El sol pega fuerte, como suele hacerlo en esta época del año, pero no llega a ser sofocante. El aire corre con cierta libertad por los senderos del Centro Nacional de Alto Rendimiento Deportivo, donde se respira tranquilidad incluso ante la presencia de varios atletas que encaran la preparación con vistas a la próxima temporada.

Paula Ormaechea no es la excepción, aunque su realidad es bastante diferente. Marginada de las canchas durante los últimos meses por un problema en el hombro derecho -padece una lesión en el labrum glenoideo, el cartílago que rodea la base de la articulación, y un desgarro en el tendón infraespinoso-, se encuentra en plena recuperación y, aunque recién volvió a empuñar una raqueta la semana pasada, está enfocada en trabajar la parte física para volver el año próximo. Resulta extraño, sin embargo, verla por estas latitudes: radicada desde hace varios años en Italia, donde vive con su marido Luciano De Cecco -armador del Perugia y de la selección argentina de vóley-, decidió cruzar el charco por unas semanas para apoyarse en su gente.

"Como no podía jugar preferí venir porque tengo mi médico, mi kinesiólogo y mi preparador físico, Lucas Mascanfroni, que es la roca más importante de mi equipo. Él no podía viajar para allá así que decidí venirme yo", expresa la sunchalense, en diálogo con Líbero, bajo la sombra de los árboles que recubren la entrada del Cenard. Se tomó estos días lejos de su base, en pocas palabras, para afrontar la rehabilitación con las personas de su estrecha confianza.

La última jugadora argentina que integró el top 100 del ranking femenino -fue 59ª en 2013- atraviesa una etapa distinta respecto de los últimos años. Una rotura en el filocartílago del ligamento triangular de la muñeca izquierda la obligó a pasar por el quirófano en enero de 2017 y, a partir de ahí, vivió momentos de incertidumbre económica, con poca cantidad de torneos y algunos Interclubes para juntar plata. Hasta que en julio de 2018, ubicada fuera de las 600 mejores del planeta, volvió a festejar un título en Baja, una pequeña ciudad de Hungría en la que inició la resurrección.

En 2019 volvió a jugar poco por el problema del hombro pero recobró sensaciones que llevaba tiempo sin experimentar: ganó partidos en torneos WTA, actuó en la qualy de tres Grand Slams y hasta llegó a meterse entre las primeras 160 jugadoras del ranking. La número uno del país se siente segura de sí misma, estipula regresar en enero y no deja dudas sobre sus objetivos. "Más allá de las lesiones terminé un buen año. El otro día sacaba cuentas: estuve seis meses sin competir. Jugué poco pero logré muchas cosas. Todo eso me empuja. Me hubiese gustado terminar de otra forma pero el cuerpo decidió que fuera así. Pero estoy con ganas de volver. No entraré en Australia, empezaré en algunos Challengers y, si todo va bien, hasta pensaré en la Fed Cup", explica la actual 260ª, preseleccionada por Mercedes Paz para disputar la Zona Americana del certamen por equipos desde el 5 de febrero en Chile.

-¿Llegás a la Fed Cup?

-Yo apunto a volver en enero. No hay nada cierto con las lesiones, pero debería llegar porque lo que tengo no es grave, aunque lleva tiempo recuperarlo. La idea es jugar la Fed Cup y ver cómo se maneja todo con la Asociación. Yo ya le expresé a la capitana mi voluntad de jugar, pero veremos.

-¿Cómo trabaja la cabeza de un deportista con las lesiones?

-Son cosas que siempre van a existir porque ponemos el cuerpo al límite. No podía jugar al tenis pero sí hacer físico, entonces me enfoqué en trabajar esa parte. Tengo una familia, ahora estoy un poco más de tiempo en mi casa… Preferiría estar compitiendo, no te voy a mentir (risas), pero la contención de la familia es muy importante. Es un momento: si uno trabaja y hace las cosas bien puede volver a jugar. No es el final de nada.

-¿Qué representa el éxito para vos?

-Depende de cada deportista. Cuando era más chica pensaba más en el resultado: ganar era lo mejor y perder era lo peor. En ese momento el éxito era ganar. Hoy es poder competir y hacer lo que me gusta. Y sobre todo mantener ese deseo, que no es fácil. Levantarme después de todo lo que pasó para mí ya es un éxito. La realidad es que no me fue mal, desde hace un año cambió mucho la situación. Todavía tengo sueños por cumplir.

-¿Y el fracaso?

-Para mí el fracaso no es nada predefinido. Años atrás haber salido del top 100 fue la muerte, pero tenía 21 años y era chica, me faltaba recorrer un montón. Después me di diez veces la cabeza contra una buena pared y supe que no me falta nada y que puedo hacer lo que más me gusta, porque es amor lo que siento por el tenis.

-¿Cómo es dejar el país y asentarse afuera?

-A mí me llegó el amor, yo me fui por Luciano. La relación era a distancia y llegó un momento en que dábamos un paso más o se terminaba. Cerré los ojos, agarré el bolso y me fui. Esa fue la decisión pero tampoco tenía que dejar lo mío. En Europa es más fácil porque todo está cerca: te va mal en un torneo y te volvés a tu casa. Eso te ayuda en lo mental. Uno siempre envidiaba a los europeos porque la cabeza descansa distinto y no es necesario hacer dos meses de gira. Y en la parte económica te ahorrás el pasaje largo, pero allá tampoco es tan barato. Yo viajo en colectivo o en tren, doce o quince horas. No tengo la tranquilidad económica para pagar un pasaje de 300 euros.

-¿Qué cambio genera estar en el top 100?

-Asegurarte los cuatro Grand Slams es un gran cambio. La primera ronda son 50 mil dólares; pensá que la primera de la qualy son diez mil. Es mucha diferencia. No sólo te codeás con las mejores, sino que también es mucha más plata. Al principio cuando me metí jugaba qualy, qualy, qualy, pero llega un momento en que te acostumbrás al nivel, empezás a ganar y pegás el salto. Eso genera que tengas bien el bolsillo y que puedas pensar en un equipo: viajar con entrenador y con preparador físico es una tranquilidad. Yo todavía sueño con volver a meterme para tener esa gente que me ayuda a mejorar. Estoy confiada en que lo voy a volver a hacer.

-Estar en ese ranking significa poder vivir del tenis…

-Es que lo poco que ganás lo tenés que reinvertir. Y en mujeres la diferencia es mucho más grande, porque todos los torneos pagan menos. Dicen que cobramos lo mismo que los hombres pero eso es sólo en cuatro torneos al año, el resto del tiempo la estás peleando diez veces más. La mayoría de los Challengers de hombres tiene hospitalidad; yo no llego a contar con las dos manos los torneos que nos pagan el alojamiento a nosotras. Por eso la tranquilidad que genera ganar esa plata es grande.

-Eso marca la desigualdad que hay.

-Por un lado los hombres ganan más que las mujeres. Y por otra parte, para nosotras, la diferencia entre Challengers y WTA es enorme. Está más que comprobado a quiénes resguardan las entidades: siempre piensan en el top 20, en el top 10, y el resto que se las arregle como pueda.

-¿La diferencia entre hombres y mujeres es mayor o menor?

-Yo creo que se mantiene, no cambió mucho. De hecho el Masters de mujeres fue el torneo que más plata repartió en la historia (NdR: otorgó 14 millones de dólares; la australiana Ashleigh Barty embolsó US$ 3.425.000 por ganar el título), pero juegan apenas ocho mujeres más las doblistas. Para el resto no hay nada. WTA dice que trabaja pero los cambios son lentos. Nunca vamos a ver que las 200 mejores puedan vivir: con ese ranking no llegás a cubrir nada. Imposible. Es mentira que se puede vivir, yo no sé qué toman de referencia para decir que las 200 pueden vivir del tenis.

-¿Qué tiene que cambiar?

-Nunca lo pensé porque sé que no lo van a hacer.

-De acá a varios años…

-Lo dudo. El negocio de ellos no es ayudar al resto, por más que digan que sí. Una cosa es hablar y otra cosa es hacer. ¿Qué hicieron hasta ahora para cambiarlo? ¿Por qué es tan grande la brecha? Hay mucha diferencia entre el que juega la qualy de un Grand Slam y el que juega el cuadro. Imaginate el que está 110 y no entró por muy poco. Yo no veo cambios.

-Y los mejores no hablan demasiado para que cambie…

-Alguna vez dijeron algo pero tampoco depende de ellos. Uno de los grandes cambios sería un paro total. Pero es imposible. ¿Cómo hacés para que los mejores paren? Eso sí generaría un cambio. Imaginate si no juegan los diez mejores en un torneo. Pero es imposible que se pongan de acuerdo para no jugar; no creo que los diez tengan el mismo interés. ¿Cuántos son los que hablan públicamente del tema?

Ormaechea es un ejemplo de resiliencia, una luchadora incansable de 27 años que no tiene tapujos para hablar sobre la desigualdad de género y la injusticia monetaria que envuelven al tenis profesional. Y sus convicciones son tan firmes como sus anhelos: "Sigo soñando con el tenis, lo sigo deseando mucho. Quiero tratar de meterme otra vez entre las cien. Realmente lo veo tangible, puede suceder, lo siento ahí. Para mí el tenis sigue siendo todo y voy a ir por más porque no me canso".

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