenta al ganador de aquella con el de la UEFA Europa League.

Estas son las coordenadas económicas con que se maneja la élite del fútbol mundial. Cuando Infantino habló en Qatar del Mundial ampliado -una réplica del que ya se aprobó con las selecciones, llevándolo a 48 equipos para 2026- está diciendo que “se convertirá en la mejor competición de clubes del mundo, enteramente de propiedad de la FIFA, incluidos sus derechos intelectuales”. Pero sabe que deberá buscar consensos con la Unión más rica y que tiene los clubes más poderosos, presidida por Aleksander Ceferin. Como el suizo, el dirigente esloveno fue reelegido este año al frente de la UEFA por un nuevo período y el voto unánime de sus miembros.

Infantino se ufanó en el último Congreso de la FIFA realizado en junio de que su organización tiene “la situación financiera más sólida de su historia. Las reservas eran de 1.000 millones de dólares y ahora son de 2.750 millones. Hemos multiplicado las inversiones”. Apoyado en esa plataforma de acumulación, el presidente del fútbol mundial sostuvo hace 48 horas que los clubes se transformaron “en potencias mundiales con intereses en todo el planeta” y que por esa situación hay “diez o doce de cinco países europeos que han alcanzado un nivel determinado, y el resto del mundo se encuentra muy, pero que muy por detrás de ellos”.

Desde ese argumento parte Infantino cuando habla de su Mundial de Clubes y promete premios inigualables. El desparejo poderío entre los equipos de la Champions League y la Copa Libertadores -ni que hablar de los que representan a Asia, Africa o América Central- lo ha llevado a proponer que quiere unos cincuenta clubes de “más o menos el mismo nivel”. Pero existe un problema adicional que el presidente de la FIFA acaba de exponer: “He hablado con muchas personas, todas ellas representantes de intereses muy diversos, y ninguna parece demasiado contenta con el estado actual de cosas: ni con el sistema ni con el calendario de partidos… La gente se queja de que las ligas nacionales son bastante predecibles, de que la mayoría de los encuentros entre selecciones nacionales no resulten suficientemente interesantes, de que se disputen demasiados partidos”. Una verdad de Perogrullo. La FIFA vende fútbol y cada vez quiere venderlo más y mejor.

Infantino se contradice con sus propios argumentos: “Hasta la fecha lo único que el fútbol ha hecho ha sido añadir más encuentros y más competiciones. Sin embargo, no estamos ante una actividad que siga un orden de llegada y que, alcanzado cierto punto, podamos decir que ya estamos completos y bajar la persiana. Debemos tener la mente abierta y volver a plantearnos el concepto de cómo se estructura el fútbol mundial”.

La dinámica del fútbol a toda hora en las canchas, por TV, por streaming, en videojuegos o el soporte que pueda inventarse en el futuro, es tan colosal que, como decía Dante Panzeri “muchos son los problemas de difícil solución por escasez de dineros. El del fútbol es quizás el único en el que las soluciones son difíciles por abundancia de dinero”. El negocio de la pelota todavía está muy lejos de alcanzar su techo. Por eso en la UEFA no se les movió el amperímetro cuando se enteraron de que el ganador del Mundial de Clubes se llevará cinco millones de dólares. La entidad que lidera Ceferin recaudó 3.250 millones de euros brutos por sus principales torneos en el bienio 2019-2020. Aquella cifra resulta magra para los equipos europeos. Por obtener la Champions League, el Liverpool ganó contando todas las fases que jugó en 2019 algo más de 70 millones de euros. Esa Copa paga siete veces más que la Libertadores, diecinueve veces más que la de clubes en Asia, treinta veces más que la de África y treinta y seis veces la de Concacaf según el sitio mexicano Fútbol Total.

Pero la FIFA tiene con qué imponerle condiciones a la UEFA por su propio peso específico. Aunque se expone a una rebelión que podría consistir en que los principales clubes europeos le arranquen concesiones para jugar el Mundial de China. Por lo pronto, en el reglamento del torneo que terminó en Qatar con la final entre Liverpool y Flamengo, dice muy clarito: “los clubes participantes ceden a la FIFA el derecho de utilizar o sublicenciar el derecho a usar, a perpetuidad y gratuitamente, cualquiera de las marcas de los clubes, así como las representaciones visuales de los uniformes relacionados con la participación de los clubes participantes en la competición”.

Infantino declama un fútbol más igualitario en plena era de la concentración más salvaje de que se tenga memoria. Veintiséis personas tienen casi la misma riqueza que la mitad de la humanidad. En el fútbol sucede algo semejante. Por eso parece un contrasentido lo que propone o un acto de ingenuidad. “Buscamos que todos los que compitan tengan cada vez más posibilidades de ganar y que no quede todo en una élite. La mundialización es todo lo contrario a la elitización”, dijo el suizo cuando lo reeligieron en la FIFA en junio pasado.

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