¿Prostituta o comediante? “La única diferencia es que a la primera le pagan más”, lanza la protagonista de The Marvelous Mrs. Maisel en medio de una discusión con sus padres. La disputa viene a colación de la decisión que toma Midge (Rachel Brosnahan) para su tercera temporada. La buena chica judía, esposa, madre y residente del Upper West Side, quien supo reconvertirse en estrella de la comedia, ahora quiere salir de gira por todos los Estados Unidos. Tras dos temporadas en la agitada e idílica Nueva York de finales de los ’50, la ficción saca provecho del ¿inevitable? recurso de darle un paseo a su protagonista. Los ochos episodios de la creación de Amy Sherman-Palladino ya están dispuestos en Amazon Prime Video.

El reinicio será cuando la mujer acepte abrir los conciertos de un entertainer llamado Shy Baldwin (Leroy McClain en clave Sammy Davis Jr.) durante un extenso tour a través de los Estados Unidos. Ser telonera en hoteles lujosos, actuar para el ejército, pavonearse cual diva por distintas ciudades (Los Ángeles, Chicago, Las Vegas, Miami) y probar las mieles del showbizz. Todo muy tentador pero las consecuencias de sus ambiciones artística son obvias. El quid de este nuevo arco argumental, entonces, es saber si la comediante podrá consagrarse sin chamuscarse demasiado. Porque Midge deberá dejar de ver a sus hijos, enfriar la relación con doctor Benjamin Ettenberg (Zachary Levy) y aceptar el divorcio con Joel (Michael Zegen). “Por primera vez en mi vida me estoy haciendo cargo de mi propio destino”, dirá en uno de los momentos con nubarrones. Es que la protagonista toma esas decisiones como si fuera Lenny Bruce pero emperifollada como una chica Pin Up. Mención aparte para la reaparición de aquella figura clave de la comedia (encarnado por Luke Kirby), el revoltoso público número 1 del entretenimiento que aquí mecha reflexiones muy atinadas sobre el rol del humor en la sociedad.

En esta temporada de The Marvelous Mrs Maisel se nota que hay un mayor nivel de producción; los dieciséis premios Emmy y tres Globos de Oro, más el aval de la crítica y público, permiten ese lujo. La reconstrucción histórica es grandiosa, artificial y juguetona como en las películas de Doris Day aunque sin necesidad de sátira. Le juega a favor una banda sonora que sirve de pátina emotiva (Frank Sinatra, Louis Prima, Neil Sedaka) o apuesta a la ruptura (Elvis Costello, Thin Lizzy, Sly & The Family Stone). Todo eso conjuga un hervor y tono entre naive y sarcástico. El punto es que en esta temporada, los conflictos y trances del personaje principal se disuelven como en una burbuja en un cocktail (hermosamente presentado, eso sí).

Puede que Midge haya logrado romper con ciertos corsets sociales pero está atrapada por el propio formato y la inercia que contiene la serie. The Marvelous Mrs Maisel, a su vez, se mantiene como una vistosa ventana para otear el universo cultural de la década de los ’60. En esta temporada se cambian los beatniks y la escena artística del Greenwich Village por las grandes marquesinas de hoteles. Lugares que contrataban a figuras del entretenimiento afroamericanas aunque no las dejaran hospedar en sus suites. La segregación racial y la lucha por los derechos civiles sobrevolará toda la temporada y llegará a su cumbre en el último episodio (“A Jewish Girl Walks Into the Apollo”) con la chica de la colectividad improvisando en el icónico teatro del Harlem. Lo notable es que su performance puede ser interpretada, al mismo tiempo, como una victoria profesional y un desastre para su vida familiar.

La interpretación de Brosnahan, mezcla de la chispa de Lucille Ball con lo picante de Joan Rivers, es el mejor blindaje para la serie. La secunda una corte de acompañantes bien delineados entre los que se destacan su madrina artística y manager –Susie (Alex Borstein)– y unos padres tan conservadores como frenéticos. En definitiva, The Marvelous Mrs. Maisel continúa con su bubblegum pop audiovisual: mantiene el sabor pero ha perdido la frescura del comienzo.